BUENA TIERRA ESTA DE CASTILLA LA VIEJA PARA QUE EL CAMINANTE
PUEDA IR RUMIANDO RECUERDOS DE LA HISTORIA DEL CAMINO Y DE SU PROPIA HISTORIA;
"RUMIAR", PESE A INTENCIONES Y APARIENCIAS DISTINTAS, ACABA SIENDO LA TAREA
DEL PEREGRINO. PARA QUE TAMBIÉN PUEDA IR AVENTANDO INFORTUNIOS, Y, AL MENOS
POR UNOS DÍAS, LE DEJEN SENTIRSE LIBRE CON LA ILUSIÓN DE SER ROMERO DEL SEÑOR
SANTIAGO. CON TAL ÁNIMO, TOMO MI TOSCO BORDÓN DE VIEJO SANTIAGUISTA Y OS HAGO
DE GUÍA, DESDE REDECILLA DEL CAMINO A PUENTE FITERO, DONDE FINABA LA PRIMITIVA
CASTILLA CONDAL, QUE NO EL CAMINO AL QUE LE SIGUEN ALUMBRANDO LAS ESTRELLAS
HASTA COMPOSTELA.
Que el vuestro os sea ligero, ¡ultreia!
Desde el montículo en que está Grañón, todo lo que se divisa a Occidente son
tierras burgalesas, aunque el terreno que vamos a pisar es el mismo y lo será
hasta Belorado. A los de estos pagos les agrada decir que viven en La Riojilla
burgalesa; paisaje y paisanaje son los mismos.
El maltrecho camino histórico nos ha llevado a Redecilla del Camino,
que desde siempre está en la vieja calzada santiaguista, ya Aymerico Picaud
la recuerda "Radicella", y los francos pronto se asentaron allí, por
los mismos tiempos del Codex, primer tercio del siglo XII, era ya conocida como
"Rediziella de Francos".
Desde una plazoleta arbolada con rollo y fuente, se inicia la calle Mayor; típica
rúa jacobea alargada propia de todas aquellas localidades nacidas en
el Camino de Santiago. Dando valor a la calle-camino quedan algunos edificios
nobles con buenos aleros. En su mitad hay que ver sin falta, como le gustaba
decir al autor del Liber Sancti Jacobi, la iglesia de la Virgen de la
Calle, que junto con un llamativo órgano frente a la puerta de acceso y una
colección de retablos del rococó, conserva la más sugestiva pila bautismal de
todo el Camino: es del siglo XII, tiene forma de copa, en su base se discute
si existe o no una culebra pegada a las 8 columnas que sostienen el vaso de
la copa conformada por torrecillas con multitud de ventanas abiertas. Todo un
motivo de goce para los amantes de lo esotérico; dentro de estos, los más iniciados
ven "el misterio multitudinario de una ciudad muda, tapiada" ; otros
se inclinan por una visión de la Jerusalén Celestial, meta de toda peregrinación.
Yo, repito, que es "la más sugestiva pila bautismal de todo el Camino".
Frente a la puerta de la iglesia, el reedificado hospital de peregrinos de San
Lázaro, que sigue atendiendo. La parra del patio, a cuya plantación no fue ajeno
el que escribe, nos recuerda las vides que nos han acompañado por tierras de
Navarra y La Rioja. No volveremos a ver otra parecida hasta casualmente el último
hospital de peregrinos en tierras burgalesas, en Itero del Castillo.
A la salida de Redecilla hay que tener cuidado al cruzar la carretera nacional
y situarse en el lado izquierdo por donde sigue el camino. Hemos pasado por
encima del río Reláchigo, aunque aquí, en Castilla, bueno es aclarar que se
tiene la costumbre de llamar río a cualquier arroyo, y por ello no se imagina
nadie un río de verdad solo porque lleve tal nombre. La advertencia vale porque
con solo consultar el plano que acompaña a cualquier guía, podemos ver con cuanta
frecuencia el Camino pasa sin enterarse por encima de multitud de cauces modestos,
cuando no secos la mayor parte del año, que llevan el nombre de río.
A dos kilómetros de Redecilla, y sin mayores dificultades está Castildelgado;
los viejos de La Riojilla burgalesa le siguen llamando Villipun. La Villa de
Pun, mudó su nombre en el siglo XVI, abandonando el Pun, nombre propio de persona
en el medievo, tomando el segundo apellido de un obispo de Lugo y Jaén, hijo
de la villa, Don Gonzalo Gil Delgado, que descansa bajo una gran losa de jaspe
negro en una capilla lateral de la iglesia parroquial de San Pedro, frente al
desaparecido hospital de los peregrinos y un poco más allá del palacio de los
condes de Berberana, derribado por las buenas en fechas muy recientes.
Nada más pasar la iglesia, sin dejar la calle Real, aparece otro edificio religioso,
la ermita de Nuestra Señora del Campo, que tuvo un modesto hospital de peregrinos;
no obstante mantenía el servicio de una caballería para trasladar a su lomo
a los pobres y peregrinos impedidos hasta el hospital más próximo; actos de
caridad con los romeros que se repetía en infinidad de pueblos del Camino.
Quien no quiso marcharse de la antigua Villipun y decidió permanecer para siempre
en la ermita de Santa María la Real del Campo, según cuenta una venerable leyenda,
fue una imagen de la Virgen María. Iba destinada precisamente a un santuario
mariano del Camino francés en tierras de Palencia, pero la agradó tanto el lugar
que no hubo manera de seguir adelante: los bueyes que la llevaban, secundando
el deseo de Nuestra Señora, se plantaron y allí, en la ermita, se quedó la imagen
del siglo XIII.
Hoy, como en los mejores tiempos de la peregrinación, a la salida de Castildelgado
se inicia un pequeño desvío para acercarse a Viloria de Rioja, cuna de
Santo Domingo de la Calzada. Al lado de la iglesia, en la que puede verse la
pila en la que fue bautizado el Santo Caminero, su casa natal se conservaba
hasta hace muy pocos años.
Con plena propiedad se ha dicho que "Domingo, el de Viloria no ha sido del
todo estudiado y menos aún comprendido". ¿Cómo puede explicarse que un hombre,
que, después de hacer de pastor, con solo estudios primarios en el monasterio
de Nuestra Señora de Valvanera, que al fallecer sus padres e inclinarse por
la vida monástica es rechazado, de modo incomprensible, en los monasterios de
Valvanera y San Millán, que se retira como eremita al inhóspito y peligroso
bosque de Ayuela, a orillas del Oja, y de repente se revela como un maestro
consumado en la construcción de puentes (24 arcos tenía el que construyó sobre
el río Oja), templos, hospitales y calzadas, obras todas ellas que dirige y
supervisa personalmente, que incluso llega a ser maestro de otro santo constructor,
San Juan de Ortega, que también se distingue por levantar puentes, hospitales,
calzadas y una singular iglesia románica, que es en la actulidad elegido por
los ingenieros de caminos como su patrono (lo mismo que su discípulo lo es de
los aparejadores y arquitectos técnicos)? Hay algo en la vida de este "ponti
fice" que mientras no sea estudiado con argumentos que lo contradigan, nos obliga
a situarle entre los iniciados del Camino, donde, como afirma Louis Charpentier,
tuvo que hacer un aprendizaje, lo mismo que su aventajado discípulo, San Juan
de Ortega.
A la salida de Viloria merece la pena detenerse un momento para recrearse en
las vistas: un conjunto de ondulaciones con lomas verdes y algún pico pelado,
que ofrece un conjunto paisajístico singular.
Bajando a la senda caminera, enseguida nos encontramos con Villamayor del
Río. El Camino penetra por el lado izquierdo y pasa frente al hospital de
la Misericordia, cuyo edificio aún existe. Una vez más y pese a lo modesto de
esta institución hospitalaria a cargo del concejo, vemos que, al menos hasta
comienzos del siglo XVIII, continúa manteniendo el servicio de una caballería
para trasladar a peregrinos pobres e impedidos hasta el pueblo siguiente, Belorado.
La iglesia de Villamayor sigue bajo la advocación jacobea de San Gil. Lo único
que le queda de mayor a esta villa (hace poco ya aclaramos lo de los ríos) es
la cristiana gastronomía del cerdo.
Seguimos sin abandonar la orilla sur de la carretera. El paisaje de la otra
orilla comienza a cambiar de color; asoma la caliza de los oteros.
Antes de recorrer una legua aparece, cruzando por la N-120 (que el peregrino
deberá atravesar), la importante villa caminera de Belorado, de orígenes
remotos. El Camino penetra un poco más arriba de la remozada ermita de Nuestra
Señora de Belén, advocación jacobea que tuvo albergue de peregrinos, el Hospital
de los Caballeros.
Los romeros de hoy entran por el Camino de Redaña y se acercan a la iglesia
de Santa María, del siglo XVI. Fue en su origen capilla del castillo; sus restos
aún se asoman en lo alto de un farallón calizo en cuyas faldas se conservan
las cuevas-eremitorio de San Caprasio. Estos farallones calizos, como muy pronto
tendremos ocasión de observar a lo largo de este mismo Camino, se prestan a
la formación de cuevas y quizás el nombre "Belfuratus" con el que aparece en
el Codex Calixtinus Belorado, tenga que ver con los agujeros que horadan las
paredes del monte.
En la iglesia de Santa María, de tipo columnario, se encuentra la capilla jacobea
de la familia Montes Marrón: en lo alto del bello retablo renacentista el Santiago
Matamoros y dos relieves con escenas de su vida. El cuerpo central lo ocupa
un Santiago peregrino y pobre, semejante a un San Juan Bautista.
En esta capilla, al atardecer, los sacerdotes que con los hospitaleros voluntarios
atienden el curioso refugio de peregrinos aledaño a la iglesia (el teatrillo
lo siguen llamando los lugareños por su antigua función) suelen celebrar una
misa seguida de la bendición del peregrino y el entonado de salmos en los distintos
idiomas de los asistentes que, por lo común, suelen superar a los hispanohablantes.
El ambiente es tranquilo; el arroyo Verdeancho que discurre frente a la iglesia,
aísla el conjunto caminero del viejo barrio del Corro y le dota de una calma
alegre. Esta villa horadada se aparta de las trazas jacobeas, y aunque el Camino
de Santiago acabó dándole su personalidad, su configuración es altomedieval.
