ES TRADICIÓN PARA MUCHOS PEREGRINOS COMENZAR EN RONCESVALLES EL CAMINO
DE SANTIAGO.
A lo largo de este recorrido de más de 700 Kilómetros podremos encontrarnos
con gran cantidad de personas de distintos países y con un poco de suerte quizás
nos conozcamos mejor a nosotros mismos.
Lo más importante es nuestra actitud hacia la empresa que vamos a emprender.
Controlamos si hemos colocado en nuestro equipaje los instrumentos indispensables
para que la peregrinación sea todo un éxito: mucho Amor, una buena dosis de
Respeto y una pizca de Humildad.
No olvidemos que esta senda nos llevará al Sepulcro de uno de los discípulos
más queridos por Cristo y que cada metro que avanzamos nos acerca más y más
a la meta y aviva la chispa de luz divina que todos llevamos dentro. Damos gracias
a Dios por concedernos vivir esta experiencia tan enriquecedora.
Y si algo falla en nuestro cuerpo y dificulta el avanzar ágil y suelto, en vez
de lamentar nuestra minusvalía podemos recordar que demasiados seres en este
Planeta han tenido un destino mucho más duro y triste que el nuestro. Es en
los momentos en que nos sentimos especialmente infelices o desdichados cuando
tenemos que acordarnos de la gran cantidad de seres humanos que se encuentran
realmente peor que nosotros: por eso tenemos que dar gracias a Dios por permitirnos
estar en la cumbre de los Pirineos disponiéndonos a emprender una de las experiencias
espirituales más intensas que una peregrinación pueda ofrecer.
Antaño (es decir hasta hace poco más de un siglo, cuando se inventaron los motores)
el Camino era, para todo peregrino, un itinerario de ida y vuelta que empezaba
en la puerta de casa de cada uno y terminaba en la misma puerta donde, siempre
andando, volvían. Si es que volvían.
Hay, a lo largo de la senda jacobea, unos sitios donde los peregrinos suelen
practicar unos rituales: el primer ritual se cumple en Ibañeta, cerca
del moderno monolito de 1965 que recuerda el paladín Roldán y de la capilla
de San Salvador (donde una campana tocaba al atardecer para orientar a quien
se había perdido).
Aquí los romeros solían fabricar una pequeña cruz utilizando trocitos de madera
atados con hilos de hierba, la depositaban en la base del monumento y, mirando
hacia el Oeste donde Santiago los esperaba, rezaban una breve oración pidiendo
ser acompañados y protegidos en la Ruta.
El peregrino que está a punto de partir para recorrer el Camino que le llevará
al Sepulcro del Apóstol Santiago, suele empezar su itinerario en Roncesvalles.
Pero no todos saben por qué este punto de partida y este itinerario.
Repasamos a grandes líneas la historia de los orígenes del Camino: según las
Actas de los Apóstoles, Santiago el Mayor, hermano de Juan Evangelista, fue
decapitado en Jerusalén por orden de Herodes Agripa (Hech. 12, 1-2). La tradición
quiere que sus restos fuesen milagrosamente trasladados a Galicia (donde supuestamente
había predicado con éxito escaso) en una barca de piedra conducida por ángeles.
La Leyenda Dorada (siglo XIII) cuenta los detalles fantásticos de su llegada
a España y de cómo su cuerpo fue enterrado en el lugar que ahora llamamos Compostela.
Allí permaneció prácticamente olvidado por cerca de ocho siglos hasta que un
ermitaño llamado Pelayo, guiado por luces y voces divinas lo encontró, dando
así inicio a un imponente movimiento de peregrinación hacia estas tierras.
Un par de siglos después del descubrimiento de los restos por parte del ermitaño,
cuando ya era imponente el número de fieles que se dirigían al sepulcro, sale
la que podríamos llamar la primera guía "turística" de la historia, el denominado
Codex Calixtinus (o Liber Sancti Iacobi), ideado por los monjes de Cluny
y con el beneplácito del papa Calixto II, a quien se debe el nombre.
En el Codex Calixtinus se cuenta todo lo que hubiéramos querido saber sobre
la peregrinación a Compostela: la liturgia en honor del Apóstol, sus milagros,
el relato de su traslación y sobre todo, la parte denominada "guía del peregrino"
que contiene una descripción pormenorizada del itinerario a recorrer, santos
a venerar, pueblos y ríos a evitar, etc. con una abundancia de detalles que
la hace precursora de nuestras modernas guías de viaje.
La redacción del Codex se atribuye a Ameryc Picaud, un clérigo francés de la
región del Poitou, que anduvo recorriendo repetidamente los caminos a Compostela
y peregrinó también a Roma y Jerusalén.
Picaud fija en Francia los puntos de inicio de cuatro caminos diferentes para
peregrinar a Santiago: de Tours (la ciudad de San Martín), de Vezelay, de Le
Puy en Velay y de Arles. Los tres primeros se funden en Ostabat en una única
vía, que entra en territorio español por Roncesvalles, mientras el de Arles
penetra en la península por el paso de Somport en Aragón, para hacerse uno solo
a partir de Puente la Reina.
Respecto a la etimología de Roncesvalles hay diferentes opiniones: valle de
las rosas si es que procede del castellano, valle de las espinas en caso de
origen francés o podría proceder de Erronzábal o Ronsal-Valls, una fusión de
los topónimos de dos valles cercanos: Erro y Zabal.
La niebla que suele envolver la Colegiata de Roncesvalles difumina también los
confines entre tradición jacobea y carolingia, entre historia y leyenda, creando
una atmósfera flotante, mezcla de fábula y realidad que además es típica de
todo el Camino a Compostela.
Los escasos datos históricos nos confirman que hubo efectivamente una derrota
de la retaguardia del ejercito de Carlomagno el 15 de agosto del 778, mientras
los francos volvían de una incursión en Zaragoza y en aquella ocasión destruyeron
también las murallas fortificadas de Pamplona. No está claro si los guerreros
que ganaron el ataque fueran sarracenos o vascones.
Lo demás es leyenda y tradición: la fuerte impresión que la derrota causó en
tierras galas dio origen al genero literario que tiene su base en la Chançón
de Roland (atribuida al juglar Turoldo el Monje) y a toda la epopeya caballeresca.
El mismo Codex Calixtinus, en el libro IV, que se atribuye al obispo Turpín,
(por eso se denomina pseudo-Turpin) cuenta con abundancia de detalles todo lo
que pasó: Carlomagno había enviado un mensajero, Ganelón, a parlamentar con
el rey Marsilio en Zaragoza, para pedir su rendición y conversión al cristianismo.
Ganelón, que era padrastro de Orlando y lo odiaba, trama una traición con el
moro y, cuando vuelve al campo franco, miente sobre las intenciones de Marsilio
causando la salida de las tropas mandadas por Roldán.
La batalla se libró entre cincuenta mil sarracenos y veinte mil cristianos víctimas
de la emboscada. Todos perecieron a excepción de Roldán. Oliveros y Turpín que,
testigo presencial, es quien lo relata todo. Desesperado Roldán intenta destruir
su mágica espada Durandarte, en cuya empuñadura estaba engastado un diente de
San Pedro, para que no cayese en mano de los infieles. La espada partió la roca
pero no se quebró. Entonces el valiente Paladino pidió socorro atronando el
espacio con los fuertes sonidos de su cuerno de marfil, el mítico Olifante.
Los Ángeles llevaron el sonido hasta Carlomagno que estaba en Valcarlos
jugando al ajedrez con el infame Ganelón. Este tranquiliza con malvados consejos
al emperador para que no marchase en socorro de los suyos y, émulo de Judas,
saborea la muerte del odiado hijastro delante del tablero.
El arcángel Miguel lleva al cielo el alma de Roldán y, como en el epílogo de
cada cuento que se respete los malos son castigados: Carlomagno venga a los
mártires, con la ayuda de Dios que ralentiza el curso del sol para alargar el
día y permitir la victoria del rey cristiano. El pérfido Ganelón será llevado
a Francia, sometido al juicio de Dios y despedazado en Aix, y la esposa de Marsilio,
Doña Branimonda, se convierte al cristianismo y recibe el bautismo cambiando
su nombre por el de Juliana.
