EN EL AMPLIO CUADRO DE ENFERMOS QUE ENUMERA EL CODEX CALIXTINUS, COMO ROMEROS
A COMPOSTELA IMPETRANDO DEL APÓSTOL SU CURACIÓN, ES DE JUSTICIA
DESTACAR LA TEMPRANA PRESENCIA DE LOS CIEGOS, NO SÓLO COMO PACIENTES
EN DEMANDA DEL HECHO PRODIGIOSO SINO TAMBIÉN COMO ANIMADORES DEL CAMINO
Si "andando y cantando se hizo de veras la unidad de Europa, y ello acaeció
sobre los caminos que conducirían a Santiago" como dice José Miguel
Ruiz Morales, esta gran vía de peregrinación, en opinión
de Bedier, va a servir para el desarrollo y propagación de las leyendas
épicas: El juglar-poeta aprende en diversos lugares y principalmente
en monasterios, sobre todo los situados en el Camino de Santiago, las gestas
que tratan de Roncesvalles, en la Vía Tolosana, en el monasterio de Gellone,
donde se veneraba la tumba de San Guillermo, que Aymerico Picaud dice deben
visitar los peregrinos que van a Santiago por la Vía Tolosana; en los
caminos de romería en Italia, a lo largo de la vía francígena,
etc. Esta relación de conveniencia monástica, sigue sustentando
Bedier, dio nacimiento a las leyendas y a las canciones de gesta en el siglo
XI ó XII, época de gran auge en las peregrinaciones. León
Gaultier, en 1892, supone la épica española nacida por obra de
los juglares que, entre los peregrinos a Santiago, "cantaban únicamente
poemas de origen francés y de héroes franceses". Discrepa D. Ramón
Menéndez Pidal de estas tesis francesas sobre el origen de la épica
española, pero lo incuestionable es que, haya nacido donde fuere, en
el Camino de Santiago perfectamente conocido por los primitivos juglares franceses
y españoles, es donde tuvo su desarrollo y auditorio más propicio.
Es a finales del siglo XIV y de modo definitivo en el XV cuando se extingue
el género épico-legendario, coincidiendo con la larga época
de decadencia de las peregrinaciones, de su primitivo espíritu; mas las
intenciones van a ser muy diversas y el tosco sayal del peregrino piadoso de
antaño, admirado y defendido por santos y reyes, va a dar paso al socorrido
disfraz de peregrino disimulador de intenciones y forma de vida de una juglaría
trashumante que perpetuará con el romancero los episodios más
famosos de la Gesta. D. Ramón Menéndez Pidal en su ingente obra,
que seguiremos en este capítulo, nos va a dejar compendiosos estudios
sobre la labor de estos juglares, entre los que figuran ciegos músicos
y cantores de toda laya y condición, que con sus romances y coplas, guitarra,
pandero o vihuela los más exquisitos, encienden la imaginación
de los peregrinos y de un público asentado a lo largo de las muy pobladas
vías de peregrinación y pueblos cercanos, que escucha atónito
los sucesos de Turpin y los Caballeros de la Tabla Redonda, de Rolando y Carlomagno,
de Bernardo del Carpio y del Cid Campeador, condesas traidoras, incestos, milagros,
venganzas y, para aviso de navegantes, el romance, con infinidad de versiones
que arrancan del hecho histórico de la prisión del Conde de Asturias
de Santillana por Alfonso VII en 1130, sobre la romera violada en el Camino
de Santiago.