Alfonso I el Batallador la repuebla en 1116, le concede un mercado semanal,
una feria anual y varios privilegios favorecedores de la vida comercial que
atrajo bajo un mismo fuero a judíos, cristianos, villanos y caballeros. Como
muestra de la antigua pujanza comercial quedan los restos de un importante patrimonio
religioso, la insólita proliferación del comercio peletero y la inclinada plaza
Mayor de desenfadado estilo castellano. Uno de sus frentes lo ocupa la iglesia
de San Pedro, del XVIII, con un bello retablo barroco.
No lejos están los restos de la iglesia de San Nicolás; en su fachada lateral,
dentro de una pequeña hornacina blanca, como enjaulado, se ve a San Caprasio;
parece que lo trajeron de las cuevas de su nombre y puede ser el santo obispo
de Agen del Liber Sancti Jacobi, en la vía Podense cerca de Le Puy, en la basílica
de Santa Fe de Conques, lugar de gran transcendencia en la peregrinación santiaguista.
Caprasio, asustado por lo feroz de una persecución, se esconde en una cueva
(puede que de ahí se le aplicase el mismo nombre por los peregrinos a algún
eremita que morase en las de Belorado); al ver la entereza ante el martirio
de la Virgen Fe, cobra vigor, se ofrece a los verdugos y hasta tiene el humor
de espolearlos.
A la salida del Camino quedaba el convento de San Francisco, fundado en 1250
y remozado en el XVI, que acogió a San Bernardino de Siena, el popular y gran
reformador de la orden franciscana que suscitaba una atención espectacular a
su paso y que allí predicó cuando iba en peregrinación a Santiago. Desamortizado
el convento, su fábrica se aprovechó entera para construir viviendas, con el
efecto curioso que aún se puede ver en la Florida, una de las pocas zonas ajardinadas
que conserva este simpático pueblo.
También a la salida estaba hasta hace pocos años el hospital de San Lázaro,
con una Virgen románica y un Cristo gótico repintado, muy popular entre los
romeros por los milagros que se le atribuían, de los que daban fe multitud de
ex votos. La triste ruina y arrasado total por moderna maquinaria de la fábrica
del antiguo hospital es un episodio tan reciente como vergonzoso, del que elevé
protesta con los Amigos del Camino de Santiago depositando una corona de hiedra
(símbolo de la ingratitud) en los escombros del hospital.
La vida sigue. Me cuesta dejar este pueblo; como todos los de la Riojilla burgalesa
es festero; junto a las fiestas de San Vitores, el 26 de agosto, está empalmada
la de Gracias, en la semana anterior al primer domingo de septiembre: los ocho
danzadores, con el cachibirrio al frente, interpretan danzas de raíces guerreras
o de oficios; lo que llaman el "Arranque", comienzo de las fiestas de Gracias
en la plaza Mayor, es algo en extremo emotivo, el día principal del año: el
"Arranque" es el primer impulso, todo un salto de los danzadores y buen augurio
para el año si salto y toque de las castañuelas de pito resulta cabalmente sincronizado.
El momento remueve el ánimo de todos los beliforanos; les dice algo ancestral
y vigoroso que sólo ellos comprenden.
El peregrino, aún en silla de ruedas, tiene que darse el gusto de una vuelta
por la plaza Mayor, sin olvidar que hemos entrado en los terrenos del caparrón,
la alubia pequeña y redonda que hasta las misma puertas de Burgos, en Ibeas
de Juarros, es el producto de mayor calidad. Pedirlos en el Camino con preferencia
a cualquier otra cosa.
Hoy, el Camino de Santiago, por la calle del mismo nombre, sale próximo al convento
de clarisas de Nuestra Señora de la Bretonera, rejuvenecido con monjas de Lerma
y manos jóvenes que elaboran unas exquisitas trufas. Don Manuel Fraga les acaba
de enviar un crucero de piedra y están tan contentas, como colegialas en el
día de la fiesta de su colegio.
Sobre los cimientos del puente que construyó San Juan de Ortega y paralela al
puente del Canto, una pasarela de madera de iroko y dos metros de ancho nos
lleva al otro margen del río Tirón. Seguimos, pasamos la gasolinera y por la
entrada a San Miguel del Pedroso (todo muy cerca) encontramos una senda que
nos conduce, tras cinco kilómetros de andadura a Tosantos; a su entrada,
la ermita de la dulce Virgen galaica Santa Marina, de la que sólo ha quedado
el nombre de la calle, deja el testimonio de una de las más caras advocaciones
jacobeas.
Desde casi todas las partes, al lado norte de la carretera, llama la atención
del santiaguista la capilla que sale de la caliza del monte; es Nuestra Señora
de la Peña. La tradición recoge el saludo de los caminantes a la Virgen dentro
de la roca. Abajo, el pueblo con fuente de buen agua y un espléndido castaño
frente a la iglesia que invita al descanso.
Villambistia es la cuenta siguiente (a poco más de kilómetro y medio)
de este rosario de pequeños pueblos, antaño jalonado por multitud de ermitas
de las que solo queda el recuerdo en los más viejos del Camino; así, en este
mismo Villambistia, se recuerdan las ermitas de Santa Cruz, la de Santiago,
San Martín y San Roque. Solo se conserva esta última (aunque se encuentra en
ruina incipiente) en una plazoleta con una fuente redonda con cuatro caños,
por donde pasa el Camino, Camino Cozarro, en dirección a Espinosa del Camino,
donde la senda tiene algún que otro deterioro, y a poco más, otra vez, de kilómetro
y medio, hay que cruzar la N-120 y hoy adentrarse en el pueblo, que, como todos
los que vamos pasando, tuvo un pequeño hospital para los pobres "que vienen
de camino en romería". Aquí no hay senda del Ministerio y sí "camino de la parcelaria"
que asciende hasta divisarse el pueblo siguiente Villafranca Montes de Oca y
pasa al lado de las ruinas del monasterio mozárabe de San Felices de Oca, un
muñón de gruesos sillares rematado por tierra y hierbas al que se le hubiera
hecho un hueco por un arco mozárabe. La tradición, basada según Gonzalo Martínez
en documentos espureos emilianenses, ha querido ver el lugar del enterramiento
del Conde Diego Porcelos, fundador de Burgos en el 884, y así se sigue manteniendo.
VILLAFRANCA MONTES DE OCA
Los jacobipetas llegan a un hito singular del Camino francés entrando hoy
por la ya familiar N-120. La obligada recensión de una guía obliga a una corta
reseña del libro que es para el Camino de Santiago este antiguo hito jacobeo.
Históricamente esta villa de los francos, que se consolida con el camino
de su nombre, es ya mojón histórico en el Poema de Fernán González,
en la primitiva Castilla condal.
"Entonces era Castilla un pequeño rincón,
Era de castellanos Montes de Oca mojón
Y de la otra parte Fitero el Fondón.
Moros tenían a Carazo en aquella sazón".
Aymerico
Picaud, en el libro V del Codex Calixtinus, sitúa los Montes de Oca,
en dirección a Burgos, como la continuación del territorio español con
Castilla y Campos. "Es una tierra llena de tesoros, de oro, plata,
rica en paños y vigorosos caballos, abundante en pan, vino, carne, pescado,
leche y miel". Mas, quizá para que el contraste con la poca favorable
impresión que le produjeron las tierras navarras no sea tan grande,
se despacha con que "sin embargo, carece de arbolado y está llena
de hombres malos y viciosos".
Tras la guía del peregrino medieval, ningún otro relato de viajeros
a Santiago dejará de mentar a Villafranca. Por todos ellos, Doménico
Laffi, "... seguimos hasta Villafranca ... situada al pié de un monte"
- coincidiendo con relatos anteriores - anota "...Fanno gran caritá
alli Pellegrini, e in particolare all'Ospitale dando de mangiare molto
bene".
En este buen yantar tuvo mucho que ver el hospital de peregrinos de
San Antonio Abad, también llamado de La Reina, fundado en 1370 por la
esposa de Enrique II de Castilla, Juana Manuel; el albergue de romeros,
siempre caliente, que hizo célebre aquel dicho de "Villafranca Montes
de Oca, alta de camas y pobre de ropa".
Las cuantiosas rentas del hospital de La Reina, que aún hoy en día permanece
en pié esperando volver muy pronto a su antigua misión, facilitan comprender
la constitución que en 1618 recoge el modo de atender a los peregrinos
y que reproduzco como idea de las que rigieron en los hospitales bien
dotados del Camino francés en España:
"..Item ordeno y mando que en dicho Hospital sean acogidos y rescibidos
de aquí adelante todos los pobre y peregrinos que a él vinieren, a qualquier
ora de dia o de noche, y les hagan buen recibimiento, acogimiento y
tratamiento, sin hazer differencia con ellos porque ellos sean de una
nazion y otros de otra, ni de estrangeros a naturales de estos mis Reynos,
sino que a todos los acoxan y ospeden, y a los que vinieren por la mañana
antes de comer se les dé de comer a cada uno, sin differençiarlos, el
terzio de un quartal de pan y un quartillo de vino puro y su escudilla
de caldo y media libra de vaca fresca cocida y bien saçonada, echando
en la olla media libra de tocino cada día y sus legumbres según el tiempo
... y comiendo los despidan y si llegaren despues de comer les den a
la noche la misma ración de vino, carne y legumbres y medio pan para
que puedan guardar del para almorzar. Y abiéndolos tenido ospedados
aquella noche los despedirán a la mañana y si fuere tiempo de nieves
o que llueva mucho o haga otra tempestad los tengan en el Hospital el
tiempo que pareziere al Administrador o Mayordomo, de manera que por
esta causa no reciban ni peligro ni daño en caminar, y el tiempo de
hivierno tengan siempre lumbre en la cocina para que se calienten y
los dexen estar en ella hasta una ora o dos de la noche, más o menos,
como pareziere al Mayordomo que charidad lo debe hazer y no dé lugar
a que riñan, ni tengan differenzias los pobres los unos con los otros,
ni hayan desonestidades, y si vinieren moxados los enjuguen y sequen
sus vestidos de manera que sientan el buen tratamiento y acogimiento
que se les haze".
Es de reseñar que en 1594, cuando las peregrinaciones no son ya ni sombra
de lo que fueron - aunque se aprecia un resurgimiento -, se anota el
paso de 16.767 romeros, observándose por las detalladas cuentas del
hospital, que en algunos días se llegan a contabilizar los 200.
