EL CAMINO DE LEÓN
CUANDO EL PEREGRINO, QUE TIENE COMO META EL CAMPO DE ESTRELLAS DEL APÓSTOL,
ENTRA EN TIERRAS LEONESAS, EL CANSANCIO ACUMULADO PARECE LIBERARSE Y SE TRANSMUTA
EN UN ESPÍRITU EMOCIONADO Y UN CORAZÓN DE LEÓN. YA LO SABÍAN QUIENES JALONARON
LA RUTA XACOBEA DE IGLESIAS Y POSADAS, DE MONASTERIOS Y SANTUARIOS.
Le da la bienvenida la que fue denominada en su día, "ciudad llena
de toda clase de prosperidades", Sahagún, que llegó a tener hasta
cinco hospitales y un buen número de iglesias y conventos. Su esplendor
medieval dependía en buena parte de la abadía benedictina de San Facundo,
y gracias a un ventajoso fuero que el rey Alfonso VI concedió al Abad,
a la sombra del monasterio surgió uno de los burgos más importantes
de la Baja Edad Media Hispana, hasta el punto de ser considerado el
"Cluny español". El camino de Santiago fue un camino de convivencia,
un crisol de culturas, y debido a esta influencia, Sahagún se convirtió
en una ciudad plural y abierta, donde convivieron hombres de las más
distintas razas y culturas, desde comerciantes francos y de otras nacionalidades
hasta musulmanes conversos, judíos y otras diversas etnias. Todavía
podemos admirar en Sahagún hermosas construcciones de arte mudéjar,
como la Iglesia de San Lorenzo, donde el ladrillo sustituye a la piedra,
y se proclama la fusión de culturas y la pluralidad del espíritu.
Pero
es hora de seguir el camino. Las primeras pallozas nos delatan que nos
acercamos a El Burgo Ranero, donde crece el trigo limpio de la Tierra
de Campos. El hito siguiente es Mansilla de las Mulas, la bien amurallada,
una villa que aún conserva el carácter medieval donde saludamos al Monumento
del Peregrino, uno de los más grandes y bonitos que existen lo largo
de la ruta jacobea. Se presiente la cercanía de León y el ánimo agiliza
nuestro peregrinaje. Pasado Villamoros cruzamos los veinte ojos del
Puente de Villarente, y tras ascender el alto del Portillo, divisamos
León. ¿Qué decir de una ciudad donde el espíritu se ha hecho piedra
y vitral en la catedral, la Pulchra Leonina, la mayor manifestación
de un gótico enamorado de la gloria, en la que su arquitectura no se
fundamenta en proporciones humanas sino en la búsqueda teológica de
la Jerusalén celestial? De la conmoción que la catedral suscita
en quien la contempla advierte Gamoneda: "Si de la suave mano de
la noche / llegas a este lugar, oh caminante, / cuida tu corazón. Yo
te lo aviso / porque el aire peligra de belleza".¿Y como no adentrarse
en lo más hondo de uno mismo, al contemplar la Basílica de San Isidoro,
la capilla sixtina del arte románico, un prodigio de ascetismo y de
vida interior? Paseamos por la ciudad vieja, por el Barrio Húmedo, un
laberinto de callejuelas que nos evocan un ayer que como diría Victoriano
Crémer hay que recorrer "apretado a sus sombras moradas, a la herida
de hielo que en la luna se repite". Desde San Isidoro, llegamos
hasta San Marcos, con una fachada plateresca y portada barroca. Antiguo
hospital medieval, y posada de peregrinos fue definido por Cremer como
"un río cristalizado, espuma para ceñir cabezas peregrinas, lecho
de plumas para apostólicos azares".
El
Apóstol nos llama y dejamos León, entrando en el Páramo, donde las poblaciones
tienen nombres con reminiscencias jacobeas. Trobajo del Camino, con
su ermita dedicada al Apóstol, La Virgen del Camino, San Miguel del
Camino, la villa hospitalaria, San Martín del Camino con una iglesia
dedicada al patrón de los peregrinos. Y cruzando el Puente de Órbigo,
quizás el más famoso de toda la ruta jacobea, nos saludan las hermosas
casas blancas de Hospital de Órbigo, la villa de los Caballeros de San
Juan de Jerusalén que fue Encomienda mayor de la Orden. Frente a la
iglesia persiste la cruz de los Caballeros, el solar del hospital y
el crucero de los peregrinos.
Entramos
en tierras maragatas y lo primero que llama la atención de la Maragatería
es su autenticidad, su total ausencia de mixtificación, una fidelidad
profunda a sus raíces. El maragato es leal con sus tradiciones, y está
orgulloso de ellas, las conserva, las defiende, y hace del ayer su estandarte,
del pasado su blasón, y de su historia, una bandera. "Es la maragata
gente, noble, leal y valiente", reza la leyenda que está escrita
en el cinto de colorines, con el que los maragatos sujetan sus bragas
negras de raso, que con la almilla, el chaleco rojo, las polainas y
el ancho sombrero con borlas episcopales, conforman su traje típico.
Su capital es un prodigio de historia. La antigua "Austurica Augusta"
de los romanos, siempre mantuvo una sólida vinculación con el Camino.