"Al conde le llevan preso,
al conde Miguel, al prado,
no le llevan por ladrón,
ni por cosas que ha robado,
por esforzar a una niña
nel camino de Santiago"
Muy pronto vieron los ciegos la oportunidad que les brindaba el milagroso
camino que conducía al campo de las estrellas. Su fino tacto para
atender lo que se decía en las predicaciones que detallaban con
vehemencia los prodigios que allí acontecían: "Devolvía
la vista a los ciegos", con lo que precisamente se encabezaba la larga
lista de milagros que obraba el Hijo de Dios por intercesión de
Santiago. Los relatos de quienes regresaban cargados de conchas y contando
hechos portentosos vividos o soñados, pero siempre creídos
a pie juntillas por una masa de encandilados oyentes. Y, en fin, la imperiosa
necesidad de ganarse el pan de cada día, más difícil
aún para las personas privadas de la vista. Todo se conjuró
para que los ciegos en fechas muy tempranas (coincide que se está
discutiendo si el primer peregrino histórico que se acercó
a Compostela, antes que Godescalco en el 850, fue un ciego con su hijo)
se sumasen a la gran romería santiaguesa: unas veces, y de manera
primordial, como piadosos peregrinos en busca de la curación y
otras, enrolados en el fabuloso mundo de la juglaría andariega,
apoyados en la hermandad cristiana del Camino o en la goliardesca de una
vida airada. No deja de ser curioso que si los ciegos fueron de los primeros
en acudir a la llamada del Camino, los veamos también en el ocaso
histórico de esta vía de peregrinación, solos, tañendo
sus zampoñas en la Puerta Santa de la gran basílica del
Apóstol despidiendo al siglo XIX, cuando la otrora gran romería
santiaguesa, coincidiendo con la gran decadencia hispana, se ha hundido
en la sima más profunda.
Mas volvamos a los bueno tiempos de la peregrinación. Dentro de
las diversas clases de "artistas" que conviven en el mundo de la juglaría,
el ciego es mencionado de manera expresa a comienzos del siglo XIII por
Boncompagno como un tipo especial entre los juglares; de ellos se dice
que el ciego posee admirables habilidades, dignas de lucir en la corte,
y, efectivamente, en la corte de Carlos el Malo, en Navarra, el año
1384 recibe don de 60 libras "un juglar ciego del duc de Braban". En la
misma corte de Navarra, tan pródiga en juglares, se anota la presencia
de Arnaut Guillen de Ursua, el ciego, juglar de cítara y vihuela
de arco (1412-1432). De igual época es aquel célebre juglar,
que el inefable Villasandino (nacido, por cierto, a la vera de la estrada
santiaguista en el pueblo de su nombre) viendo a don Juan Hurtado de Mendoza
enfermo y en desgracia de su rey Juan II, le recomienda para que se reconforte
y distraiga oyéndole; este tañedor es Martín el Ciego,
cuyos cantos provenzales fueron los últimos que de la poesía
occitánica se recuerda en la corte castellana.
Si Villasandino, estimado en la corte de Juan II como "esmalte e luz e
espejo e corona e monarca de todos los poetas e trovadores que fasta oy
fueron en toda España", recomendaba para alivio de penas oír
al juglar ciego que acabamos de mentar, don Juan Ruiz, el Arcipreste de
Hita, aquel clérigo agoliardado, doneador alegre, "que sabe los
instrumentos e todas juglerías", como nos recuerda don Ramón
Menéndez Pidal, a quien no he dejado de seguir, compone coplas
para toda una cáfila de cantores ambulantes, entre ellos dice,
"Cantares fiz algunos de los que dicen los ciegos"; son cantigas troteras
o callejeras que sirven a escolares que andan nocherniegos y a los ciegos
para pedir limosnas por las puertas.
Varones buenos e honrados,
Querernos ayudar;
a estos ciegos lazrados
la vuestra limosna dar...
En otra cantiga el jocundo Arcipreste habla de "estos ciegos mendigos",
ya que iban varios juntos con un lazarillo, la limosna que piden, meajas
o dinero, bodigos o pan y "paños e vestidos", muy en particular
estos últimos junto con las meajas (monedas), son dones más
propios de juglares que de mendigos.
A finales del siglo XIV en Francia, es considerado el ciego como el último
cantor de las chansons de geste al son de la zanfoña. El heredero
de todos aquellos juglares que utilizaban el Camino Francés para
penetrar en España acompañando a vistosas comitivas de peregrinos
regios o nobles. Es conocido el dato de los caballeros de Gascuña,
Mosen Johan de Chartres y Pierres de Montferraut, que llevan consigo tres
juglares a Santiago de Galicia en 1361.