La iglesia de Santiago Apóstol fue terminada al estilo riojano en 1800,
pero en su interior se conservan retablos de iglesias anteriores y del
convento de San Francisco de Belorado. Uno de estos retablos alberga
la mayoría de los santos burgaleses: Santa Casilda, Santa Centola y
Elena, Santo Domingo de la Calzada, San Vitores, que es el que sostiene
su cabeza en la mano, y otros.
Al lado del altar mayor, hay una imagen barroca de Santiago con los
atributos tradicionales del peregrino y un relicario en el pecho. Al
salir, nos llama la atención una gran concha natural traída de Filipinas
que hace de pila de agua bendita encima de una columna de mármol; las
dudas sobre su peso las dilucidé hace años llevando una báscula a la
iglesia: su peso 67,5 Kg., por lo que no es de extrañar las historias
que se cuentan sobre el cierre mortal de sus valvas atrapando a algún
buceador.
Hay mucho que ver en esta primigenia sede episcopal y hasta apostólica.
A la salida del pueblo, a la izquierda, se penetra en la campa de la
ermita de Nuestra Señora de Oca; a su lado hay una generosa fuente natural
con una pila hecha en la roca. Cerca, a unos 300 metros, el pozo de
San Indalecio mártir, que la tradición supone fue uno de los discípulos
que acompañaron al apóstol Santiago en su peregrinación por España.
Al final del caserío, el pueblo ha abierto un pequeño museo con recuerdos
desde el Neolítico hasta hace cuatro días, pasando por instrumentos
quirúrgicos del antiguo hospital de La Reina.
A esta enigmática y alargada Villafranca, inmersa en el ambiente del
Camino, se refería nuestro maestro Don Teófilo López Mata cuando hablaba
del pueblo tendido a lo largo de una ruta encendida en salmodias jacobeas,
que vivió aferrado a oscuras supersticiones, con la alarma del visitador
eclesiástico que en 1564 informaba que el Concejo y vecinos de la Villa
"comían y bebían en el cementerio de su iglesia el día de Santiago".
Los amigos de lo esotérico ven en la oca un manantial de misterios ligados
al más antiguo mundo de la construcción. Louis Charpentier, en su obra "El
misterio de Compostela", ha dedicado un buen número de páginas a intentar
descifrar el mito de la oca; es tal su obsesión por el problema, que llega
a calificar su consecución, de modo indudable, como la mejor operación histórica
posible. Algo hay de extraño en estos sobrecogedores Montes de Oca y en el
pueblo.
Los peregrinos, pasando frente al hospital de San Antonio Abad, comienzan
una rampa muy fuerte, atravesando un robledal y, como a un kilómetro,
encuentran la histórica fuente de Mojapan, donde todos se detienen.
El quiebro del paisaje es brutal; no se vuelve a encontrar en el camino
castellano-leonés, llano en su mayor recorrido, una zona tan
áspera hasta llegar a Foncebadón. Los abruptos Montes de Oca no son
una frase. Se comprende que pandillas de bandidos los eligieran como
lugar de refugio para sus tropelías de las que tantas veces fueron víctimas
los pobres y ateridos peregrinos y que justificaron el empeño sobrehumano
de San Juan de Ortega en hacerlos franqueables. En su testamento afirma
que aquellos parajes "eran morada de ladrones que de noche y de día
mataban a los peregrinos de Santiago".
El camino, que aquí bien podemos llamar del Hijo del Trueno, sube hasta
los 1150 metros; la nieve no es compañera extraña en buena parte del
año.
Es comprensible el mal trago de los peregrinos de toda Europa al atravesar
estos parajes tan arbolados como despoblados. Y aunque todo ha cambiado,
como nos dice un biógrafo de San Juan de Ortega, aún queda cierta indefinible
sensación de soledad y tristeza. "Con el corazón encogido, bajo la umbría
de los robledales, subía desde Villafranca el peregrino, temeroso de
los golpes de su propio bordón, presintiendo lobos y bandidos. Aún no
existía en Valdefuentes el hospital que más tarde abrirían los cistercienses".
El camino desciende a la altura del Km. 85, donde hay un claro que se
nos antoja un oasis. Es Valdefuentes. Hoy queda solo el nártex
de la iglesia gótica dedicada a Santiago y que con un hospital para
peregrinos tuvo su importancia en la asistencia de los santiaguistas
en esta zona tan necesaria de atención, que hoy encuentran el lugar
"cobdiciadero para home cansado", que figura en una placa de
la ermita, recordando los versos de Berceo. En la otra margen de la
carretera, en la zona habilitada como lugar de descanso, la llamada
Fuente del Carnero por la cabeza que vigila la caída del agua, siempre
fresca y grata.
La
ruta santiaguista sigue, subiendo por encima de la ermita en forma de
pista forestal que nos lleva hasta las mismas puertas del santuario
de San Juan de Ortega; pista, que si no ha llovido y las roderas no
han ido a más, puede ser utilizada hasta por los "motóricos"; el arcén
de la N-120, que sería el otro camino alternativo, por nadie.
En San Juan de Ortega se entra por el camino que lame el ábside
de la iglesia románica que construyó San Juan de Ortega por los motivos
que acabamos de dejar expuestos. Hasta hace poco en la capital se oía
decir "si quieres robar vete a Montes de Oca". La vida de este Santo
Caminero, en forma de gozos, se canta con antigua tonadilla de resonancias
medievales en la procesión y romería del 2 de junio, aniversario de
su muerte, por las cofradías de 32 pueblos con ricas cruces procesionales
y pendones carmesí.
El albergue y hospital de peregrinos que construyó Juan fue modelo y
guía en su género para muchos otros en el Camino francés, que de modo
expreso tomaron sus estatutos. La voz autorizada de Don Nicolás López
Martínez ha resumido la opinión que merece la ingente obra de este santo:
"Históricamente dudo que nadie le pueda disputar la primacía en la tarea
santiaguista en la Edad Media. Desde Logroño a Burgos realizó la triple
función de arquitecto, ingeniero y sacerdote e hizo posible la canalización
segura de un movimiento vital que trae de Europa arte, letras, comercio
..., y devuelve fe, ecumenicidad, españolismo".
El santuario de San Juan de Ortega es hoy, como se ha dicho con frase
feliz, "un hito vivo en el Camino de Santiago", debido, en buena parte,
a su párroco, Don José María Alonso Marroquín, que ha sabido gobernar,
material y espiritualmente, el más famoso, y de imprescindible estancia,
de los albergues del Camino de Santiago. La atención religiosa no falta
diariamente en la iglesia donde se conservan los tres sepulcros del
Santo: uno en piedra sin ningún tipo de labra, que es donde está el
cuerpo santo envuelto en rica tela medieval; el segundo que no se llegó
a utilizar, es una excepcional pieza del románico con influencias bizantinas
que le vienen por el camino de peregrinación, Cristo Juez con el Tetramorfos,
Apostolado y la salida del alma del cuerpo del difunto. La tapa está
sin terminar y en ella se puede ver el proceso de talla que siguieron
los escultores medievales.
En la nave central de la iglesia, encima de la cripta, se ha colocado
el sepulcro gótico con escenas de la vida y milagros del Santo con una
ingenuidad en los relieves, como en el que se le ve atendiendo a los
peregrinos, que contrasta con la riqueza y perfección que empleó Gil
de Siloé para el resto del baldaquino. Este sepulcro lo mandó hacer
Isabel la Católica cuando acudió en 1477 en peregrinación al lugar en
súplica de un hijo varón, que obtuvo. Hoy sigue intercediendo por las
madres que tienen la misma aspiración y he oído que en el nacimiento
del actual Príncipe de Asturias estuvo una reliquia de San Juan de Ortega.
Los días de equinoccio (21 de marzo y 22 de septiembre), como en las
corridas de toros, a las 5 de la tarde (hora solar) y si el tiempo no
lo impide, se produce el "milagro de la luz equinoccial": un rayo de
sol se recrea en el bellísimo capitel románico de la iglesia, se fija
en la cara y vientre de la Virgen María, gozosa en su máxima feminidad
y belleza, en el instante en que responde al ángel con el "fiat"
y el Espíritu Santo la cubre con su luz. Sigue la Visitación, el sueño
de San José y una animada Natividad.
El sabio maestro cantero acertó con el emblema del lugar que, desde
su comienzo, sería el primer santuario de fecundidad en el Camino de
Santiago. El mismo San Juan de Ortega había sido concebido cuando sus
padres tenían una edad avanzada. La corte de los Austrias también se
acordó de este taumaturgo de los Montes de Oca (el escudo de Carlos
II el Hechizado preside el claustro nuevo del siglo XVII), pero nada
valieron ni la intercesión del Santo de Ortega, ni la óptima disposición
de las dos buenas mozas reales con que le maridaron: a todo se resistió
el hechizo.
Está aprobado un importante proyecto, para la rehabilitación del claustro
y hospedería de este santuario y hospital de peregrinos a 1040 metros
de altitud, pero cuyos fríos siguen atemperándose con las cálidas sopas
de ajo que nunca les faltan a los peregrinos en este acogedor albergue;
acogedor para los romeros auténticos que no quiere decir cómodo.
Históricamente, siguiendo como venimos haciendo la ruta que nos señala
el venerable Codex Calixtinus, no hay duda que tras Villafranca Montes
de Oca viene Atapuerca y la ciudad de Burgos. Así que la dirección sería
Agés y Atapuerca; de este pueblo es curioso hasta el nombre con el que
los lugareños han hecho siempre broma; "Soy natural de Atapuerca,
me llamo María la Cerda y voy a lavar a la fuente Suciaca", (esto
último es simple corrupción de Santa María Egipciaca, por la ermita
que allí había). El lugar de la célebre batalla fraticida del año 1074
entre los reyes García de Navarra y Fernando I de Castilla, en la que
el navarro perdió la vida, pese a los esfuerzos de San Juan de Ortega
para evitar la pelea, queda señalado en el mojón de Piedrahita , que
se ha vuelto a conmemorar a primeros de septiembre con simulacros de
batalla medieval, despliegue de caballería y atavíos y, muy en particular,
el renombre, ahora universal, le viene por la reciente declaración,
el 30 de noviembre de 2000, de sus yacimientos prehistóricos como Patrimonio
de la Humanidad. Allí se han localizado los restos del Homo Antecesor
con 800.000 años de antigüedad; el antepasado común a nuestra especie
desconocido hasta los descubrimientos, aún en explotación, en las cuevas
y simas de Atapuerca. El Camino francés pasa cerca de estos yacimientos,
y otra entrada la encontraremos desde la carretera Logroño-Vigo (la
N-120) que alcanzaremos enseguida.