Era tan abundante la oferta de hospitales y posadas para el peregrino
que se creó la figura del "veedor", éste era el encargado de
visitar al anochecer todos los establecimientos para que los pobres
y los viajeros no repitiesen cada jornada en uno diferente y permaneciesen
meses gratuitamente en la ciudad. Admiramos su catedral, y visitamos
esa joya de Gaudí, el Palacio Episcopal, que cobija el Museo de los
Caminos. Hay que seguir en dirección al Monte Teleno, mientras la maragatería
acoge al peregrino con su proverbial hospitalidad. Se suceden pueblos
con nombres sonoros: Val de San Lorenzo, Luyego, Chana de Somoza o Castrillo
de los Polvazares, con sus ventanas y puertas de color verde, enmarcadas
en blanco en contraste con el ocre de la piedra.
Difícil y escarpada es la ruta que nos lleva al Teleno, tiempo para
reflexionar sobre la necesidad y el esfuerzo, sobre la resistencia moral
y el sacrificio. Coronando el puerto de 1.504 metros de altitud, nos
espera la Cruz de Ferro, sencilla, sin oropeles, y en su aparente ausencia
de majestad reside toda su grandeza. Es la cruz más querida del peregrino.
Hay que arrojar a sus pies una piedra, sumándose así a una tradición
milenaria para pedir protección en el viaje.
Si la subida es escarpada, la bajada también tiene sus riesgos, pero
el espectáculo es estimulante y agradecido. Tenemos el Bierzo a nuestros
pies. Mi querida e inolvidable patria chica es un impresionante circo
rodeado de montañas, una tierra adorada por los místicos y los heterodoxos,
pródiga en milagros y aventuras, madre de anacoretas y buscadores de
oro, de templarios que defendían la fe con la fuerza de su brazo, y
de eremitas que servían a Dios en la soledad del Valle del Silencio.
La orden del Temple, la más extraordinaria y misteriosa orden de caballería
está presente en Ponferrada, desde su solemne castillo a las encantadoras
callejuelas de su barrio medieval. Hasta Cacabelos, la villa del vino,
el peregrino se siente rodeado de viñas y frutales, y por una naturaleza
agradecida a la benignidad del microclima de esta comarca.
Nos da la bienvenida una villa extraordinaria en todos sus sentidos,
el último gran hito del Camino leonés, la Perla del Bierzo: Villafranca.
Villa abierta al peregrino, que rezuma historia en todas sus calles,
de impresionantes iglesias e históricas mansiones blasonadas, villa
rebosante de arte y cultura que parece haber sido concebida para el
deleite del espíritu. Es además la villa natural de los poetas, pues
el último domingo de primavera, desde hace cuatro décadas, se celebra
la fiesta de la poesía y en ella se dan cita numerosos escritores de
España e Hispanoamérica. Pero el punto de encuentro del Xacobeo en Villafranca
es la Iglesia de Santiago. Sus muros y pórticos medievales conservan
la huella de numerosos peregrinos que a lo largo de su historia, se
postraron a pedir fuerzas para llegar a Compostela, y se confortaban
al atravesar su Puerta del Perdón pues con este rito podían ganar el
mismo jubileo que en Compostela, si algún impedimento mayor les imposibilitaba
continuar el camino.
Dejamos Villafranca y acometemos la etapa más dura. Los límites de las
provincias de León y de Lugo se unen en la Sierra de los Ancares, uno
de los paisajes más extraordinarios que puedan admirarse, tierra de
creencias y leyendas, de hórreos y pallozas, una ruta salpicada por
bosques de hayas y robles, con pueblos que invitan a la dulce y descansada
vida lejos del mundanal ruido. El valle se hace cada vez más angosto
hasta que se inicia definitivamente el duro ascenso que nos abrirá las
puertas de Galicia. Ya casi en lo alto, la ultima localidad, Laguna
de Castilla, despide la ruta xacobea por tierras de León.
León aporta al Xacobeo una ruta plena de contrastes y paisajes, que
contribuye a reforzar la auténtica verdad del peregrino: que la prisa
es mala consejera, y que se ha de hacer camino en contacto con la naturaleza,
confraternizando con los demás, y descubriendo el mensaje espiritual
que está patente en un recorrido secular, jalonado de magníficas obras
de arte y de cultura, en las que tantas generaciones han dejado un testimonio
de fe, de esperanza, de amor y de gozo. Porque junto con la tierra y
el paisaje, el árbol y la Naturaleza, al amparo del albergue y tras
el esfuerzo de los kilómetros recorridos, realizamos también en cada
etapa una íntima peregrinación, que nos prepara en alma y cuerpo para
ganar el jubileo, en honor de un apóstol batallador, un evangelizador
valiente y un viajero infatigable. Su intercesión será decisiva para
que en la batalla cotidiana, sepamos afrontar con generosidad todos
los obstáculos. Santiago y su Camino nos ayudan a entender que la peregrinación
continúa constantemente dentro de nuestros corazones, ya que la vida
es un camino que rectamente hemos de recorrer, asumiendo con entusiasmo
nuestra condición de peregrinos en la tierra.
Luis del Olmo