El ajedrez, un precioso relicario en esmalte, oro, plata y piedras preciosas,
se conserva todavía en el Museo de la Colegiata de Roncesvalles y, según algunos
autores podría ser el dibujo inspirador del escudo ajedrezado de la localidad.
No importa si la partida se jugó en el siglo VIII y el tablero es del siglo
XIV; por el cocktail de ilusión y verdad que el Camino nos sirve constantemente,
delante de la exquisita pieza esmaltada todos podemos fácilmente imaginar a
los dos jugadores sentados y alumbrados por una candela y captar la siniestra
mirada del traidor…
Roldán y sus nobles compañeros, los doce Pares de Francia, están enterrados
en el osario de peregrinos de Roncesvalles, la capilla funeraria de Sancti Spiritus
o Silo de Carlomagno, que es el edificio más antiguo del conjunto arquitectónico.
Las analogías con la figura del Cristo son muy evidentes, sea en el simbolismo
del número doce que en los episodios de la traición y de la última, desesperada
invocación al protector antes de la muerte.
MONUMENTOS (Y MÁS LEYENDAS) EN RONCESVALLES
A los relatos caballerescos se juntaron después las leyendas relacionadas
con la aparición de la Virgen, que es patrona de los Pirineos.
Dicen que alrededor del siglo X "al pie de un haya gigante, cuando las
estrella brillaban en el firmamento, en el manto oscuro de la noche,
a unos pastores del Pirineo les sobrecoge una escena maravillosa: un
ciervo pasa veloz, pero se para y arrodilla, llenándose sus cuernos
de luces y el ambiente de cantos celestiales. Los pastores huyen espantados,
pero en las noches siguientes se repite la visión del ciervo con los
cuernos encendidos, las luces y los cantos. Deciden entonces seguirlo
y éste les llevó a un lugar donde, bajo un arco de piedra (posiblemente
uno de los dólmenes que abundan en esta área) y junto a una fuente cristalina
encontraron la preciosa imagen de la Virgen".
Parece que en consecuencia de las correrías sarracenas el abad mandase
esconder la talla para que no cayese en manos de los infieles y que
los monjes que la ocultaron se escaparon a Aquitania por temor a los
moros, llevándose el secreto del escondite en la tumba.
La talla que actualmente se exhibe en la Iglesia no es la original,
sino una estupenda reproducción de principios del siglo XIV; es en madera
de cedro revestida de plata, oro y fina pedrería y mide 90 centímetros.
La Reina de los Pirineos, cuya festividad se celebra el 8 de septiembre,
goza de gran devoción por parte de todos los habitantes de estos montes
que organizan espectaculares romerías en su honor. .
La Real Colegiata de Nuestra Señora de Roncesvalles, fue construida
por canteros del norte de Francia (posiblemente los mismos que trabajaron
en la Catedral de París) y financiada por Sancho VII el Fuerte (1154-1234).
Consagrada hacia 1220, es uno de los primeros edificios del gótico francés
de la península, pero desde su construcción ha sufrido numerosas e importantes
restauraciones, a pesar de las cuales consigue mantener una cierta belleza.
Alberga, como dijimos, la imagen de Nuestra Señora de Roncesvalles.
En la parroquia se celebra cotidianamente por la tarde la misa de bendición
del Peregrino, siguiendo la antigua liturgia: el rito es especialmente
entrañable y aconsejamos no perderlo.
En la Sala Capitular de la Colegiata, llamada "la Preciosa",
podemos admirar el espléndido mausoleo yacente del rey Sancho el
Fuerte, al lado de su esposa Doña Clemencia de Toulouse: la peculiar
escultura en piedra mantiene el tamaño natural del monarca, que medía
nada menos que 2 metros y 25 centímetros.
La
figura del gigantesco rey está rodeada de variadas leyendas que le relacionan
con el califa árabe Miramamolín: cuentan que se fue a África para echarle
una mano al califa en una campaña militar, pero que la verdadera razón
de este viaje fue conocer a la hija del rey moro que se había enamorado
de él "de oídas, que non de vistas".
La leyenda no nos da a conocer el desenlace, pero la historia confirma
que el valiente rey navarro fue el héroe ganador de la celebre batalla
de Las Navas de Tolosa (Jaén, 16 de julio de 1212): en solitario, consiguió
adentrarse en el campamento enemigo y romper con sus mazas las cadenas
que protegían la tienda del musulmán, apoderándose de su tesoro, cuyo
valor era tan enorme que modificó a la baja el precio del oro en Navarra
y Champaña.
Otro objeto digno de admiración que se expone en la Colegiata es una
gran esmeralda que el intrépido soberano arrancó del turbante de Miramamolín:
la alhaja se considera como la piedra de este tipo más valiosa en España.
Frente al sepulcro se exhiben las cadenas que protegían la tienda del
califa y una réplica de las armas que utilizó el rey Fuerte en la batalla;
Otra tradición asevera que las mazas pertenecieron al mismísimo Roldán.
Estas cadenas, colocadas en aspa sobre fondo rojo, lucen todavía en
el escudo de la Comunidad Foral.
La Colegiata cuenta además con un valioso Museo, en el que se
conservan códices y pergaminos de los s. XII al XVI, así como numerosas
piezas de orfebrería y el Evangeliario del siglo XII sobre el que juraban
los abades de Roncesvalles y los reyes de Navarra.
Entre los objetos de orfebrería medieval destaca un relicario conocido
como el ajedrez de Carlomagno, al que ya hicimos referencia:
el tablero, de forma rectangular contiene treinta y dos cajetines cuadrados,
llamados antiguamente "loculi". Cada cajita lleva su etiqueta en pergamino
donde se lee el nombre del santo o de la reliquia que contiene.
La capilla de Santiago o Capilla de los Peregrinos, ya fuera
de las dependencias canonicales, ha sido levantada a principio del s.
XIII y pertenece a la transición del románico al gótico ojival. En el
vano de la espadaña se colocó la campana que desde el alto de Ibañeta,
con su tañido, orientaba a los peregrinos en los frecuentes días de
niebla y que sin duda salvó muchas vidas de los extraviados en los peligrosos
caminos pirenaicos.
Ya hemos mencionado la capilla funeraria de Sancti Spiritus o Silo
de Carlomagno, el edificio más antiguo del conjunto arquitectónico
donde descansan (naturalmente según la leyenda) los vestigios de Roldán
y los Doce Pares de Francia.
Saliendo de Roncesvalles se encuentra a izquierda el primer cruceiro
del Camino, llamado cruz de los Peregrinos, que sustituye la Cruz vieja
del siglo XIII, destruida en 1794 por el ejercito de la Convención.
A lo largo del Camino encontraremos numerosos cruceros, algunos son
verdaderas obras de arte, que servían para orientar a los caminantes
y recordarles que estaban en la vía correcta.
El primer pueblo que encontramos bajando de Roncesvalles es Burguete,
una población de forma alargada, que creció como una calle en torno
al Camino de Santiago.
Antaño la localidad se denominaba Burgo de Roncesvalles y aquí residían
los monjes de Conques a principio del siglo XII.
Enseguida encontramos el lindo pueblo de Espinal (las espinas
y las rosas nos acompañan en la toponimia) fundado por el rey Teobaldo
II en 1269: El rey navarro, gran impulsor del Camino de Santiago, le
puso este nombre por un maravilloso relicario con la Santa Espina que
había recibido como regalo con motivo de sus nupcias con la hija de
Luis IX de Francia.
Coronado
el alto de Mezquiriz llegamos a Viscarret. Según el Codex
Calixtinus aquí terminaba la primera de las etapas descritas, que empezaba
en San Jean de Pied de Port, antes de que existiera el Hospital de Roncesvalles.
El pueblo se compone de pocas pero grandes casonas, la mayoría siglo
XVIII, donde hace pocos años seguían conviviendo ganado y familias.
La iglesia parroquial, dedicada a San Pedro, es un edificio protogótico
del siglo XIII que conserva una sencilla portada románica.
Superado Linzoaín, muy cerca de donde carretera y Camino se cruzan,
podemos apreciar tres grandes piedras, seguramente unos antiguos menhires,
en el suelo. La fantasía popular llama a estas losas "los pasos de
Roldán": la más grande marca la medida del paso del Paladín, la
mediana la del paso de su mujer y la pequeña la del hijo.