Pero a nosotros no nos queda otro remedio que evitar la en extremo accidentada
vía septentrional y elegir la opción sur desde el cruce de caminos,
a cien metros de la salida del monasterio, donde figura la indicación
de tres itinerarios distintos: nos tenemos que olvidar del difícil paso
por la sierra de Atapuerca y, siguiendo una remozada carretera que serpentea
en el monte, dirigirnos a Santovenia de Oca, Zalduendo, Ibeas de Juarros,
Castañares, Villayuda y Burgos.
Santovenia de Oca, a unos tres kilómetros. En lo alto la iglesia
bajo la advocación de Santa Eugenia, que tras el paso del tiempo nos
ha dado Santovenia. A sus pies el pequeño y animado pueblo en curva,
con buena fuente y costumbre de ver pasar a los peregrinos que siguen
rectos, poco más de un tiro de piedra, hasta la N-120, en cuya parte
meridional vuelve a aparecer la senda del Ministerio de Fomento que
no nos abandonará hasta Burgos, del que restan 19 kilómetros.
El primer pueblo que vemos aparecer enseguida es Zalduendo; por
allí pasó en 1736 el pícaro sastre Guillermo Manier, con tres
compañeros de su misma condición y que dejó un curioso memorial de su
viaje, mezcla de picardías, piedad y desvergonzado ingenio, y de cuyas
aventuras, junto con las de otros muchos pícaros, el que escribe ha
dejado cumplida referencia en otro lugar. Siguió el sastre picardo por
Ibeas y Castañares hasta Burgos, justo el itinerario que nosotros vamos
a seguir.
La nueva senda pronto cruza a la parte septentrional y vuelve otra vez
a la sur cuando le toca pasar bajo un arco del puente del abandonado
ferrocarril minero. Casualmente, la apertura de las trincheras para
la construcción de este viejo ferrocarril minero es la que ha dado lugar
al descubrimiento de los importantes restos paleontológicos de Atapuerca.
Un poco más abajo, en la vega, y ya todo será una llanura hasta Burgos,
aparece Ibeas de Juarros: a su entrada, a la derecha, en un pequeño
recuesto, a unos 50 metros de la carretera está la Cruz de Canto, una
piedra natural en forma de tau, que una tradición secular con serio
fundamento histórico, señala como mojón en el alto medievo de las tierras
del Reino de Navarra.
El camino histórico se adentra en el casco del pueblo que en su origen
se llamó Ibeas del Camino; hoy puede seguirse por el lateral de la carretera
en el lado Norte y visitar el museo de Emiliano Aguirre, centro de interpretación
de los descubrimientos de Atapuerca, que, al menos en proyecto, tiene
previsto un ascensor para las personas con discapacidad, aunque también
merece la pena un breve descanso al otro lado entre frondosos nogales.
Vamos a continuar por la senda ad hoc para peregrinos, con la advertencia
de que el itinerario que venimos siguiendo hasta Burgos, está atestiguado
como vía histórica de peregrinación desde el siglo X. Pasamos cerca
de San Medel, la antigua Villa Báscones, en la estrada de Nájera a Burgos,
y precisamente en estas cercanías es donde se ubicaba un hospital del
que era dueño el conde García Fernández, tal como lo atestigua una escritura
de 971: domum meam propiam, quod es hospitale in camino publico,
cue venit de Naxera, cerca de Villa Bascones. Nos encontramos con
una de las más antiguas citas de una vía de uso jacobeo.
Seguía
y sigue el Camino de Santiago apacible y distendido por la vega del
Arlanzón hasta Castañares, con su soto de chopos, su pequeña
historia santiaguista, para acercarse hasta Villayuda. Éste
es un barrio de Burgos con los inevitables antecedentes jacobeos: a
su salida, en dirección a la Capital, se juntaban los jacobitas que
habían optado por la vía norte, pasando por Atapuerca, con quienes habían
seguido la Calzada Real por Arlanzón.
Hoy el genuino camino utiliza un paso subterráneo bajo el ferrocarril.
La carretera de Logroño toma ahora el nombre de la Constitución Española,
y el barrio el del Capiscol. Desde donde está la iglesia partía un camino
(hoy, más o menos, la avenida Eladio Perlado) que conducía a la iglesia
Santa María la Real y Antigua de Gamonal, de cierto renombre entre los
romeros y parada obligatoria para quienes habían seguido la ruta de
Bayona o desde Atapuerca por Villafría. La iglesia de Gamonal, del siglo
XIV, con planta de cruz latina, custodia un calvario gótico, como la
iglesia, y la Virgen tutelar con el Niño. A la salida se halla la cruz
del peregrino, un notable crucero del siglo XV en cuyo fuste destaca
la imagen de Santiago.
Una buena sugerencia, regresando al Capiscol, es buscar la pasarela
que cruzando el río Arlanzón conduce a la Fuente del Prior y a la Cartuja
de Miraflores. Algunos peregrinos históricos, como Doménico Laffi
hacían una visita a los padres cartujos, anotando que éstos allí dan
"la passada a li peregrini, di pan e di vino". Y no son pocos los que
en la actualidad siguen esa costumbre. Hoy, acercarse a la Cartuja es
revivir uno de los momentos de máxima espiritualidad que nos puede ofrecer
la calzada de romeraje. El Santiago Peregrino del altar mayor, obra
de Gil de Siloé, es una de las tallas más elegantes y esbeltas de todo
el gótico florido español. El incomparable sepulcro de Juan II y Doña
Isabel de Portugal, justifica con creces la calificación que Gómez Moreno
hizo de los Siloés como "Águilas del Renacimiento". La sonrisa o el
dramático misticismo, según el punto de observación, de la imagen del
San Bruno de Pereira siguen hoy conmoviendo los espíritus.
Volviendo al Capiscol, en las proximidades de su antiguo molino se juntaban
los tres itinerarios compostelanos que abocaban a la Cabeza de Castilla,
en la que penetraban por el camino de las Calzadas (el plural, como
acabamos de ver, queda justificado por la conjunción de todos los caminos),
pero antes un poco de historia.
Estamos entrando por el viejo camino de las Calzadas en la Cabeza de Castilla
y corazón del Camino de Santiago. La ciudad fue fundada por mandato de Alfonso
III en el 884, encomendándole al Conde Rodríguez Porcelos la población en
torno al castillo al que se aproximaba la Vía Aquitana, Astorga-León-Burdeos,
primer gran conductor de las peregrinaciones a Compostela. Buen lugar de acceso
a las tierras norteñas era la vega del Arlanzón; precisamente por ello nace
el castillo y la ciudad: para contener las incursiones moras que amenazaban
el reino astur-leonés.
Como todo castillo que se precie en España, el de Burgos ha sido prisión
de amores, de guerra o de reyes. Hasta aquí gentilmente el Cid Campeador,
alférez y amigo del Rey Don Sancho, condujo por la sirga santiaguista,
como penitente peregrino, a Alfonso VI desde Carrión de los Condes,
en cuya iglesia de Santa María le había prendido, y más tarde hasta
Sahagún, en cuyo célebre monasterio de San Juan tomó hábito el monarca
Alfonso VI, que pasados los años, tras la muerte de Don Sancho en el
cerco de Zamora, llegaría a ser el máximo impulsor y protector del Camino
Francés. Sahagún sería desde entonces "la niña bonita de sus ojos" y
el Cid Campeador un súbdito de conveniencias a quien nunca dejó de perder
de vista el poderoso monarca.
Pero en lo que más destacó Burgos fue en su hospitalidad. Es dato conocido
y que no suele omitir ninguna guía, el recordatorio de los 32 hospitales
con que llegó a contar la ciudad y que sorprenden a H. Künig von Vach.
En este ambiente hospitalario una monja andariega, Santa Teresa, exclama:
"Yo he visto loar la caridad de esta ciudad, más no pensé que llegara
a tanto".
Es el tiempo y ciudad en que el erasmista ilustrado que nos deleita
con El viaje de Turquía, comienza su relato en Burgos con "frescas
arboledas, diversidad de gente que invitan al goce, variedad de naciones,
multitud de lenguas y trajes que el Señor Santiago los pone por huésped
en su peregrinaje", y recoge el desvergonzado diálogo caminero de tres
pícaros del Camino, con nombres familiares en la literatura de la época,
Juan de Voto a Dios, Pedro de Urdemalas y Matalascallando, que ya anticipan
lo que pueden dar de sí sus aportaciones al Camino Francés (trapacerías
y engaños sin cuento, algunos la mar de divertidos, que hemos recogido
en otro sitio). Estamos en el siglo XVI; los ricos mercaderes hacen
ostentación de lo que han ganado con el comercio de la lana. La ciudad
está en su apogeo; a los peregrinos nada les falta y quedan deslumbrados,
más aún por los milagros del Santo Cristo de los agustinos, que no admiten
competencia, que por la imagen de la Catedral que sí la admite.
Nosotros,
como anticipamos, vamos a seguir el camino de las Calzadas y luego su
calle: desde el final de ésta se divisan las agujas de la catedral.
Llegamos a la plaza de San Juan, la estatua ecuestre es la del conde
fundador de la ciudad. Estamos en un espacio jacobeo, cuyo origen está
en la erección por Alfonso VI de la capilla de San Juan Evangelista
dotada de un pequeño hospital de peregrinos y de un cementerio. La venida
del monje francés Adelelmo, traído de Casa Dei por la esposa borgoñona
del rey, Doña Costanza, va a revolucionar la ciudad que acabará tomándolo
por patrón: se engrandece la capilla y el hospital del que San Lesmes
será el primer prior. Este monje, como los otros santos camineros, se
distingue por la delicada atención al peregrino; cuando es necesario
va en su busca, y por el cuidado que pone en obras públicas que sanean
la ciudad y facilitan el tránsito. Una acertada puerta de bronce inaugurada
hace poco tiempo, que da acceso a la iglesia, reproduce alguna de las
escenas más destacadas de la vida de San Lesmes. De las cuatro representaciones
de Santiago que hay dentro, a mí siempre me ha gustado y enseño la que
se encuentra en un lateral del primer sepulcro renacentista, nada más
penetrar en la iglesia: corresponde a Don Diego de Carrión, como uno
más de aquellos ricos comerciantes del fastuoso Burgos del siglo XVI.