"En especial harían el devoto camino de los juglares de gesta...-
y sus cantos fueron los preferidos en los viajes -. Muchos poemas así
resonaban sin duda en el "Camino francés" de Compostela a lo largo
del cual hallaron un auditorio muy preparado. Porque ese camino, entrando
en España por Roncesvalles, lugar ya de suyo épico, atravesaba
los reinos de Navarra y Castilla, cruzando importantes poblaciones en
que había barrios enteros habitados por emigrantes franceses, como
Pamplona, Puente la Reina, Estella, Los Arcos, Logroño, Belorado,
Burgos, Sahagún".
Insiste Don Ramón Menéndez Pidal en los contactos de la
juglaría española con la francesa, principalmente a lo largo
del Camino de Santiago. Así, precisa, cada vez encontramos más
testimonios de lo muy propagadas que andaban por España las gestas
de Carlomagno al lado de las nacionales. Pues la peregrinación
a Santiago, siempre creciente, activaba la comunicación con Francia...
El autor del seudo Torpin escribía bajo la preocupación
de relacionar con la peregrinación compostelana a todos los héroes
de la epopeya carolingia; y bien lo consiguió... Juglar hay, como
el que inventó en la segunda mitad del siglo XII el Anseis de Cartage,
que se muestra tan conocedor del Camino francés de España
y tan encariñado con sus lugares, que hace a los héroes
del poema andar esa ruta hasta tres veces: Roncesvalles, Pamplona, Castrojeriz
(Castesoris), Sahagún, Mansilla (Le Maisele), León, Astorga,
Rabanal del Camino (Ravenel) y la fabulosa villa de Lucerna, son allí
recorridos a un lado y a otro por Anseis y por Carlomagno.
Es un hecho cierto que la juglaría de toda laya y condición
encontró en la cosaria via del camino francés un campo en
extremo propicio para el ejercicio de sus habilidades. En la corte Navarra,
en la de Castilla y León, en la de Portugal, en el ámbito
nobiliario de Galicia y, de manera particular, en aquellas localidades
en que el trasiego de peregrinos es mayor, la gente de la juglaría
halló acomodo y auditorio complaciente. Es más, hay lugares
del Camino en los que la farándula juglaresca brilla de forma espectacular,
tal es el caso de Sahagún del que el Codex dice que es "pródigo
en todo tipo de bienes", lugar del que se tiene noticia de la presencia
de los primeros juglares en el Camino francés. Esta villa del Cea
fue el refugio predilecto de una juglaría internacional que se
organiza y toma parte activa en la célebre revuelta de Sahagún
del 1110 contra la Abadía y el feudalismo borgoñés
que representaba.
El
cosmopolita Sahagún, plagado de tiendas y oficios, llega a ser
abastecedor de instrumentos musicales. Así cuenta Felipe Torroba,
que en Sahagún, bulliciosa posada del Camino, aconteció
en 1245 que abrió tienda en "un arco del Hospital, cabe la fuente",
un alemán llamado Conradus, que era músico y "sabía
historia y sucesos de la Tabla Redonda y de Don Tristán y era muy
solazador". Vendía flautas y tambores y tenía de muestra
dos arpas que tocaba para alegrar a los peregrinos. La mujer también
era diestra en música "y había cantado para el rey de Navarra
en el castillo de Olite". El obispo de Burgos, Raimundez, de origen suabo,
compró las dos arpas para la catedral burgalesa "donde todavía
se tocaban en 1619" y mandó fabricar otra para Las Huelgas.
De reyes, como Alfonso X El Sabio, se llega a decir que en él "toda
juglaría hallaba calor y abrigo". Cuando se dice toda, se habla
con plena propiedad: junto a quienes colaboran en las más delicadas
cantigas y obtienen con causa el título superior de trovadores,
figura, arrimada a la corte prodigiosa del Rey Sabio, toda una nomina
de pintorescos juglares y asimilados cuyas noticias son incluso recogidas
para las historias regias, cuando no cuentan otras de venganzas, milagros
o infidelidades. Es esta nómina aparecen también juglares
ciegos cooperando, con su conocimiento de cantantes de romería
(la santiaguesa es la principal de ellas) y coplas maldicientes, al amplio
venero de las desvergonzadas cántigas de escarnio con las que tanto
parece disfrutaba Don Alfonso.