Estos menhires se pueden relacionar con la leyenda del gigante Errolan,
interesante figura de la mitología vasca, que tenía malas relaciones
con los habitantes de los caseríos sobre los cuales lanzaba megalitos,
pero siempre quedándose corto.
Las piedras parecen proceder de lugares muy distantes de este valle
y esta incógnita sobre su origen las rodea de misterio, generando cuentos
sugestivos sobre quién las trajo, cómo y porqué.
En la plaza principal de Urroz, una aldea cercana, se encuentra otra
de estas piedras y los vecinos cuentan que nadie pudo moverla de ahí
desde el lejano día en que Errolan la lanzó.
Una vez atravesado el alto de Erro, donde se contempla una panorámica
espectacular del valle verde salpicado de caseríos, alcanzamos Zubiri
(en vasco el pueblo del puente): cuentan que los animales que pasaban
debajo del puente que cruza el río Arga y que caracteriza la localidad,
se curaban de la rabia.
En efecto su nombre actual es "puente de la rabia", mientras que en
siglo XVI era señalado como "puente del Paraíso". Domenico Laffi, celebre
peregrino boloñés que nos dejó en su "Viaje a Ponente" una entrañable
descripción del Camino, cuenta: "… llegamos al fin … al deseado puente
del Paraíso, aunque más bien parece del infierno. … por su agua que,
aunque transparente parece negrísima al mirarla ...".
Antiguamente Zubiri tuvo un hospital de peregrinos que fue dedicado
a Santa María Magdalena, justo al lado del puente.
Cruzando estas tierras no podemos dejar de dar gracias a Dios por los
dones que nos ofrece: el panorama fenomenal que se puede admirar, la
frescura y los olores que se perciben en las diferentes estaciones pasando
cerca de pinos, robles, abetos y hayas.
La naturaleza nos abraza a nuestro paso por los valles pirenaicos: cuanto
más bajamos más aparecen encinas y carrascos, álamos y chopos, especialmente
cerca de los humedales.
Larrasoaña, que Domenico Laffi llama Risoña y dice que "… es
un lugar bello, rico y poblado, al que acuden muchos de otras tierras
vecinas, el que es muy agradable a ver", en la edad Media tuvo una cierta
importancia, ya que aquí, en el monasterio de Santa María y San Agustín
de Larrasoain, el abad Aznar García educó a la infanta Urraca, hija
natural del rey Sancho él de Peñalen (1072).
La Iglesia de la localidad, dedicada a San Nicolás de Bari, se remonta
al siglo XIII, pero evidencia manoseos barrocos.
En este pueblo se reunieron las Cortes en 1329 para determinar el juramento
de los reyes Felipe de Evreux y su esposa doña Juana II, protectores
de Roncesvalles y benefactores del Camino.
Larrasoaña tiene también en la actualidad su personaje: Santiago Zubiri,
ex alcalde de la localidad lleva años acogiendo con simpatía y cordialidad
a los peregrinos que paran en la villa, los entretiene con su amena
conversación y, sobre todo, les enseña su colección de dibujos e imágenes
que recoge en los libros de firmas del albergue, unas verdaderas joyas
del Camino. Le encantan los diseños y si alguien quiere hacerlo feliz,
solo tiene que pedirle los lápices …
Un enclave muy pintoresco es la Basílica de la Santísima Trinidad de
Arre, poco antes de cruzar Villava, donde nació el celebre ciclista
Miguel Indurain, y ya entramos en Pamplona por el puente de la
Magdalena, situado en el barrio homónimo.
El río que acabamos de vadear es el Arga, que desde Zubiri discurre
paralelo al Camino y que volveremos a traspasar en Puente la Reina.
Cerca del puente, a la derecha, se puede admirar un crucero procedente
de Galicia, regalo de la ciudad de Santiago a la capital navarra en
ocasión del Año Santo de 1965.
Pamplona es la primera ciudad grande que se encuentra en el Camino jacobeo:
su nombre se debe al general romano Cneo Pompeyo que la fundó en el
75 antes de Cristo. En vasco la ciudad se llama Iruña o Iruñea.
La villa, cuyas primeras murallas fueron derruidas por Carlomagno en
el octavo siglo, fue sucesivamente ocupada por Luis el Piadoso y arrasada
por el celebre Abd al Rahman III en el siglo X. Solo alrededor del año
1000 empieza a adquirir su configuración con el rey Sancho III el Mayor,
gran vivificador del Camino de Santiago y esposo de Doña Munia o Mayor,
(la que supuestamente hizo construir el magnifico puente de Puente la
Reina).
Pamplona
se fue configurando alrededor de tres barrios: el más antiguo,
emplazado en la parte más alta, estaba habitado por navarros y judíos
y se llama Navarrería; junto a ésto estaba el Burgo de San Cernin, que
albergaba al asentamiento franco favorecido por los reyes navarros.
La afluencia de los francos, masiva e incesante, y el aumento de la
población autóctona generaron un tercer barrio, el de San Nicolás, que
se levantó cerca de la ciudadela.
Cada distrito tenía, y sigue mostrando, un trazado urbanístico diferente:
la Navarrería refleja un desarrollo típico de la estructura romana sobre
cardus y decumanus, San Cernin evidencia una singular forma hexagonal
y el de San Nicolás un plano clásico rectangular, conforme al modelo
aquitano.
Los tres barrios tenían también leyes distintas, mantenían pésimas relaciones
entre ellos y eran separados por altos muros: los continuos enfrentamientos
alcanzaron su peor momento en 1276, cuando la Navarrería fue atacada
y saqueada por los burgos francos y toda la ciudad fue destruida. Como
consecuencia de estos acontecimientos la Catedral se cerró al culto
por treinta años.
En la raíz de las peleas estaban las envidias hacia los mercaderes y
comerciantes francos o judíos: Quien consiguió poner fin a la lamentable
situación fue el monarca Carlos III el Noble quien pacificó el conflicto
en 1423, concediendo "a la muy noble y leal ciudad" el Privilegio de
la Unión y juntando en un solo núcleo los tres barrios y sus Universidades.
En el siglo XV Pamplona alcanza su auge, pero en menos de cien años,
el 24 de julio de 1512, sojuzgada por el duque de Alba, pasa a pertenecer
a Castilla.
El camino entra en la capital cerca del río por lo que era el Portal
del Abrevadero, luego denominado Puerta de Francia y ahora Portal de
Zumalacárregui. Pasa por la calle del Carmen (antigua Rúa de los Peregrinos),
en plena Navarrería, desde donde alcanza la Catedral y continua en la
calle Mayor, cerca de la plaza de San Francisco donde hay una estatua
que, en recuerdo del paso del Santo de Asís haciendo su peregrinación
a Compostela, le representa hablando con el lobo.
Domenico Laffi recibe una buena impresión de la capital navarra, que
describe así: "… Es ésta una ciudad verdaderamente fortificada y
adornada de hermosos palacios y edificios soberbios, con bella plazas
y grandes y hermosos conventos de toda suerte de religiosos, tanto Hermanos
como Monjes." Añade: "… Llegamos a la parte que se encuentra
entre septentrión y levante. Allí estaba caído un trozo de muralla.
Y han hecho otra, algo alejada de aquella hacía afuera. Preguntamos
porque no le habían construido en el mismo sitio y nos contestaron que
se había dejado de esa forma como recuerdo de un milagro de Santiago
de Galicia, que sucedió en tiempos de Carlomagno …"
La
Catedral de Santa María, que se encuentra nada más pasar el Portal
de Francia, lleva, sobre todo en la parte exterior, las cicatrices de
las múltiples transformaciones que ha padecido: sobre la primitiva basílica
románica del siglo XI, hundida en 1390, se implantó la actual, donde
se mezclan con desenvoltura los estilos gótico y ojival.
El primer templo, impulsado por el obispo Pedro de Roda, se consagró
en 1127 y sin duda era de una belleza espectacular: en él trabajaron
canteros de Conques y sobre todo, el Maestro Esteban, el mismo que realizó
en la Catedral de Compostela la fachada de las Platerías. Quien quiera
admirar la sublime perfección de las esculturas del artista tiene que
acercarse al Museo de Navarra, donde afortunadamente se conservan unos
capiteles que se salvaron del hundimiento.