Es un Santiago Peregrino en piedra, casi pelirrojo, sombrero con atributos
de peregrino, barba arreglada; lleva túnica larga, bordón y un rosario
de cuentas gruesas; al cinto la calabaza dorada, vaina de cuchillo vacía
en son de paz, en la siniestra un libro, camina descalzo en dirección
a su calzada y medita; tiene algo de seductor.
La calle-camino pasa por el puente sobre el río Vena y bajo el arco
de San Juan, sigue por la calle de este nombre hasta empalmar con la
de Avellanos. Antes de seguir por la de Fernán González, con un mínimo
desvío a la derecha, se puede cumplir con el ritual de visitar la iglesia
de San Gil, tal como hacían muchos peregrinos recordando que en el Liber
Sancti Jacobi, en su primer itinerario por tierras francesas, en
Arlés, se sitúa el sepulcro del "gloriosísimo cuerpo de San Gil... después
de los profetas y los apóstoles, nadie más digno que él entre los santos,
nadie más santo, nadie más glorioso, nadie más rápido en auxiliar".
Su santuario fue de los más visitados en el Camino de Santiago en Francia,
de acuerdo con la fama de "rápido" protector en diversas necesidades,
la esterilidad y enfermedades de la mente entre ellas. Esta iglesia
de San Gil posee algunas capillas, como la de la Natividad con bóveda
calada; sepulcros (a algunos les llama la atención el del rico mercader
con sus dos esposas, yacentes una a cada lado); el retablo de la Virgen
de la Buena Mañana. Obras de arte tardo góticas y renacentistas en las
que se ve la mano de los grandes maestros burgaleses.
Volvemos
al comienzo de la calle-camino de peregrinación que es la actual de
Fernán González, caudillo de la Castilla eterna que hace y deshace a
los hombres. En la antigüedad esta vieja y populosa rúa, estirada
por mor de la topografía y por el influjo del paso de los peregrinos,
dio su peculiar fisonomía alargada a la ciudad; tenía varios nombres
a lo largo de su recorrido: San Llorente, Cornería, Tenebregosa y Viejarrúa.
A la altura del tramo de la Cornería sigue llamando la atención de todos
los peregrinos que han sido y son la fachada de la Coronería en la Catedral,
con el apostolado y en su tímpano la escena del Juicio Final presidida
por Cristo Juez, al que se someten los que ha llamado el Padre Eterno
tras culminar su peregrinación en esta tierra. La casa con puerta abierta
es la Jerusalén celestial; San Miguel pesando las almas, el demonio
haciendo su oficio; la Virgen y el Bautista intercediendo; los justos,
reyes, monjes, un obispo a la diestra del Juez, los réprobos desnudos
a la izquierda son arrojados a las calderas; demonios del Bosco se ajetrean
en el infernal trabajo.
Para meternos en la catedral, hoy perfectamente visitable por todas
las personas con discapacidad, creo que es mejor dejar hablar a peregrinos
como Álvaro Cunqueiro, en aras a la brevedad y maestría de pluma:
"Pero Burgos es la famosa catedral, esa flor del gótico, enorme y delicada.
Las finas flechas pesan menos que el aire que habitan. Las esculturas
de la puerta del Sarmental, las maravillosas escenas esculpidas en el
trasaltar por un escultor que fue peregrino, Felipe Vigarny, la capilla
del Condestable de Castilla... Pero la Catedral, para el peregrino,
es el Cristo famoso. Se dice de Él que fue esculpido por Nicodemo, que
aún tenía en los ojos el rostro verdadero del Señor. Fue encontrado
en el mar, en una caja que se balanceaba en las ondas. Un mercader de
Burgos lo compró en Flandes y lo regaló a la iglesia de los agustinos.
Siempre se creyó que el Cristo sudaba, y un peregrino, sastre picardo,
Manier, contará en toda Francia que a la imagen se le hacía la barba
y le cortaban las uñas".
En otro lugar, el que esto escribe ha dicho: "Al menos en tierras de
España, antes de llegar al Finisterre, la vivencia más impresionante,
y que aún a fuer de esperar a que llegase el viernes ningún peregrino
dejaba de sentir, era la visita al convento donde se veneraba el Cristo
de San Agustín, al final del barrio de la Vega en Burgos. La fama del
Santísimo Cristo de los agustinos alcanzó a todo el mundo cristiano,
incluidas las Indias Orientales y Occidentales, y sus milagros llegaron
a ser algo así como si Dios Hijo en carne estuviera clavado aún en la
cruz."
"Ningún romero pasó por la Cabeza de Castilla sin visitarlo: reyes,
todos; santos, embajadores, comerciantes y el pueblo llano se postraron
a sus pies y engrandecieron el convento de los agustinos con lámparas
de oro y plata, junto a generosos donativos. A expensas de Felipe II
se construyó en el convento el "cuarto del Rey", en el que se hospedaba
cuando sus visitas a esta ciudad, lo mismo que Felipe III y Felipe V".
Tras
la desamortización de Mendizábal, el Santísimo Cristo de San
Agustín pasó a una capilla en la Catedral de Burgos, abierta al culto
cotidiano. Esta imagen conocida como el Santo Cristo de Burgos ha sido
objeto de una reciente restauración que ha puesto en evidencia alguno
de sus fantásticos secretos, propios de las imágenes de representación
y que hacen aún más comprensible las canciones de los peregrinos franceses:
"A Burgos, grande et belle ville,
Nous pélerins, visitâmes la belle église
Des Augustins.
Ces pères fueren nos montrer
Le grand miracle
De voir un crucifix suer:
C'est chose veritable".
No podemos alargar esta guía con detalles de la Catedral. La completa
restauración que se está culminando, por fuera y por su interior, de
este bien Patrimonio de la Humanidad, muestra al viajero en este tercer
milenio una nueva faz que tiene el acierto paradójico de reflejar mejor
lo que fue la vieja catedral en sus mejores tiempos. Nosotros, como
peregrinos, solo nos detendremos en lo que hallemos a nuestro paso;
por ello seguimos la ruta de peregrinación y a la derecha, dentro de
la misma zona de directa influencia de la Catedral, aparece San Nicolás
de Bari. La primitiva construcción románica fue sustituida por la iglesia
que ahora vemos, casi cuadrada y más famosa por el contenido que por
el continente. San Nicolás era, y es, el patrón protector de los viajeros
por tierra y mar; lo tuvieron muy en cuenta los santiaguistas y los
comerciantes, como los afamados burgaleses que se enriquecieron y embellecieron
Burgos con las ganancias del comercio de la lana que enviaban en barco
desde Laredo a los Países Bajos, como es el caso del mercader Gonzalo
López de Polanco, mecenas del retablo mayor.
En el retablo del altar mayor, sorprendente joya única en piedra de
Hontoria, en la que un miembro de la saga de los Colonia dejó muestras
de su genial maestría, 132 ángeles rodean la coronación de la Virgen
María. Las historias de toda la vida, junto con la del santo de Bari,
tienen su particular espacio en este excepcional retablo plagado de
detalles curiosos, como esas naves de fines del XV cuya precisión en
los aparejos ha servido a los fastos del Centenario del Descubrimiento
de América para una mayor fidelidad en la reproducción de las carabelas
colombinas.
No nos hemos ido de San Nicolás: al final de la nave del Evangelio una
pintura de comienzos del XVI y posiblemente de Alonso de Sedano, representa,
en grandes dimensiones, el Juicio final con el Apostolado, guardando
la forma en arco que revela su primitiva pertenencia al remate de un
altar. Ha estado relegada, hasta una de las exposiciones sobre las Edades
del Hombre, tras un altar que impedía su contemplación. Cuando se colgó
por primera vez el retablo, todo él de pinturas sobre tablas, debió
de causar cierto alborozo entre los fieles. Repite la escena del Juicio
Final, tan cara a la iglesia. No falta ninguno de los elementos del
tímpano de la Coronería, San Miguel, de cuya balanza tira un demonio
tumbado en el suelo, la Virgen y San Juan Bautista intercediendo ante
Cristo Juez, los demonios son los mismos; los que se salvan llevan el
paño de castidad; los condenados están en cueros vivos; el realismo
es total; algunos son frailes con una clara tonsura; a la altura del
vientre de un demonio alado, de los que atropan a los réprobos, sale
la cara de un personaje de tamaño mayor que las otras, que alguien quizás
reconociese. En aquella época no se debió de considerar (hoy tampoco
lo sería) el conjunto más adecuado para presidir la mesa de un altar
con celebración cotidiana, porque distraería a los fieles.
Seguían y siguen los romeros por la calle de Fernán González y lo primero
que encuentran a la derecha es el arco del caudillo de la Castilla condal
que da nombre a la rúa alargada que pisan. Un poco más adelante, en
la misma mano, el Solar del Cid: unos monolitos con el escudo de la
ciudad y el del héroe castellano por antonomasia, Rodrigo Díaz
de Vivar, marcan el ámbito que ocupaba en Burgos la casa en que moró,
siempre por poco tiempo; su vida fue todo menos reposada.
Antaño esta zona de la ciudad era populosa y animada: mercaderes, tiendas,
talleres de platería, talabarteros, tenderos de ricos paños y vendedores
de vino para los caminantes, como la célebre y potentada doncella Dª
Elvira González, la "Cordobanera", fundadora en su testamento de 1341
del hospital Santa María la Real, cabe el arco mudéjar de San Martín
que se cuida, además, de ordenar una manda de "çient pares de çapatos
para romeros e romeras del camino" y de proveer generosamente el
establecimiento que funda entregando hasta su propia y rica cama, mandando
que en tal lecho "non se eche si non romera onrada" y de no olvidar,
con exquisita meticulosidad femenina, que quede bien dotado de vino
su hospital para lo que ordena que las bodegas sean mantenidas con sus
cubas "e que esten siempre buenas e sanas para provisión del dicho
ospital".
Tras pasar bajo el arco mudéjar de San Martín que se abre en la muralla
medieval, el Camino desciende hacia el barrio de San Pedro, calle del
Emperador, y prosigue por la de Villalón hasta enfilar el puente de
Malatos por el que se salva al Arlanzón. Los malatos eran los enfermos
de lepra, familiares al Camino de Santiago; su hospital estaba muy próximo
y dio nombre al puente.
