AHORA QUE SE INTENTA VOLVER EN UN GESTO ESPERANZADOR A LO AUTÉNTICO,
CONVIENE RECORDAR QUE DESDE EL COMIENZO ERA EL CAMINO, COMO LA VIDA, Y UNOS
LO HACÍAN CON QUERENCIAS DE ANDARES INFINITOS, SABIENDO A DONDE IBAN,
DEJANDO HUELLA Y SEÑAL, GUIADOS POR LAS ESTRELLAS, Y OTROS LO SEGUÍAN
ILUSIONADOS, COMPUNGIDOS O HACIENDO CABRIOLAS COMO LOS ÚLTIMOS EN LAS
PROCESIONES DE INGMAR BERGMAN.
Entre todos éstos caminaban con muletas o eran llevados en caballerías
y pegados a la mano de lazarillos, una buena parte de peregrinos enfermos y
disminuidos físicos y psíquicos, para quienes Compostela era un
sueño amplísimo, etéreo, con el que se recreaban en las
noches estrelladas siguiendo la estela de la Vía Láctea, mientras
en su rostro afloraba un rictus de sonrisa. Sólo por aquel sueño,
en el que se jugaba para ellos nada menos que junto a la salud del alma la del
cuerpo, había merecido la pena iniciar la larga y penosa marcha al santuario
del Apóstol, primo hermano del Señor y uno de sus predilectos,
cuyo cuerpo milagroso se conservaba en el límite de la lejana Galicia.
Poder acercarse hasta aquel cuerpo, para el hombre medieval era algo maravilloso,
el culmen de una vida impregnada en la fe.
Más como previo y antes de seguir con ninguna otra explicación,
para la que enseguida tiempo habrá, agradecer a Ibermutuamur, que se
haya acordado de la vía de peregrinación más acrisolada
de lo que antaño se llamaba cristiandad, del Camino de Santiago, para
acercarlo a toda esa humanidad discapacitada cuya atención en cuerpo
y ánimo se ha erigido en su principal compromiso.
Y en este "previo", también reivindicar, reclamar como propia, la colaboración
de todos aquellos enfermos que a lo largo de más de mil años recorrieron
apoyados en sus muletas y sobre todo en la hermandad del camino, la piadosa
senda que originada en cualquier lugar de Europa, tenía su destino en
el confín del mundo, allá en la "última Thule", el Finisterre
misterioso, donde el sol se ocultaba todas las tardes en el océano entre
llamaradas de fuego.
La calzada del romeraje santiaguista en gran medida se debió a la presencia
de enfermos que buscaban la sanación de sus males impetrando ante un
Apóstol, distinguido por el Señor, la obtención de aquella
gracia. El fenómeno de masas en busca de una cura milagrosa que desde
la alta Edad Media se dirigía a Santiago de Compostela, puede ser comprensible
para el hombre de hoy comparándolo con las visitas a los santuarios de
Lourdes o de Fátima.
Si el camino de ida y vuelta - ˇno olvidarlo nunca!- era largo y plagado de
dificultades para aquellos cristianos que estaban en plenitud de facultades,
cuanto más no debió ser la caridad y la hermandad del Camino que
lo hizo posible. ˇÉste si que fue uno de los grandes milagros de la peregrinación
compostelana!.
En las milenarias piedras que siguen jalonando la calzada jacobea, en los monumentos,
en las huellas que quedan constantemente reimpresas por las sandalias de los
peregrinos que han seguido; en el ambiente que el aire de los romeros lleva
a refugios y hospitales, perdura el efluvio de millares de peregrinos que nos
precedieron: Como nos decía Bárbara Haab en Estella "cada peregrino
deja algo de sí mismo por el camino que ayuda a los siguientes".
Algo ha quedado de la paz y hermandad del Camino, que sigue propiciando el que
los disminuidos físicos y psíquicos puedan hacerlo. Yo, viejo
peregrino, os anuncio que, aún en horas de ahora, encontrareis ayuda
en todos los lugares del Camino.