La reconstrucción del siglo XIV fue impulsada por Carlos III, el que
pacificó los tres barrios, quien puso debajo de la primera piedra un
florín de oro (27 de marzo de 1394).
No obstante, la fachada románica se conservó hasta 1783, cuando el arquitecto
Ventura Rodríguez proyectó y llevó a cabo la cara neoclásica que hoy
en día sigue estropeando la estética del monumento.
Es necesario superar el sentimiento de desdén que puede provocar la
ridícula portada y aventurarse en el interior del templo, donde podremos
disfrutar del claustro, la parte más primitiva y hermosa de la
construcción (hay quien dice que es el mejor de Europa), que fue mandado
construir a principio del s. XIV por el obispo Arnaldo de Barbanzán
(1318 - 1355), que aquí tiene su propia capilla Barbanzana. Las galerías
con sus ventanales a filigranados, el programa escultórico de los capiteles
y la armoniosa distribución del espacio ofrecen una síntesis de la mejor
expresión artística del gótico francés.
En las galerías destacan tres puertas: la Puerta Preciosa, sin duda
el máximo atractivo artístico de la Catedral, que daba acceso a la sala
donde se celebraban las Cortes y que relata la muerte de la Virgen según
su Leyenda Aurea, la de la Dormición, con la espléndida talla policromada
de la Virgen del Amparo y la del refectorio, cerca de la fuente.
Desde el claustro se pasaba a la célebre cocina de los peregrinos con
una impresionante chimenea central (todavía se puede visitar), que tuvo
fama de proporcionar comida óptima y abundante, incluido cuando, a principio
del s. XVI, empezó una lenta e imparable decadencia de la peregrinación
y de las infraestructuras que la sostenían.
El italiano Laffi confirma, que a finales del s. XVII, en Pamplona cuerpos
y almas de los caminantes seguían recibiendo buenas atenciones: "Mientras
se canta la misa mayor, dan de comer a doce peregrinos dentro de la
misma puerta de la iglesia en una mesa preparada al efecto. Hacen pasar
a todos los peregrinos por la puerta de la cocina y el cocinero da a
cada uno una escudilla de caldo. Llegados a la mesa cada uno se pone
en su sitio y uno se acerca con un cesto de pan y da a cada uno de los
peregrinos, luego se acerca otro con un caldero de carne y da un trozo
a cada uno y detrás de este, otro que lleva una tajada de carne de cerdo
para cada uno, y finalmente uno que lleva el vino y da un cazo a cada
uno y así termina esta ceremonia".
Delante del altar mayor, que ostenta una agraciada Virgen del siglo
XII recubierta en plata y llamada la Real porque presidía las coronaciones
de los reyes navarros (el Niño ha sido sustituido en el s. XVII, y lo
notaría hasta un observador poco atento), encontramos el sepulcro en
mármol y alabastro de Carlos III el Noble, precioso ejemplo de gótico
borgoñón, junto con él su esposa Leonor de Trastámara, con la particularidad
de que sus caras se reproducen al natural.
El portal norte conserva su primitiva forma gótica y guarda en sus torres
la María, la segunda campana más grande de España.
La Casa Consistorial ocupa el mismo lugar en que la colocó Carlos
III cuando unificó los tres barrios: ha sido reconstruida en plena época
barroca, estilo que caracteriza la cautivante e inconfundible fachada.
En recuerdo de esta unificación, en el pavimento al centro de la plaza,
hay una placa colocada en junio de 1997, que reza: "En este lugar
venían a confluir los tres burgos que formaron la ciudad hasta el Privilegio
de la Unión. 8 - IX - 1423".
Unas flechas indican la ubicación de los tres términos: Burgo de S.
Cernín, Población de San Nicolás y Ciudad de Navarrería.
No se puede hablar de Pamplona sin nombrar los Sanfermines, los
festejos populares que se consolidaron desde finales del s. XVI y que
Hemingway hizo conocer al mundo entero con su "Fiesta": Se celebran
a partir del día 7 de julio (fecha de la traslación acontecida en 1717)
al día 14, y son fiestas consagradas a San Fermín, copatrono de la ciudad,
que no hay que confundir con San Cernin o San Saturnino de Tolosa, evangelizador
de la ciudad.
San Fermín, originario de Pamplona donde nació en el siglo II, fue obispo
de Amiens y murió martirizado durante las persecuciones de Diocleciano,
siendo enterrado en Amiens. Su cuerpo desapareció misteriosamente por
seiscientos años y cuentan que cuando se volvió a encontrar ocurrió
un fenómeno insólito: aunque fuera invierno, los campos se volvieron
verdes y los árboles cercanos a las reliquias se llenaron de tiernas
hojas.
A pesar de la importancia que reviste en Pamplona, San Fermín no cuenta
con ninguna iglesia a él dedicada: solo hay una talla que se encuentra
en la Iglesia de San Lorenzo. La de San Saturnino se encuentra justo
en el lugar donde, en el s. III, se dedicó a bautizar a los primeros
cristianos.
Una hora duerme el gallo,
Dos el caballo,
Tres el santo,
Cuatro el que no es tanto,
Cinco el teatino,
Seis el peregrino,
Siete el escudero,
Ocho el caballero,
Nueve el mendicante,
Diez el estudiante,
Once el muchacho,
Doce el borracho.
(poesía popular española)
En la Edad Media, los romeros solían salir de la ciudad por la Puerta
de la Taconera, (hoy se atraviesa el parque homónimo, con hermosos sauces
llorones) y llegaban rápidamente a Cizur Menor, donde encontraban
la encomienda Sanjuanista de San Miguel, hoy restaurada y utilizada
para acoger peregrinos durante los veranos.
En Cizur no se puede dejar de visitar a otro de los personajes del Camino:
Maribel Roncal que desde su infancia acoge a los peregrinos que de toda
la vida han pasado delante de la puerta de su casa, mimándolos con su
afabilidad y compartiendo con ellos su conocimiento del Camino.
Desde aquí los peregrinos ascendían la sierra del Perdón: cuentan
que este ascenso era necesario para purgar los pecados que supuestamente
habían cometido en Pamplona, primera capital que se encontraban después
de muchos días duros superando los Pirineos, y donde parece que se dedicaban
a la satisfacción de las muchas exigencias del cuerpo más que a las
del espíritu.
Pero la fe de los peregrinos, aunque puedan haber tenido algún que otro
desliz en la capital, era inquebrantable, como demuestra la leyenda
de la fuente de la Reniega:
En
tiempos remotos, un peregrino llegó cansado y sediento a la cima del
monte y se afanó en buscar agua, sin encontrarla. Mientras, preocupado
por su suerte seguía en la búsqueda, apareció un personaje, vestido
de peregrino, que le aseguró que podía apagar su sed en la fuente más
limpia y cristalina que nunca había visto, pero que aquello tenía un
precio. El peregrino, a quien quedaban unas monedas en la escarcela,
se dijo dispuesto a pagar, pero el otro, que resultó ser el mismísimo
diablo disfrazado, le precisó que a cambio del agua no pedía dinero,
sino la renuncia a seguir con la peregrinación, o sea su alma.
El peregrino rechazó con vehemencia renegar de sus propósitos y el diablo
derrotado desapareció en la nada.
Sin agua y bajo el sol, el pobre santiaguero empezaba a perder los sentidos,
cuando vio una figura luminosa que, con la concha que tenía en la mano
tocó la roca a su lado y de esta brotó el manantial más fresco que se
pueda soñar. Naturalmente fue el Apóstol Santiago quien obró el milagro,
en honor a la abnegación del peregrino.
La Fuente Reniega perdura en la cima del Perdón y parece que bebiendo
de su agua se pueda recuperar las fuerzas, a veces más mentales que
físicas, que todos en algún momento perdemos en el Camino
Señor, cuántas veces:
Quiero la victoria sin haber luchado,
Quiero cosechar sin haber sembrado,
Quiero pescar sin haber echado las redes,
Quiero ganar sin haber arriesgado,
Quiero hablar sin haber escuchado,
Quiero ser persona sin haber amado,
Quiero el perdón sin haber perdonado,
Quiero conseguir la meta sin haberme esforzado,
Quiero …
¡Cuántas veces, Señor!