Si no se tiene demasiada prisa, ya que cae al lado del Camino, es una
experiencia enriquecedora acercarse al Monasterio de la Huelgas Reales,
fundación en 1187 de Alfonso VIII el de las Navas de Tolosa y de su
esposa Leonor de Inglaterra, hermana de Ricardo Corazón de León, que
incorporado a la orden cisterciense pasó a ser la más rica abadía de
Castilla, panteón real y lugar de profesión religiosa de las grandes
damas medievales.
De la abadesa de las Huelgas, con privilegios regios y cuasi episcopales,
un Cardenal llegó a decir que si el Papa hubiese de casarse no encontraría
mujer más digna que la abadesa de las Huelgas.
Del Monasterio puede decirse hoy que constituye la mayor sorpresa artística
que pueda encontrar un amante del arte que desconociese lo que cobija:
desde el panteón regio en el que destacan las arcas sepulcrales de los
fundadores, con castillos y leopardos de los Plantagenet, y hasta cincuenta
sepulcros, pasando por el museo único de ricas telas medievales, instalado
en una sala del claustro con yesería almohade policromada, hasta las
varias muestras del arte árabe en puertas y bóvedas, destacando la capilla
mudéjar de la Ascensión, abierta por arcos en herradura, con bóvedas
califales a lo que hay que añadir en la clausura no visitable la capilla
del Salvador, sorpresivo conjunto mudéjar del siglo XIII. Y aún queda
la también mudéjar capilla de Santiago del Espaldarazo, a la que da
nombre la escultura románica estofada al gusto morisco con brazo articulado
y espada, movibles mediante un artilugio situado en la espalda, con
el que el Hijo del Trueno, patrón de España y caballero celestial, armaba
caballeros a los reyes y grandes; su espaldarazo servía para salvar
el problema de no encontrar caballero con categoría superior para armar
al Rey. Así, este Santiago sin levantarse de su silla, arma caballero
a San Fernando en 1219, al príncipe Eduardo de Inglaterra en 1255...
Son tantas las muestras del arte árabe, que al igual que en el juego
de la gallinita ciega, si se le levantase la venda a un visitante en
alguna de estas capillas, es muy posible que la situase en cualquier
lugar del Andalusí y nunca en la Burgos medieval, tan lejos de la morisma
pero con sus alarifes siempre al servicio de los reyes castellanos.
A la Abadía de las Huelgas se le había encomendado la atención del Hospital
del Rey, fundación del mismo monarca en 1195 para el socorro de
peregrinos, situado a un kilómetro, atravesando el Parral del que se
obtenía un pobre vino destinado a los santiaguistas. Hoy el Parral está
sombreado por chopos centenarios, en su centro está situado el albergue
municipal de peregrinos y, en este espacio del Patrimonio Real, Burgos
se da cita en la gira del Curpillos.
Estamos en lo que fue un santuario del Camino y, con pocas dudas, el
hospital de peregrinos más importante en todas las calzadas santiaguesas
de Europa. Santiago sedente, cobijado en una venera plateresca, nos
recibe encima del arco de la bella puerta de romeros, flanqueado por
los escudos de Castilla y León. En el lugar más elevado, como corresponde
a la tradición, San Miguel, protector de caminantes, alanceando al dragón.
En el patio de romeros, a la derecha, la casa del mismo nombre, antigua
hospedería. En su frente cuatro arcadas platerescas con una amplia cornisa
plena de veneras y bustos, y un ático en el que los escudos de Castilla
y León centran a un esbelto Santiago Matamoros bajo una cartela imperial:
"Beatissime Jacobe, Lux et Honor Hispaniae, Venerande Patrone, custodi
nos in pace".
La gran sala de este hospital, a la que se accedía por la puerta de
la acogedora Magdalena, que aún se conserva, aposentó durante siglos
a muchedumbres de peregrinos sin distinción de ningún tipo. Puerta abierta
día y noche para quien demostrare su condición de romero. Doménico Laffi
llega a decir que este hospital era "de tales proporciones que parece
él solo otra ciudad, de forma que no haya otro comparable en España.
Puede albergar a dos mil personas e imparten a los peregrinos gran caridad
y les dan un trato muy bueno en la comida y en la cama". Künig decía
que "daban de comer y de beber hasta saciarse". La fama, medios y atenciones
de este Hospital del Rey fueron proverbiales. Los batientes de la puerta
de la iglesia son la más bella poesía jacobea en madera de nogal que
se ha escrito a lo largo de la ruta jacobea en toda Europa. Con acierto,
más de un estudioso de las peregrinaciones la ha escogido como portada
o contraportada de sus libros. Gómez Moreno la atribuye a Juan de Valmaseda,
aunque, por su extraordinaria categoría y motivos, no es aventurado
suponer que en ella tuvo algo que ver uno de las Águilas del Renacimiento
como Diego de Siloé. Sorprende el realismo del caminar ininterrumpido
de los jacobitas, la ternura de la madre que, sin detener la marcha,
amamanta a su hijo, la anatomía del peregrino viejo asceta que, casi
desnudo, encabeza la comitiva apoyado en un rústico bordón del que pende
una calabaza y mira a Santiago que, en el otro panel de la puerta, señala
con los dedos el camino de Compostela.
En la parte superior, la escena del pecado original y la expulsión del
Paraíso, como prefiguración del destino peregrinante de la humanidad.
Eva es de una belleza excepcional y parece ajena a su pecado, en rudo
contraste con la faz desesperada de nuestro primer padre.
Fuera,
al otro lado de la calzada de peregrinos, la capilla que guarda el cuerpo
de San Amaro, peregrino francés que, atraído por la obra del hospital
y la singular oportunidad de entregarse al hombre como imagen de Dios,
se queda de por vida a su servicio y cuando es necesario sale a buscar
enfermos que transporta hasta el hospital, como un nuevo San Cristobalón,
en sus robustos hombros. En el recuerdo las chiviritas del Parral que
tantas veces de niños pusimos en su sepulcro. En el túnel del tiempo,
el camposanto de peregrinos europeos que rodea la ermita del dulce San
Amaro; y es que el camino lo fue también de enfermos, de muerte esperanzada.
Raro era el hospital importante que no tuviera un cementerio anejo y
en el que no figurasen, dentro de sus constituciones, normas para atender
al peregrino en sus últimos momentos.
Se despedían los romeros de San Amaro, y los de hogaño, igual que los
de antaño, debían dirigirse hacia la población más inmediata dejando
a un lado Villalbilla; hay que tomar el camino viejo de Tardajos; todo
se está acabando de construir desde el paso inferior del ferrocarril;
el campus universitario se extiende a ambos lados de la N-620 (antigua
carretera de Valladolid). Pasamos frente a la moderna y recogida iglesia
de la barriada del Pilar, con una notable colección de vidrieras catalanas,
relieves, pinturas y orfebrería, esta última de Maese Calvo.
Nada tiene de extraño que la autovía del Camino de Santiago, León-Burgos,
haya incidido en el Camino en su tramo final de Villalbilla. Se ha construido
un viaducto que, saliendo de la ladera del Castro salva el Arlanzón,
y por el pequeño rodeo a que obliga a los jacobipetas, se haya tenido
la idea de pedir disculpas en la forma que se lee en la placa que la
empresa pública Gical ha colocado en uno de los pilares del viaducto:
"Peregrino: perdónanos este pequeño rodeo.
Que tus querencias de andares infinitos se hagan realidad.
El río Arlanzón y nosotros te decimos ¡Ultreia!"
Se asciende hacia la familiar N-120, que aquí vuelve a aparecer y
se pasa por el puente del Arzobispo; dicen los ribereños que un clérigo
de esta categoría, buen pescador de caña, se había reservado el privilegio
de la pesca desde el palacio que la mitra burgalesa tenía en el pueblo
que, pasado el puente y en la revuelta de la carretera, aparece tras
el crucero: Tardajos. Su nombre si tiene que ver con los ajos
(aunque a comienzo del otoño celebren la fiesta de la patata; por eso
estamos donde estamos), como se acredita con la primera referencia documental
de 1041,Otero de Aggos (otero de ajos). A los pies de este otero
se sitúa la Deobrigula (ciudad de los dioses) celta y luego romana,
dentro de la Vía Aquitana, primer gran colector de peregrinos, que unía
Burdeos y Astorga.
La iglesia parroquial de Santa María tiene cierto interés. Ya no existe
la más antigua, la de la Magdalena, advocación muy de todos los caminos
de peregrinación, por cuanto tuvo de acogedora y hospitalaria. Por la
vieja iglesia pasó San Francisco de Asís camino de Santiago y aún se
recuerdan alguno de sus milagros.
El dicho caminero que popularizó a este pueblo y al siguiente:
"De Rabé a Tardajos,
no te faltarán trabajos;
de Tardajos a Rabé,
¡libera nos, Domine!
Lo llano y corto de la distancia (2 kilómetros), entre estas localidades
hacía del dicho un enigma, que tuve la ocasión de desentrañar
cuando un año, hace muchos, me encontré la vega totalmente inundada
por el desbordamiento del Arlanzón y el Urbel. Lo que no extrañaba a
los más viejos del lugar que lo habían conocido como algo frecuente.
Nos hemos alejado diez kilómetros de Burgos, y atendemos las señales
que nos dirigen hacia Rabé de las Calzadas; el nombre dice bastante.
Entrando en el pueblo, como en una plazoleta, está la fuente octogonal
de los peregrinos, a cuya agua suelen hacerle honor todos. La iglesia
parroquial está dedicada a Santa Marina, dulce Virgen galaica que nos
traen a su vuelta los romeros, advocación muy de ellos y familiar en
todo el Camino en España, que termina por avalar la raigambre caminera
de este pueblo de las calzadas. A la salida, primero se encuentra la
ermita de Nuestra Señora del Monasterio, y un poco más allá, a la misma
mano, el cementerio. En los bien cuidados espacios de este pueblo y
sus restauraciones, se nota la generosidad de un mecenas del que todos
hablan bien, Don Francisco Rivera Pampliega, al que le han dedicado
un busto.