Todo el que trajese noticias de fuera era bien acogido, desde los más
altos sitiales a los poyos de las plazas públicas. Nobles señores
y pueblo llano reciben con igual expectación a los portadores de
nuevas y si éstas se expresan acompañadas de pandero, cítola,
vihuela o rabel, mejor. Los ciegos, con su tradicional fino oído
tanto para la música como para recoger noticias, fueron cualificados
gacetilleros a todo lo largo de la vía de peregrinación
que acaba en Galicia. Al invidente medieval las circunstancias le obligan
a saber un punto más que el diablo (recuerdese al Lazarillo de
Tormes), y si para él se preparaban ex profeso coplas de ciego,
en otros muchos casos se debe a su particular ingenio el rimado de toda
esa amplia producción que se cobija bajo el nombre de cantares
de ciego.
Por otra parte, no hay que olvidar que hubo invidentes, músicos
muy destacados lejos del mundo pobre juglaresco. Así, nacido en
el Camino de Santiago,, en Burgos, y a quien tuvieron ocasión de
escuchar los santiaguistas en la catedral de León, fue el celebérrimo
Francisco de Salinas, ciego desde los diez años, al que Fray Luis
de León dedicó la Oda a Salinas, quizá la poesía
más inspirada del místico:
El aire se serena
Y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas cuando suena
La música extremada
Por vuestra sabia mano gobernada.
Salinas recogió una gran cantidad de canciones populares, " tonadas
llenas de encanto y dulzura" en su magistral tratado "De Música",
no pocas de las cuales eran cantadas por ciegos a lo largo del camino
francés.
"Extremado" y famoso músico ciego fue asimismo el de Fuenllana,
recordando de igual modo Menéndez Pidal, al admirable ciego de
Navalcarnero tenido por el más inspirado tañedor de su tiempo.
Otro ciego célebre, nacido también a la vera del Camino
de Santiago, en Castrillo Matajudíos, a tiro de honda de Castrojeriz,
fue Antonio de Cabezón, músico de la emperatriz isabel de
Portugal, de Carlos V y Felipe II, al que se le ha llamado "el Bach español
del siglo XVI".
Pero no es de estos ciegos ilustres de quienes quiero seguir hablando
ahora, sino dedicar un recuerdo singular a todos aquellos invidentes,
entre los que no faltaron los ultrapirenaicos, que sin medios para sostener
a un lazarillo se echaron a la piadosa y animada vía de peregrinación,
no en busca del milagro sino del más prosaico de ganarse la vida
con limosnas, y apoyados en la solidaridad del mundillo juglaresco; compartiendo
las durezas del Camino con tañedores maldicientes, segreres de
fortuna, cazurros, saltimbanquis moros, santiaguistas vicarios que van
ahorrando, romeros malarrepentidos y escolares nocherniegos de vida agoliardada..
El pobre ciego cantor de coplas, comparte la vida de esta corte ambulante
de los milagros, sin perder el tacto de su tambor o su rabel; se arropa
y calienta en las frías noches mesetarias del Camino francés,
al abrigo de cantaderas de desecho de todas las tientas, que a ellos,
invidentes, les sirven por cuanto tienen de acogedoras e iluminan su imaginación.
Cantan todos con voz aguardentosa, una vez más, los cantares que
para ellos han compuesto el cachondo Arcipreste, junto con alguna copla
de escarnio que a todos satisface, y el vino es su colchón. Estas
briznas de humanidad también contribuyeron a hacer el más
europeo de los caminos.
Un juglar de cierta valía, para ser considerado o tenerse como
tal, debia salir de su tierra y si no lo lograba solía mentir como
un bellaco inventándose, por lo común, largas peregrinaciones
a Jerusalén, Roma o Santiago. Como hizo aquel juglar vagabundo
que, ante un público ignorante y entregado, fanfarronea cantando:
Sabed, fidalgos,
que vengo más de trescientas leguas de allende de Roma,
otras tantas allende de Santiago.