(Anónimo - Siglo XX)
El viento que siempre acompaña la subida al Perdón mueve las cimas
de los pinos y mueve también las palas de los altos y modernos molinos
de viento que ecológicamente y eólicamente producen energía a expensas
del paisaje.
La empresa responsable de los molinos, quizás para que se le perdonase
la atrevida modificación paisajística, en 1996 colaboró en colocar unas
siluetas de peregrinos con la leyenda: "Donde se cruzan el camino del
viento con el de las estrellas".
Pasadas las pequeñas localidades de Uterga y Muruzabal, llegamos
a Obanos, población que se hizo famosa por sus "Misterios" que
se celebran cada año en el mes de agosto para conmemorar la historia
de Santa Felicia y San Guillén.
Cuentan
que los dos hermanos, hijos de reyes franceses, se encaminaron juntos
a Compostela y que a la vuelta Felicia decidió quedarse cerca de la
localidad de Arnotegui dedicándose a la oración y al servicio de los
demás. Ni los padres ni el hermano de la princesa se resignaban a que
la joven siguiera una vida tan diferente a la que su alto linaje le
reservaba, mas la muchacha se encontraba feliz ayudando a los pobres
de la aldea.
Durante una discusión en que Guillén intentó convencerla para que volviese
a su palacio, frente a la firme negativa de Felicia montó en cólera
y desenvainando su daga acabó con la vida de la mujer. Inmediatamente,
horrorizado por su actuación, se arrepintió. Demasiado tarde: el cuerpo
de la hermana fue enterrado en la ermita de Arnotegui, donde Guillén
se instaló hasta su muerte, expiando su pecado.
En la actualidad, el cráneo de Guillén, guardado en un relicario de
plata, es centro de una ceremonia de fertilidad de las viñas que se
celebra cada año en la zona.
Un gran nido de cigüeñas encima de una altísima chimenea y una moderna
escultura de un peregrino (colocada en el año Santo de 1965) nos dan
la bienvenida a la entrada de Puente la Reina, donde todos los
caminos a Santiago se hacen uno solo.
Esta villa, como la mayoría de las que jalonan la ruta, nace por y para
el Camino y evidencia su función en su mismo trazado urbano, que se
desarrolla alrededor de la larga y estrecha calle Mayor para desembocar
en el célebre puente que le da el nombre y que fue anterior al nacimiento
de la ciudad.
Como fácilmente se intuye por el nombre, el puente, obra del siglo XI,
ha sido mandado construir por una reina. Se disputan el mérito de su
realización dos soberanas: Doña Munia (llamada también Doña Mayor) esposa
de Sancho III el Mayor y Doña Estefanía, su nuera y mujer de García
el de Nájera.
En principio la localidad se llamaba Puente del Arga (el río que cruza)
o Puente de la Runa, (nombre de un afluente del Arga citado también
por el Codex Calixtinus): "El sano río que por muchos es llamado
Runa y baña Pamplona. Por Puente la Reina pasa el Arga y también el
Runa".
Su poblamiento se fomentó en los siglos XI y XII, cuando Alfonso el
Batallador, siguiendo el ejemplo de sus predecesores, impulsó un intenso
proceso repoblador que atrajo desde el país limítrofe poblaciones de
francos a quienes se otorgaron fueros y privilegios.
Su sucesor García Ramírez dona unos terrenos llamados Villa Vaetula
a los Caballeros Templarios, hacia los cuales ya Alfonso había manifestado
cierta predilección en su testamento.
El primer comendador del temple en la localidad se llamaba fray Grisón
y fue quien mandó edificar las instalaciones para la acogida de los
peregrinos, el convento y la Iglesia, que en la actualidad se unen por
una arcada debajo de la cual pasa el Camino, (único ejemplo de este
tipo junto al de Castrojeriz).
El halo de misterio que desde siempre rodea la historia de los Templarios,
circunda también La Iglesia del Crucifijo, la primera de las
tres que se encuentran en el recorrido lineal que atraviesa la ciudad.
Inicialmente
la iglesia se llamaba de Nuestra Señora dels Orzs o de Santa María de
los Huertos (apelativo que hace pensar, como ocurre en otras numerosas
ocasiones, en la implantación de un culto mariano sobre un centro sagrado
anterior), y efectivamente albergaba una imagen mariana que se perdió
con la desamortización de Mendizabal (1836) y que por suerte volvió
a aparecer en la Iglesia de San Pedro, confundida con una imagen de
Santa Águeda.
Las dos naves adyacentes que forman el templo reflejan claramente la
idiosincrasia templaria: la destinada a la Virgen (actualmente hay una
talla de Nuestra Señora del Cruce procedente de un pueblo cercano) evidencia
ábside y ventanas redondeados, características simbólicas consideradas
femeninas y la otra, la del Cristo, mantiene una angulosidad más bien
hombruna en las formas. La dualidad que se aprecia en el simbolismo
arquitectónico de la construcción es muy frecuente en las obras atribuidas
a los Caballeros del Temple, como veremos también más adelante.
Hoy en día son los Padres Reparadores quienes se ocupan de Iglesia y
peregrinos.
El Crucifijo que podemos admirar en el interior es sin duda una de las
imágenes más insólitas del Camino: la cruz es una rama de árbol ahorquillada
en forma de Y griega y los brazos del Crucificado, se elevan paralelos
a la rama destacándose notablemente de la iconografía clásica.
La forma resultante es la de la Pata de Oca, un símbolo muy denso
de significados recónditos: la silueta de la viera de los peregrinos,
la representación del hombre que levanta sus brazos para invocar a Dios,
la huella del palmípedo que paso a paso como el romero recorre caminos,
la marca de los canteros constructores de Catedrales, y mucho más podríamos
seguir para la alegría de los esoteristas.
Inútil decir que la leyenda impregna también la impresionante imagen
del Cristo, talla de la escuela alemana del siglo XIII muy similar a
otra que encontraremos en Carrión de los Condes: hay quien afirma que
la donó a la Iglesia un peregrino de Colonia como agradecimiento por
la exquisita hospitalidad recibida, mientras otros achacan su origen
a un grupo de germanos que la trajeron para dar gracias de la intervención
del Apóstol al curar una epidemia de peste y allí la dejaron a su vuelta
de Compostela.
Visto el tamaño de la figura parece bastante improbable que haya sido
paseada por los caminos de la Europa medieval, pero lo más sorprendente
es que entre los años 1280 y 1310 se hicieron obras para recibir el
Crucifijo y se pintó en el muro de la capilla un fresco (actualmente
tapado por el paño que hay detrás del Cristo), que reproducía exactamente
la singular imagen, que llegó antes de 1328, fecha en que la Orden del
Temple ya había sido disuelta, ignominiosamente traicionada por el rey
Felipe el Hermoso de Francia.
Cuando
ésta desaparece (1314), sus bienes en la ciudad pasan a los Sanjuanistas
pero la Iglesia y el Crucifijo quedan al cuidado de una Cofradía que
supuestamente estaba formada por los monjes templarios que permanecieron
en el lugar bajo diferente denominación.
Siguiendo la calle Mayor, arteria de la localidad rebosante de blasones,
encontramos a la derecha una segunda iglesia, la de Santiago,
en cuya portada nos atrae un interesante arco polilobulado que emana
influencias de la arquitectura morisca, así como los frisos, que se
adornan de animales fabulosos decantados de la mitología clásica.
El edificio románico del s. XII ha sido ampliado en 1542, cuando los
vecinos se quejaron de que "había mucha ocupación de pilares dentro
della", y del original se aprovechó la fachada.
En la parroquia lucen las preciosas tallas de dos apóstoles, Santiago
y San Bartolomé, fechadas en el s. XIV: la imagen de Santiago peregrino,
exquisitamente cincelada, es llamada el Beltza, (el negro) y
se puede considerar uno de los símbolos más significativos del lugar,
junto al incomparable puente y al Cristo de la Pata de Oca.
Las torres de las tres iglesias de la población están distribuidas una
al principio de la rúa, otra en el medio y otra al final, así como estaban
dispuestas las tres torres defensivas con que estuvo armado el Puente,
dos a los extremos y una en el centro: en efecto, al terminar el recorrido
en la calle Mayor encontramos la Iglesia de San Pedro, cuya estructura
primitiva es del s. XII, aunque padeció numerosas y evidentes modificaciones.