Se sale por el Camino francés (como tal se sigue conociendo por los
vecinos) y pasada la última bodega, a la derecha, buscando siempre las
flechas amarillas, aparece uno de los tramos más auténticos y despoblado
del Camino. Hay que guiarse por las flechas amarillas y las personas
con discapacidad tienen que haber elegido otra de las opciones que se
indican en esta guía. El terreno asciende hasta una meseta desolada.
Hay fuertes roderas de los tractores. El suelo es bravío, prácticamente
hasta Castrojeriz, escoltado por cereales, perdidos o pedruscos.
El paisaje, quizás por una llamada ancestral de los caminantes, se está
animando por pequeñas montañas de piedras que dejan a su paso los peregrinos.
Esto tiene su historia antigua, pero, como decía Michael Ende, ésta
deberá ser contada en otro lugar.
De pronto, sin previo aviso, se inicia un descenso fuerte; es la "Cuesta
de Matamulos" y, a su bajada, se divisa Hornillos del Camino, "por ser
camino real por donde pasaban los peregrinos a Santiago, distante cuatro
leguas al poniente de Burgos". Alfonso VIII otorga en 1181 al monasterio
de Rocamador la posesión de este pueblo. Luciano Huidobro nos cuenta
que dicho monasterio dependía entonces del de Rocamador de Tulle en
Francia, y administraba la alberguería de peregrinos que se levantaba
junto al río Hormaza, un poco antes de entrar en el lugar.
Nuestra Señora de Rocamador, la bellísima advocación jacobea, que se
venera en la iglesia, cantada por el Rey Sabio, alentó la nostalgia
y animó el espíritu de los romeros durante muchos siglos, y la alberguería
fue alivio al cansancio de esta inclemente etapa mesetaria.
De la vieja casa rectoral y antiguo hospital de peregrinos solo queda
la fachada: arco de medio punto con cáliz y dos llaves que lo cruzan
y escudo con cruz del hospital bajo una ventana. Muy cerca, en una casa
de al lado, en el verano de 1990, mi amiga Lourdes Lluch, inauguró por
su cuenta, en el lugar del Camino que más se precisaba, por la situación
estratégica de Hornillos, etapa intermedia entre Burgos y Castrojeriz
y total ausencia del lugar donde dormir los peregrinos (unos utilizaban
el atrio de la iglesia, otros un breve espacio ruinoso casi a la intemperie),
inauguró, decía, un albergue privado gratuito. Esta pionera de la hospitalidad,
con su actuación, quiso devolver cuanto la estrada santiaguesa la había
proporcionado en su vida (luego la he visto haciendo de enfermera ambulante
por el Camino). En su honor construimos el albergue de la "Fuente del
Gallo", fuente que tiene una curiosa historia de cuando la revolución
francesa. Hoy no es menos curioso el historial del albergue, en mano
municipal, por los saneados ingresos que reporta a su detentador.
Hornillos sigue siendo uno de los más bellos ejemplares de la arquitectura
típica de la peregrinación: desde siempre ha estado en el camino a Galicia
y a fuerza de ver pasar a los romeros de toda Europa se le ha quedado
la traza alargada, como queriendo acompañarlos, por San Baudilio y Hontanas,
hasta las ruinas de San Antón.
A una legua escasa nos encontramos con el lugar de San Bol; quedan
cortas ruinas de lo que fue una granja de la orden de los Antonianos
de Castrojeriz que aparece ya citada en el Becerro de las Behetrías.
Aquí, al lado de la antigua fuente con arco de medio punto, se ha construido
un albergue para los peregrinos: es éste una construcción de piedra
bastante curiosa, con muestras de arte dejadas por alguno de los hospitaleros,
por lo general de nacionalidad extranjera, que coincide suelen ser gente
desenfadada y pintoresca.
Seguimos avanzando por la más prístina calzada jacobea que pueda
hallarse aún hoy en día, hasta llegar a Hontanas, pueblo de "fontanas"
que hace honor a su etimología; de una de ellas han tomado el agua los
pocos vecinos que quedan para hacer una piscina a la entrada del pueblo,
donde puedan refrescarse los santiaguistas. La otra, la de la Estrella,
es un completo ámbito del agua, fuente-lavadero-abrevadero, y de antañona
relación social, a la que siguen acercándose los peregrinos.
El conocido como el "Mesón de los franceses", en plena calle Real, antiguo
hospital de San Juan para pobres y peregrinos, ha sido restaurado no
hace mucho por el Ministerio de Fomento, consiguiendo lo que, en mi
opinión, es la mejor obra arquitectónica de recuperación y rehabilitación
de un hospital de peregrinos en España, que ha vuelto a prestar su primigenia
función gracias al esfuerzo del ayuntamiento y mujeres de esta hospitalaria
villa. Su iglesia, de generosas dimensiones, dedicada a la Inmaculada
Concepción, es del siglo XIV. A Laffi, el culto clérigo boloñés que
hemos citado en más de una ocasión, la jornada por estos lugares le
llenó de sobresaltos: se encontró desde Burgos con una nube de
langostas tan extraordinaria que le obligaban a caminar con dificultad,
"in guisa tale, che appena si puó vedere il cielo"; durmieron
de mala manera en una cabaña de pastores que les metieron el miedo en
el cuerpo con historias de lobos que andaban al acecho, lo que les hizo
esperar a que todos los pastores hubiesen salido al campo para reanudar
el camino.
El romero, siguiendo su marcha, de repente se encuentra con uno de los
más fascinantes lugares del camino: las ruinas de San Antón;
imponentes restos de una iglesia gótica con un viento romántico digno
de mejor suerte que el actual, decíamos hace cuatro Años Santos, y hoy,
entre tantos desaguisados y espolios, la "suerte" ha cambiado por el
empeño de un enamorado del Camino al que milagrosamente ha secundado
la propiedad de las ruinas que ahora están dejando de gritar al cielo.
El
convento de los Antonianos fue fundado por Alfonso VIII en 1146 con
la encomienda de curar a los enfermos del "fuego de San Antón", el ergotismo
gangrenoso que causó estragos en la Europa medieval. Rabelais en su
Gargantúa lo mienta varias veces, ya que debió ser un mal frecuente
en tierras galas. Su origen lo causaba el comer pan de centeno con cornezuelo
que se suprimía en la dieta que los monjes antonianos daban a los enfermos,
además de imponerles el escapulario con la tau prodigiosa que utilizaban
como símbolo y que aún aparece con profusión en los ventanales de las
ruinas y en objetos que se depositaron en el museo de Castrojeriz.
Los peregrinos, como hoy la carretera, pasaban bajo los arcos góticos
de la iglesia: a la izquierda, la parte ojival con 6 arquivoltas brutalmente
desgastadas en las que resulta imposible adivinar el mundo de los personajes
que las pueblan; enfrente las dos alhacenas de piedra en las que, cerrado
el convento al anochecer, se dejaban provisiones para los romeros a
quienes se les había hecho tarde su caminar: y es que San Antón fue
siempre lugar de acogida y protegido por Dios por estar señalado con
el Tau de la caridad que el Ángel del Apocalipsis colocará en la frente
de los predestinados.
Muy pronto desde el camino se divisa en la cumbre un alcor reseco, la silueta
maltratada y confundida con el terreno del castillo de Castrojeriz, el "Castrum
Sigerici" de la Crónica Albeldense y el "Quatre Souris" de las
guías de los peregrinos franceses que llegó a tener siete hospitales y una
pujante vida comercial. Un estudioso del Camino de Santiago como Don Gonzalo
Martínez no ha dudado en decir que Castrojeriz es, sin duda, la villa caminera
más importante, después de la ciudad de Burgos, en todo el recorrido de la
ruta jacobea en nuestra provincia.
A Castrojeriz, se puede llegar por cinco caminos; pero el caminante,
si es romero, solo puede hacerlo por uno: por el que traemos. Este viejo
castro tiene una historia antigua, fue cabeza de una próspera merindad
y ensayo de mudanzas sociales en una época en la que ser hidalgo era
mucho. Tuvo hace mil años (en el 974), por merced del conde Garci Fernández,
"el primer fuero castellano conocido y el único de la época condal"
con el que se abre la posibilidad de pasar a caballero villano, con
tal de que se disponga de arneses y caballo presto para acudir a la
guerra, pero, como ha recordado Ángel Ruíz Garrastacho, "sin
el esfuerzo el caballo resultaba una carga y hasta una vergüenza social".
Hoy, Castrojeriz es una villa pacífica plagada de recuerdos de su antiguo
esplendor y acoge al caminante, si como peregrino de a pie en dos albergues
municipales y si a caballo (de motor) en bien dotados establecimientos
de hostelería, de los que suelen ser familiares los santiaguistas, ya
que el ambiente es muy propicio para una visita. Mas algo más hay que
contar, siquiera un paseo por sus monumentos y vida.
El peregrino queda extasiado al divisar su inconfundible silueta alargada,
como un viejo lagarto al sol implacable de Castilla. Otero calizo y
reseco al que corona los restos del castillo, emblema de la villa. Viejos
álamos en la carretera-camino que nos conduce a la colegiata de Nuestra
Señora del Manzano; en su interior, en el altar mayor, brilla el mejor
oro de la época de los faustos borbónicos (Versalles nos viene a la
memoria) dando resguardo a una bellísima y turbada Anunciación de Mengs.
En una capilla lateral, escoltada por San José con el Niño y Santiago
peregrino, aparece la Virgen del Manzano, la misma de la que el Rey
Sabio narrara sus "miraclos" en cinco de sus Cantigas, sobre todo entre
aquellos que "a igresia facian a que chaman d'almazan". Sigue
la Virgen sonriendo a los romeros, con una elegancia y dulzura que el
paso de siete siglos, y pese a ser de piedra policromada, solo ha hecho
que engrandecer.
Entre bodegas, bien conocidas del que esto escribe y de las que más
de una vez ha salido con espíritu rozagante, se inicia la calle-camino
más larga desde Roncesvalles a Santiago. A la derecha, nada más reencontrarnos
con el caserío, el primer templo que hallamos es la iglesia y museo
de arte sacro de Santo Domingo: tapices de Brujas, representando las
artes liberales sobre cartones de discípulos de Rubens (tan interesantes
que fueron robados por la célebre banda de Erik el Belga y recuperados
en Francia en 1982), cuadros de Gerard David, Mateo Cerezo y Bartolomé
Carducho, bella orfebrería y mejor aún imaginería, Gil de Siloé, ricos
ornamentos, etc. Todo muy apretado, digno de un espacio más generoso,
sintiendo más que nadie esta queja, los sacerdotes que tuvieron la bendita
idea de formar el museo, aprovechando ahora la salida de varias de sus
piezas para la exposición mariana que se ha celebrado en la Colegiata
de la Virgen y la restauración del Claustro de San Juan, han decidido
que este último sea el definitivo contenedor de los fondos que no han
podido continuar exponiéndose por falta de espacio en esta iglesia de
Santo Domingo.