Oí allí tantas de vuestras bondades,
que faziades mucho bien a probes,
e más a jograles.
Vengo rogando a Dios por vuestros días,
ansí como el gato por las longanizas.
El “savoir faire” que pone en juego el cazurro para sacar unas limosnas
a su clientela, es toda una lección de psicología aprendida
en la mejor escuela que es el Camino de Santiago: eleva el rango del auditorio;
se hace interesante informando de lugares de donde viene, sin importarle
añadir, por su real gana " más de trescientas leguas", sin
temor a que nadie le deje en feo, pues además allí había
ido a hablar de lo bondadosos que son con los juglares, y acaba en el
último verso haciendo una comparación ingeniosa que, sin
duda, serviría para que el cobre resonase en su platillo. Este
juglar vagabundo podía haber sido hasta un ciego, pero lo que no
ofrece duda es que era familiar de la más genuina tropa goliardesca.
Casi todos acababan llegando a la meta de la peregrinación, al
Pórtico de la Gloria, donde les aguardaban sus veinticuatro ancianos
músicos, alguno ciego, manteniendo entre ellos un animado diálogo,
que falan quedo, diría Rosalía, uns cos outros, mientras
tempran risoños os instrumentos: trompetas, cuernos, cítaras,
violas, ... y el organistrum, también llamado Lira mendicorum y
zanfona que preside la piedra clave del Pórtico de los ancianos
músicos y que fue el instrumento preferido para las cantigas de
cego a lo largo de toda la calzada santiaguesa.
Los músicos y cantores ciegos, por lo común vagamundos de
un arte inferior, vivieron en su intensa soledad los avatares de las modas
y gustos de quienes transitaban por la asendereada vía y de los
que en plazas y castillos se recreaban con su música y recitado.
Aún en plena decadencia de la peregrinación, siguieron fieles
a la llamada del Apóstol; los vemos asistiendo al lado de la Puerta
Santa al comienzo de los años jubilares, con sus cantigas y romances
de ciego. Nos lo relata el gran estudioso de la música en el Camino
de Santiago Pedro Echevarría Bravo, siguiendo las noticias que
dejara el canónigo de la catedral compostelana y malogrado musicólogo
Santiago Tafall. Éste recuerda que siendo niño, presenció
el 31 de diciembre de 1868 cómo cantaban los ciegos, terminadas
ya las vísperas, al anochecer, ante la Puerta Santa. " Desde aquel
día – añade – todos los jueves y domingos formaba yo en
la pila de aldeanos que, con religiosa atención oían aquel
concierto".
Esta costumbre subsistió todavía durante los Años
Santos de 1875, 1880 y 1886, así como el Jubileo extraordinario
de 1885, como recuerdo de la autenticidad de las reliquias del Apóstol
Santiago, pero fue decayendo paulatinamente, hasta que el próximo
año Santo de 1897, dejó de cantarse, a pesar del gran interés
que puso en ello el escritor Oviedo y Arce, ya que, según el Sr.
Tafall, "solo pudo hallar una superviviente de todos aquellos cantores:
ciega, vieja y enferma" por lo cual fracasaron los buenos deseos de su
amigo.
Sin embargo, precisa el gran musicólogo al que seguimos, estas
canciones de ciego son de una gran espontaneidad y simbolizan, sin duda
alguna, el ambiente que se respiraba por aquella época, cuando
los peregrinos de todas las nacionalidades traían y llevaban sus
cantos, alguno de los cuales se habrían de transformar, el día
de mañana, en sencillas y emotivas cancioncillas jacobeas. Porque,
¿quién sino un ciego –se pregunta Echevarría Bravo- es capaz
de lanzar, urbi et orbi, una cantiga como la que dice:
O Alalá foi a Roma,
O Alalá foi e veu,
Foi decirlle o Padre Santo
Que viñese o xubileu?
Pablo Arribas Briones