En el interior, entre los retablos barrocos destacan el de San Babil,
cuya fama de terapeuta en las afecciones reumáticas atrae las ofrendas
de varios ex - votos de cera, y la estatua de Nuestra Señora del Puy.
La talla renacentista, en piedra policromada, se guardaba en la torre
central y, junto a unas imágenes del Cristo, de la Magdalena y de San
Juan fue trasladada en 1843, (fecha en que fueron derribadas la torre
central y la oriental), a la iglesia de San Pedro, donde todavía se
encuentra.
La Virgen se denomina también del Chori, debido a una leyenda
que se le asocia: cuando la estatua seguía en la capilla de la torre,
había un pajarito (chori en vasco) que se dedicaba a cuidar de la figura
de la Virgen limpiándola del polvo o de las telarañas con sus plumas,
yendo y viniendo del río donde mojaba el pico para limpiar mejor.
Su presencia está documentada en el siglo XIX durante la guerra carlista
y parece que reírse del pajarito conllevaba mala suerte. Cuentan que
el comandante de las tropas locales se burló del animalito y para asustarlo
hizo disparar los cañones. En pocos días, el celebre general Zumalacárregui
se apoderó de la ciudad aprisionando al impertinente comandante.
En los sellos antiguos de la ciudad se pueden ver todavía las tres torres
que se erguían sobre el puente más hermoso de toda la Vía Jacobea: es
cuando estamos a punto de salir de la ciudad cuando podemos disfrutar
de la belleza de esta maravilla flotante, lazo entre lo humano y lo
divino, una obra que parece mágica, perfectamente conservada casi sin
restaurar a lo largo de un milenio.
Lo divino no es algo lejano y por encima de nosotros.
Está en el cielo, está en la tierra, está dentro de nosotros.
(Morihei Ueshiba - El arte de la paz)
A la salida de Puente la Reina el Camino flanquea el Convento de las
Comendadoras y continua entre arbustos de romero que deleitan con su
aroma hasta Mañeru, pequeña localidad con una iglesia de escaso
interés artístico dedicada a San Pedro. Lo que sí es interesante es
el crucero románico que señala que estamos en el buen camino y desde
donde se divisa Cirauqui con su característico aspecto medieval
encima de la colina.
La cuesta empinada que nos adentra en el pueblo, pasa por debajo del
arco de la antigua muralla y a su lado se sitúa una interesante estela
vasca, recién encontrada.
La villa, cuyo nombre en vasco significa nido de víboras, cuenta con
dos iglesias: la de Santa Catalina de Alejandría, gótica del siglo XIII
y la de San Román, que recuerda, por su hermoso portal con un arco polilobulado
a la portada de la iglesia de Santiago en Puente la Reina y que volveremos
a encontrar en San Pedro de la Rúa, de Estella.
Cuentan que en esta localidad sufrió martirio San Román, un excelente
predicador y divulgador del Cristianismo en tiempos del Imperio. Durante
una persecución fue apresado y parece que no dejó de hablar ni mientras
le estaban torturando, al punto que los soldados romanos decidieron
perforarle las mejillas y arrancarle la lengua. Ni así consiguieron
callarle y decidieron entonces cortarle la cabeza. Aún así el santo,
con la cabeza bajo el brazo, continuó predicando por algunos días.
La cabeza sigue en el pueblo donde es objeto de veneración y la incansable
lengua, (en principio era el Verbo …) se la disputan entre Toledo y
Zaragoza.
La salida de Cirauqui coincide con la antigua calzada romana que entre
perfumados arbustos de romero llega a Lorca, cuyo nombre, que
parece ser de origen árabe, significa batalla. Un puente románico se
sobrepone a las aguas malas sobre las cuales Americ Picaud, pone en
alerta a los peregrinos (menos mal que en estas tierras hay vino bueno):
"Por el lugar llamado Lorca, en su parte oriental, pasa el río que
se llama Salado. Allí guardate de beber ni tú ni tu caballo, pues el
río es mortífero."
Más adelante está Villatuerta, con su gran Iglesia dedicada a
Nuestra Señora de la Asunción, del s. XIII con numerosas añadiduras;
el río Irantzu, con un precioso puente medieval, divide la localidad
en dos partes.
En esta zona están actualmente en curso las obras para la construcción
de la autovía Pamplona - Logroño y es fácil que se altere temporalmente
el recorrido tradicional del Camino, marcado por las valiosas flechas
amarillas, pequeñas señales de luz para orientar a los peregrinos.
Estos signos son un invento bastante reciente en la historia del Camino:
a principios de los años ochenta, cuando por la ruta a Compostela circulaban
solo pocos atolondrados, el párroco del Cebreiro, don Elías Valiña,
fue impulsando una importante labor de revitalización del Camino de
Santiago: no solo editó el primer Boletín del Camino (predecesor de
la actual revista Peregrino), unos interesantes ensayos y una guía que
sigue siendo de las mejores, sino que pateó incansablemente montañas
y llanos señalando puntos especialmente destrozados por la maleza o
ruinas a restaurar y, en su afán de ayudar a los peregrinos, ideó las
dichosas flechas amarillas, que se han convertido en un símbolo jacobeo,
solo comparable a la concha.
El dinámico sacerdote gallego ayudado por voluntarios, con una brocha
y una lata de pintura fue pintando las marcas desde los Pirineos a Galicia,
primeras en la historia del Camino. Los restos de don Elías, descansan
en la cumbre de su querido Cebreiro.
Una anécdota: el amarillo fue elegido por ser un color muy luminoso
y fácil de distinguir y la idea de señalizar los recorridos de peregrinación
se ha extendido en el ámbito europeo: en Italia, por ejemplo, la vía
llamada Francigena, itinerario de los romeros hacia la capital, está
marcada con flechas blancas (color igualmente luminoso) en dirección
a Roma y con flechas amarillas en dirección opuesta, recreando ¿a propósito?
la bandera del Vaticano.
La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es un sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózala.
La vida es misterio, desvélalo.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es un combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, domínala.
La vida es una aventura, córrela.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela.
(Madre Teresa de Calcuta)
"Por
Estella pasa el Ega: su agua es dulce, sana y muy buena". La ciudad
"… Es fértil en buen pan, optimo vino, carne y pescado, y llena de
toda suerte de felicidades", ésta es la descripción que hace de
Estella Americ Picaud.
La cosa sorprende bastante porque de Lorca a Logroño el Ega es el único
río que salva y los navarros son el pueblo que peor retrata entre los
que encuentra en todo el itinerario.
Consultar el Codex para descubrir hasta donde llega en su relato.
El nacimiento de la ciudad está, como no podría ser de otra manera,
relacionada con luces divinas.
Narran que en 1085, cuando Lizarra (nombre del asentamiento autóctono
que deriva tal vez del vasco elizar, iglesia o lizar, fresno, planta
muy común en la zona) era todavía un pequeño conjunto de caseríos. Unos
mozos que solían pastorear en la colina del Puy, vieron las clásicas
luces de cada leyenda que se respete y que, superado el temor que el
evento les producía, decidieron investigar el origen del fenómeno. Llegaron
a la entrada de una gruta y, apartada la maleza, se encontraron con
una preciosa estatua de la Virgen. Lo lógico hubiera sido llevar la
imagen a la vecina parroquia de Abarzuza, cosa que se intentó por parte
del párroco y vecinos ayudados por carros y bueyes, pero la Virgen se
negó a moverse y hubo que levantar un templo en el mismo lugar donde
se encontró.
Pronto, alrededor del santuario, prosperó un primer núcleo habitado
que fue la semilla de la espléndida ciudad que hoy podemos admirar,
apodada con razón, la Toledo del Norte.
Ya en 1090 el rey Sancho Ramírez concedió un fuero especial que atrajo
pobladores francos y judíos. Su decisión de modificar el recorrido del
Camino de Santiago, que anteriormente pasaba directamente de Villatuerta
a Irache por la falda del Montejurra, determinó que los romeros atravesasen
la nueva comunidad disfrutando de sus delicias y dejando un rastro de
riqueza cultural, social y económica que determinó el desarrollo definitivo
de la zona.