Y es que, pese a esas prisas del tiempo de ahora, a esa velocidad que se quiere
imprimir a todo, la lectura que hacen de la historia del Camino los que deciden
recorrerlo, es la causa feliz de que no haya caído en el olvido una de
las más conmovedoras realidades que acompañaron a las peregrinaciones
a Compostela: la de que en aquella larga marcha iluminada por las luces de la
fe y la esperanza de miles de antepasados nuestros, una buena parte de la riada
inmensa de la humanidad doliente la formaba una cáfila interminable de
tullidos, ciegos, sordos, enfermos y aquejados de un centón de enfermedades
que el apóstol de Cristo, Santiago, había curado dando con ello
testimonio de la resurrección del Hijo de Dios. Lo cuenta el Codex Calixtinus
(Biblia medieval del culto a Santiago y la peregrinación): "Devolvía
la vista a los ciegos, el andar a los cojos, el oído a los sordos, el
habla a los mudos, la vida a los muertos, de toda clase de enfermedades curaba
a las gentes". El mismo Codex, a renglón seguido, deja claro la plenitud
de la intervención divina en la curación de las enfermedades,
"porque no con medicamentos, ya electuarius, o preparaciones, o jarabes, o emplastos
varios, o pociones, o soluciones, o vomitivos, o demás antídotos
de los médicos, sino con la gracia divina de costumbre que de Dios impetraba,
restituyó enteramente la salud el clementísimo Apóstol
a muchos enfermos, a saber, leprosos, frenéticos, nefríticos,
maniáticos, sarnoso, paralíticos, artríticos, escotomáticos,
flegmáticos, coléricos, posesos, extraviados, temblorosos, cefalálgicos,
hemicránicos, gotosos, estranguriosos, disuriosos, febricitantes, caniculosos,
hepáticos, fistulosos, tísicos, disentéricos, mordidos
por serpientes, ictéricos, lunáticos, estomáticos, reumáticos,
dementes, enfermos de flujo, albuginosos y de muchas traidoras enfermedades".
Quiere el Santo Papa Calixto incidir en los poderes taumatúrgicos del
Apóstol, dejando claro el carácter meramente instrumental de los
medicamentos, la gracia que Dios les puede conceder, por lo que añade:
"Y no les recetó un gera fuertísima, o una trifera alejandrina
o sarracena o magna, o una gerapliega o gera rufina o paulina, o un apostólica,
geralogodio o adriano, o poción alguna, sino que les infundió
la gracia divina enviada de arriba".
Incluso cuando el Codex se permite alabar las virtudes medicinales de las plantas
como el lirio, sin solución de continuidad las empareja con el poder
taumatúrgico de Santiago. La "medicina divina" es lo que sana el cuerpo
y el alma. "Porque Hipócrates y sus seguidores sólo han aprovechado
al cuerpo humano, mientras que éste ha servido para el cuerpo y para
el alma por virtud divina".
Es indiscutible que la masa ingente de europeos que aquejados de enfermedades
acudieron en piedosa peregrinación a la basílica del poniente
buscando sanar de sus males, fue una de las notas más típicamente
diferenciadoras de la peregrinación compostelana; ningún camino
de peregrinación en la cristiandad, ni fuera de ella, acogió a
un mayor número de enfermos esperanzados en su curación. Santiago,
el Apóstol querido del Señor, era además el patrón
de los cojos y estos nunca dudaron en iniciar el Camino, para ellos doblemente
penoso, que tenía como meta la tumba de su patrón.
Hoy es el Camino de Santiago, además del Primer Itinerario Cultural Europeo,
por declaración del Consejo de Europa el 23 de octubre de 1987 en el
mismo Santiago de Compostela, Patrimonio de la Humanidad por reconocimiento
de la Unesco en 1993. Vosotros, las personas con discapacidad, sois parte, incluso
cualificada, de este patrimonio. Puede que sin vuestra presencia esperanzada,
desde el comienzo, esa carga de humanidad doliente que tanto contribuyó
a dar sentido a la gran romería santiaguista, ésta no hubiera
existido; al menos como ese patrimonio cultural y humano del que nos sentimos
herederos.
Por todo lo anterior y con conocimiento de causa, quiero que partamos dejando
bien claro que estamos en un camino genuinamente vuestro, cuya guía acometemos
con la ilusión de quien presta un servicio.
En el Diccionario de la Lengua Española la primera acepción de
la palabra "guía" es la de "Persona que encamina, conduce y enseña
a otra el camino". En esta tarea de instruir vamos a comenzar dando respuesta,
siquiera breve, a los interrogantes previos a la peregrinación; saber
qué era y cómo se originó el Camino de Santiago; lo que
supuso para Europa; quiénes iban al correr de los siglos por la estrada
santiaguista; qué itinerario recorrían; qué buscaban; dónde
se refugiaban…
Pablo Arribas Briones