Más
adelante, en lo que llaman plaza, aunque en el trazado de las poblaciones
jacobeas no hay espacio para ellas, todo es calle y camino, apenas unos
restos de lo que fue iglesia de San Esteban (transformados ahora en
el segundo albergue de peregrinos) y en la voz popular, adverada por
el hecho documental, las monedas de oro medievales francesas e inglesas
que aparecieron en la sepultura de un peregrino.
Entramos en el barrio de San Juan; del antiguo comercio y abundantes
tiendas de antaño abastecedoras de las riadas de peregrinos apenas si
queda algo. Frente al albergue de peregrinos, la tradición sitúa en
un extraño edificio con fuertes vigas de madera que, según J.L. García
Grinda, por su mudejarismo pueden datarse entre los siglos XV y XVI,
la sede de una sinagoga. Hoy, la "sinagoga" es un buen lagar y bodega,
tan auténtico como le era su antiguo dueño; el único que cultivaba un
viejo majuelo, del que se obtenía el "churrillo", vino ligero y alegre
al que muchos éramos aficionados.
La siguiente y gran iglesia gótico tardía, la de San Juan, tiene aire
de fortaleza (hay un algo que nos recuerda al Temple). Es de majestuosas
proporciones, de planta de salón, y fue enriquecida por lo mejor de
la nobleza castreña, que al igual que la de la Capital participó del
negocio de la lana; quedan como más notables las capillas de Santa Ana,
que fundaron los Castro-Múgica y la del Dulce Nombre de Jesús, debida
a los López Gallo, en la que puede admirarse un políptico de doce tablas
originales de Ambrosius Benson: la cara de la Virgen, cuando la Anunciación,
es de una serenidad majestuosa. El corpachón del Ángel a media genuflexión
es algo ordinario (con perdón).
Posee esta iglesia un recoleto claustro del siglo XIV, con artesonado
mudéjar, que siempre se han empeñado las palomas en estropear y la Administración
en restaurar. Cabras en el monte y palomas en las ciudades - digan lo
que digan - acaban siendo dos problemas más a considerar por el hombre
civilizado.
Del pasado esplendor de este cuidado pueblo, hay que recordar que a
principios del siglo XIV la orden franciscana fundó dos conventos, el
de San Francisco: se fueron sus frailes y quedan las ruinas de su convento,
y no lejos el de Santa Clara. Allí, desde hace siete siglos, las madres
clarisas, depositarias del secreto de aquellos dulces que al final de
su vida demandaba el poverello de Asís a Doña Jacoba, la tarta
de almendras con higos, siguen con sus delicias para peregrinos: las
pastas jacobeas que el guía recomienda como regocijo del paladar.
Se
sale de esta alargada "villa caminera" cuando se culmina la calle Real.
Hay que cruzar la carretera y continuamos en la dirección que señalan
las flechas por al lado de la BU-400, dirección Castrillo Matajudíos,
que, al poco, nos lleva a la vega del Odra, que se salva por las alcantarillas
medievales de Bárcena. Y se inicia la célebre cuesta de "Mostelares",
nombre que hace alusión a los haces o mostelas que se hacían con las
plantas que cría el reseco y calizo terreno, que luego servían para
hacer fuego en los hogares castreños. Coronada la cuesta aparece el
páramo, pero merece la pena echar una ojeada desde este mirador a la
silueta del "viejo lagarto", a la vega del Odra. Hay un "apeadero" con
un monumento al Camino en el que todos los santiaguistas echan ancla.
La subida ha sido dura y por el oeste puede divisarse la vega del Pisuerga
y la llanada de los Campos Góticos. Por un camino que serpentea en lo
alto de la loma, tras un descenso se llega a la renombrada Fuente del
Piojo, con historia antigua de ganaderos y peregrinos. Lugar de despioje
y juego del piojo, que he contado en otra parte. En esta fuente siguen
bebiendo con regocijo y sin temor a parásitos los "transeúntes romeros"
a Santiago, como quedaban definidos los peregrinos en los estatutos
del hospital de San Juan de Castrojeriz.
Quienes no puedan subir la cuesta, no apta para ningún tipo de vehículo,
deben seguir el itinerario alternativo que recorren los ciclistas, y
enseguida se alcanza Castrillo Matajudíos. En relación con este
curioso nombre, en un afán exculpatorio más que de acuerdo con la realidad
histórica, se ha dicho que viene de "mota" (lugar elevado) o "mata"
(arbusto), pero la realidad es la de su inequívoco nombre: algunos judíos
expulsados de Castrojeriz fueron obligados a morar en uno de sus barrios,
en Castrillo; allí debieron continuar con algunas mañas usurarias, incluso
parece que establecieron una casa de juego. Siempre ha habido gente
de mal perder; fuera por una u otra causa, los de Castro, amparados
en su expeditivo fuero se acercaron un día al lugar ... y de allí viene
su nombre.
Pero no es esta sarracina-judiada lo que ha hecho famoso al pueblo ni
su iglesia de San Esteban con una torre que la Junta de Castilla y León
acaba de salvar; torre extraña a estos pagos y que podía pertenecer
a cualquier iglesia florentina. La fama de Castrillo le es debida por
ser el lugar de nacimiento del más ilustre ciego español, el músico
del Renacimiento Don Antonio de Cabezón, organista de las cortes de
Carlos I y Felipe II, a quien acompañó por toda Europa, revolucionador
de la música. Se ha dicho de él que fue el Bach español, aunque alguien
no ha vacilado en afirmar que "más acertado hubiera sido llamar a Bach
el Cabezón español...". La reliquia de la cabeza de Santa Úrsula, que
se conserva en la iglesia en un busto- relicario, fue uno de los regalos
que el elector palatino entregó a nuestro músico en Heidelberg en 1549
durante su estancia acompañando al Rey Prudente. Era Santa Úrsula la
capitana de las Once Mil Vírgenes. Atila quiso quedarse con la joven
Úrsula y como no fue posible dejó que corriera la suerte de las cinco,
ocho u once vírgenes que debieron ser las martirizadas (esto creo recordar
que lo trató Jardiel Poncela y a su autoridad me remito).
En la plaza de la iglesia de Castrillo, un antiquísimo edificio con
soportales fue hospital de peregrinos; entre sus atenciones figuraba,
al igual que como vimos en otros hospitales al comienzo de esta etapa
en tierras de Burgos, la de trasladar a los pobres peregrinos enfermos
hasta el lugar de acogida más próximo siguiendo la calzada de romeraje.
Ponte Fitero e Itero del Castillo: Llegamos al otro mojón de
la primitiva Castilla condal; el que completaba los límites entre Montes
de Oca, e de la otra parte Fitero el fondón.
La iglesia, en alto, rodeada por la puebla de las bodegas, es relativamente
moderna, del XVIII, con profusión de altares barrocos, está dedicada
a San Cristobal; su imagen grande, como corresponde al gigantesco pasador
de ríos, destaca en el altar mayor. En otra mota próxima se encuentra
lo que queda del castillo que da nombre al pueblo; hendida está la antigua
fortaleza con ajimeces góticos esperando mejores tiempos. Como esos
viejos majuelos, cuyo mosto fermentado en las bodegas que arropan la
iglesia y el castillo, ha encomiado más de un buen conocedor del mundo
vinícola. La conjunción de esfuerzos de Administraciones, instituciones
y personas del mundo jacobeo, están haciendo realidad que este edificio
cumpla un fin netamente jacobeo como es el de ser el "Torreón de la
Cultura del Vino en el Camino de Santiago" (esta guía tiene la satisfacción
de ser la primera en dar la noticia).
Volviendo al descansadero de la Fuente del Piojo y al Camino francés,
éste pasaba frente a la ermita y hospital de peregrinos de la aldea
de Puente Fitero donde en 1174 ya aparece documentada la existencia
de un hospital para la atención a los peregrinos. Restaurada la ermita,
del gótico primitivo con trazas románicas, gracias a las distintas colaboraciones
que ha sabido dirigir y aunar la Confraternitá de San Jacobo de Perugia,
presidida por Paolo Caucci, Presidente del Grupo de Expertos Europeos
del Camino de Santiago, que ha redescubierto en este lugar de Castilla
La Vieja, el cielo limpio de sus noches en que se ven las estrellas
de la Vía Láctea, primigenia guía de los peregrinos de siempre. Y por
el día, el mismo cielo inmenso y luminoso, incontaminado, que alumbra
los mejores pasos de los hombres.
El espíritu protector de los caminantes de San Nicolás de Bari, titular
de la ermita y hospital, sigue evidenciándose. La revista Peregrino
no ha vacilado en calificar de ejemplar y auténtico al pequeño hospital
de San Nicolás; y es que en este rústico recinto, reconsagrado por la
caridad de sus hospitaleros, de cuya acogida suelen degustar algunos
captadores de las esencias del Camino, se sigue atendiendo a los viajeros
de Santiago con finezas del alma que le hacen a uno sentirse orgulloso
de ser peregrino. Queda algo de lo mejor de la Orden de Malta.
Salimos de la "ermita de los italianos" y nos encaminamos hacia el río,
muy cercano, que lleva el agua "aunque el Duero la fama". Comprendemos
que el puente de la Mula (muga o mojón de la primitiva Castilla) llamase
la atención a Doménico Laffi, ya quedan pocos con su traza alomada;
la impresión que se tiene al cruzarlo es como si en lugar de once arcos
tuviese uno gigantesco y el Camino se acomodase a él.
El Pisuerga sigue tranquilo su curso y nosotros, por tierra más generosas,
el nuestro hacia la Jerusalén de Occidente. Adiós río, vamos
a cruzar los Campos Góticos hollados por la sandalia enfervorizada de
tantos peregrinos que nos precedieron en la aventura ilusionada del
Camino. Dejo la pluma y el bordón en manos de un viejo amigo.
Pablo Arribas Briones