La Basílica de Nuestra Señora del Puy ocupa el mismo lugar de
la modesta ermita que se levantó en el s. XII (y de la cual nada queda),
y ha sido definitivamente reformada, sustituyendo a otra anterior de
estilo barroco. La nueva iglesia, inaugurada en 1952, es muestra de
estilo y materiales modernos: tiene una original planta estrellada,
supuestamente para evocar el relato de la aparición de la Virgen, cuya
estatua policromada y revestida en plata parece ser de finales del s.
XIII. Aquí también, como en el caso del ajedrez de Carlomagno, podríamos
preguntarnos cómo es que se descubrió dos siglos antes de ser tallada.
¡Pero estos son milagros y misterios del Camino!
La Iglesia del Santo Sepulcro, que se refleja en el río Ega es el primer
monumento que emociona al peregrino que entra en Estella.
Su fachada gótica, impecablemente labrada, parece insistir sobre la
idea de la Redención: la Crucifixión, con dos estrellas de ocho puntas
al lado, muestra a Longinos cegado, a las tres Marías cerca del sepulcro
vacío y preside una escena infrecuente, Cristo resucitado extrayendo
a los patriarcas de la boca del infierno, simbolizado por un monstruo
quimérico. Cincelada en el dintel, cierra el tímpano una Última Cena
de singular belleza.
Destacan, al lado de la puerta, las imágenes de Santiago y de San Martín
que parecen haberse adelantado a las demás para dar la bienvenida al
peregrino.
El edificio nunca se ha completado y de las tres naves inicialmente
proyectadas, solo se utilizó para el culto la del Evangelio; fue parroquia
hasta 1881 y actualmente está cerrada al culto y a las visitas.
Detrás del Santo Sepulcro la impresionante mole del Convento de Santo
Domingo y la Iglesia, hoy cerrada, de Santa María de Jus del
Castillo, emplazada en la que era la antigua judería estellesa,
en el espacio que ocupaba la primera sinagoga. Se convirtió en iglesia
cristiana en 1145, por haberla donado el rey García Ramírez al obispo
de Pamplona.
Los peregrinos entraban en la ciudad por el puente romano de un solo
arco, que fue volado en 1873 durante la guerra carlista y reconstruido
en el siglo XX, llamado de la cárcel. El puente es especialmente pintoresco
y los amantes de la fotografía pueden sacarle una buena instantánea
desde el puente sucesivo, el del azucarero.
Este otro puente, antiguamente denominado de San Martín, se apodó así
porque era el lugar desde donde se tiraban todos los desperdicios y
basuras y siempre desprendía un típico olor dulzón.
Cerca, al final de la antigua Rúa de las Tiendas, estaba el corazón
y, entonces, centro económico de la villa, la plaza de San Martín, cuyo
nombre se debe a la iglesia que construyeron los moradores francos en
el siglo XII. El templo se derribó en el s. XVIII y ocupaba el lugar
del que hoy es Palacio de Justicia.
Las características de ciudad mercantil siempre han marcado la existencia
de Estella: ya en el siglo XII cada jueves se organizaba el mercado
en la plaza de la Iglesia de San Miguel y había hasta dictados reales
que establecían su funcionamiento. La tradición del mercado del jueves
sigue todavía, pero ha cambiado la plaza, que ahora es la de los Fueros.
Hoy la plazuela de San Martín con sus albores, bancos de piedra y, sobre
todo la característica fuente de los chorros del s. XVI, es un rincón
fresco y placentero para hacer un alto en el camino y admirar dos de
los más emblemáticos monumentos de la ciudad: la cercana Iglesia
de San Pedro de la Rúa y el Palacio de los Reyes de Navarra.
Este
bello edificio de la segunda mitad del siglo XII, también llamado Palacio
de los Duque de Granada de Ega es uno de los rarísimos ejemplos de románico
civil que pueden contemplarse en España. Actualmente es utilizado como
museo y contiene la colección pictórica del artista Gustavo de Maeztu.
En la fachada principal destaca un precioso capitel que representa la
lucha entre el Paladín Roldán y el gigante musulmán Ferragut.
La leyenda que describe la disputa aglutina elementos de una densa simbología,
vinculados al esoterismo cristiano y a la epopeya carolingia.
Ferragut, gigante musulmán de Nájera, desafió a los doce pares de Francia
en singular combate y ganó a once de ellos. Carlomagno, que no había
querido comprometer en la pugna a Roldán, su paladín favorito y más
valiente, tuvo que consentir su participación.
Ambos contendientes eran valientes y hábiles con las armas y el duelo
se prolongó exageradamente sin que hubiese ningún triunfador. Fue necesario
declarar una tregua, durante la cual Roldán y Ferragut simpatizaron
y el gigante, posiblemente entre una copa y otra, reveló el secreto
de su invulnerabilidad: su talón de Aquiles era el ombligo. El astuto
paladín provocó entonces una encendida discusión religiosa que exasperó
al musulmán causando el reanudarse del combate que ya asumía las características
de juicio de Dios. Tardó muy poco la lanza de Roldán en clavarse en
el punto débil del ingenuo coloso provocando su muerte y ganando el
desafío.
El relato está representado con suma plasticidad en el capitel: a la
derecha el Paladín franco bien recto sobre su corcel centra sin titubeos
al adversario que no consiguió protegerse con el clásico escudo árabe
de forma redonda que lleva en la mano izquierda y se tambalea antes
de caerse.
La escultura está firmada: Martinus me fecit, de Logronnio (me
hizo Martín de Logroño) y el autor se preocupó, por si acaso, de apuntar
también los nombres de los dos protagonistas: Rollan y (Ph)eragus,
Roldán y Ferragut.
Frente al Palacio se alza una escalinata que nos transporta hasta la
singular portada norte del templo de San Pedro de la Rúa, monumento
poseedor del título de iglesia mayor de la ciudad, calificativo otorgado
en 1256.
Hasta el ojo menos atento reconocerá bajo el torrente de arquivoltas
el arco polilobulado que ya se encontró en la Iglesia de Santiago de
Puente la Reina y en San Román de Cirauqui.
El interior, en cruz latina de tres naves con tres ábsides, alberga
dos imágenes (tal vez las más antiguas y mejor conservadas de Estella),
de la Virgen: Nuestra Señora de la O, al lado izquierdo y flanqueada
por una columna trenzada (¿son tres serpientes?) y Nuestra Señora de
Belén.
La puerta al lado sur introduce al claustro que fue destruido casi totalmente
por lo que hoy definiríamos como un "error humano". En 1521, cuando
el cardenal Cisneros ordenó demoler todos los castillos de Navarra para
prevenir sublevaciones, el coronel de turno, un tal Villalba, se pasó
con la cantidad de explosivo para volar el castillo real y un alud de
escombros se abatió sobre la iglesia con consecuencias catastróficas.
A pesar de la desgracia el espacio, que ha sido reconstruido, sigue
ofreciendo al visitante ejemplos sublimes del arte de los canteros medievales
plasmada en los exquisitos capiteles: también atrae la atención una
singular columna formada por cuatro torcidas, evocadora del "axis
mundi" inclinado tras la ruptura del pacto entre Dios y el hombre
que terminó con la Edad de Oro.
El claustro se utilizó durante años como cementerio de peregrinos y
todavía hoy se puede admirar, al fondo, el sepulcro en piedra de un
romero muy especial: el Obispo de Patrás, con quien está relacionada
esta leyenda:
A finales del siglo XIII, parece que en 1270, llegó a Estella un anciano
peregrino, sumamente afectado por las dificultades de su largo viaje.
El hombre era el mismísimo Obispo de Patrás, que había decidido llevar
a Compostela unas reliquias de San Andrés, cumpliendo la peregrinación
sin séquito ni insignias, en el absoluto anonimato. Las malas condiciones
físicas del hombre fueron rápidamente empeorando hasta que falleció
y fue enterrado en claustro, con sus escasas pertenencias que nadie
se preocupó de controlar.
Desde la noche siguiente al sepelio, los clérigos que cuidaban de las
fosas vieron que desde la del peregrino recién sepultado salían unas
luces impresionantes que iluminaban toda la ciudad.
Llamadas las autoridades se inhumó el cuerpo, que estaba totalmente
incorrupto y, en una arqueta que llevaba descubrieron las señas de su
identidad, el anillo, el báculo y los guantes bordados, pero lo más
sorprendente fue un pergamino que acompañaba un omóplato certificando
que se trataba nada menos que de una reliquia de San Andrés, martirizado
en la ciudad griega.
La noticia causó el jubilo popular, se expusieron los santos restos
a la veneración de los ciudadanos y el Obispo fue enterrado como convenía
a su rango.
Muchos años después, un extraordinario fenómeno volvió a asombrar a
los habitantes de la villa: el 2 de agosto de 1626. Justo cuando el
Santo había sido proclamado patrono de la ciudad, aparecieron unas luces
en forma de aspa enorme encima de la Iglesia de San Pedro, que un documento
de 1710 describe: "Como una cruz de San Andrés de tamaño y grandor
como de ochenta pies cada brazo y de color y visos de Arco Iris, las
puntas derechas al cielo y bien abierta el aspa hacia la mano derecha
de dicha iglesia, entre el medio y el poniente, y estuvo fija por el
espacio de dos horas, despidiendo de sí muchos resplandores, con admiración
de todos los vecinos que la vieron".
Siempre en el claustro, un segundo sepulcro menos conocido conserva
los restos del infante Teobaldico, muerto en 1272 a la edad de nueve
meses, por precipitar de los muros de un castillo, habiéndose caído
de los brazos de su aya. El niño, hijo de Enrique I el Obeso y sobrino
de Teobaldo II, era prometido de la hija de Alfonso X el Sabio, Violante,
que a la época en que se firmó el contrato matrimonial tenía seis años.
Un templo al que no podemos dejar de acercarnos aunque (como en la casi
totalidad de las iglesias de Estella), hay que subir para llegar, pero
merece la pena, es la Iglesia de San Miguel, parroquia del burgo
homónimo.
Este impresionante conjunto arquitectónico de principio del s. XII (1145),
nos fascina enseguida con su maravilloso pórtico románico tardío, actualmente
resguardado con una inusual cubierta en vidrio.
En efecto, las condiciones del edificio necesitaron de una restauración,
terminada en 1992, un año antes del célebre Xacobeo 93: con las obras
ha sido eliminado el pórtico de ladrillo que protegía la fachada norte,
sustituido con uno transparente, el que podemos apreciar hoy y que produce
un contraste estridente con el resto pero, (siempre hay un lado positivo
en todo) permite el paso de la luz y por lo tanto podemos valorar mejor
las esculturas.
Atrae la atención el tímpano con el Pantocrator con el Libro en la mano,
el tetramorfo rodeándole y un crismón en la clave y, en el dintel, escenas
de la vida de Jesús, el arcángel Miguel que vence al dragón y pesa las
almas, las tres Marías con el sepulcro vacío, la Virgen y San Juan.
En el interior de tres naves se aprecian las intervenciones de diferentes
épocas: especialmente interesante es el retablo gótico en la cabecera
de la nave del Evangelio con escenas de la vida de Santa Elena.
En
el exterior, adosada a la cabecera del templo por un arco, está la capilla
de San Jorge, una torre gótica del s. XIV que guarda una talla flamenca
de madera que representa el Santo matando al dragón.
Pasada la puerta de Castilla o de San Nicolás, el Camino sale de Estella
y la Iglesia de Nuestra Señora de Rocamador, situada a la izquierda,
despide al peregrino.
La Virgen de Rocamador está relacionada con una bonita leyenda: erase
una vez un peregrino que llegó a la ciudad del Ega durante las celebraciones
de las fiestas de Santiago y, en la baraúnda de los festejos se encontró
cerca del lugar donde había sido asesinado un hombre: los indicios apuntaban
en contra del caminante, que fue arrestado y condenado a muerte. El
desdichado gritó su inocencia con todas sus fuerzas pero no se le creyó
y fue llevado al patíbulo. Aquí siguió defendiendo su honestidad e invocó
a Nuestra Señora de Rocamador para que le ayudara. La estatua de la
Virgen, en ese momento, asomó la cabeza desde su hornacina y para observar
mejor lo que estaba pasando, desplazó el Niño que sostenía al otro brazo.
El milagro persuadió a los verdugos y el peregrino fue liberado.
El Niño sigue en el brazo derecho de la Madre en lugar del izquierdo,
como es común en la iconografía de Nuestra Señora en Majestad.
Las últimas casas de Estella se confunden con las primeras de Ayegui,
y al otro lado del Camino se divisa la mole del antiguo Monasterio de
Irache, cuyo topónimo de origen vasco parece significar o "lugar
de helechos" o "duende, misterio", derivando de iratxo.
En
efecto, un cierto misterio rodea la figura de la Virgen que allí se
venera: consta que fue donada en 958 a Santa María de Irach, sin explicar
por quien ni por que; sorprende que no esté relacionada con ninguna
leyenda de luces, pastores y elementos sobrenaturales y lo más extraño
es que en aquella época, ni en España ni en Europa, había empezado la
propagación del culto mariano que empieza a consolidarse en el s. XII.
Hay más: la estatua, forrada en plata, que actualmente parece encontrarse
en la localidad de Dicastillo, (no está claro como ha llegado allí,
quizás durante la alteración generada por las desamortizaciones) está
fechada por los expertos en el s. XII. No sería el primer caso de desliz
cronológico, pero esta vez es diferente porque su donación está documentada,
como dijimos, a mediados del s. X.
Para seguir con las rarezas tenemos una escrita en latín sobre la estola:
"Puer natus est nobis, venite adoremus. Ego sum alpha et omega, primus
et novissimus dominus". (Ha nacido un niño de nosotros, venid a
adorarle. Yo soy el alfa y la omega, primer y original Señor).
¡Cuantos misterios en este mágico Camino!
El monasterio, quizás el más antiguo de España hay quien sostiene un
origen visigodo, fue impulsado por García Sánchez III el de Nájera,
que en 1052 fundó aquí un gran hospital de peregrinos, posiblemente
el primero de Navarra y en los siglos de XVI a XIX llegó a ser centro
de estudios con el rango de Universidad.
El italiano Laffi, que pasó en 1667, deja testimonio de su importancia:
"…Hay un enorme y hermoso convento de San Benito, que posee gran
riqueza y parece casi una ciudad, porque tiene un gran recinto amurallado
y muy extenso. Entramos en este convento y llegamos a un claustro muy
bello, rematado con esculturas, que creo que no he visto nada semejante
en mi vida. Tienen aquí el estudio público y hay escolares en cantidad,
de diversos países, para estudiar".
Cerca del monasterio y patrocinada por las bodegas homónimas se encuentra
la celebre fuente, única en el mundo que sepamos, donde el visitante
puede elegir si apaciguar su sed con agua o con vino. ¡Realmente milagroso!
Una placa colocada al lado de la fuente reza: "¡Peregrino!, si quieres
llegar a Santiago con fuerza y vitalidad, de este gran vino echa un
trago y brinda por la felicidad".
El peñasco del Montejurra, que proyecta su sombra sobre el monasterio,
es también meta de peregrinación de los nostálgicos carlistas que cada
primer domingo de mayo allí se reúnen, recorren el Vía Crucis en las
faldas del monte y celebran misa en un altar erigido en la cumbre.
Don Carlos había establecido su corte y centro operativo en Estella
y durante la segunda guerra carlista (1872 - 1876) el Monasterio sirvió
de hospital para los numerosos heridos.
Durante el siglo XII vivió en el monasterio San Veremundo, patrono del
Camino navarro. Entró en el cenobio cuando era todavía un niño, siendo
su tío Munio el abad de entonces. Enseguida manifestó su talante caritativo
y le inspiraban especial compasión los pobres y haraposos que iban mendigando
restos de comida en la puerta del convento, y con quien se relacionaba
a menudo cuando fue nombrado portero.
Para aliviar el hambre de estos desamparados, Veremundo, además de los
restos, empezó a substraer alimentos de la próspera despensa monacal
y, escondiéndolos en el delantal, solía regalárselos. Dicen que en algunos
días hubo más de un hermano obligado a un ayuno extraordinario.
Una mañana, cuando se aprestaba a llevar el habitual sustento a sus
pobrecillos, se encontró al abad que preguntó al joven que llevaba en
el bulto bajo el sayo. Veremundo contestó, con una piadosa mentira,
que eran flores para la Virgen (hay una versión diferente de la narración
que habla de astillas de leña para encender el fuego). Tal vez por una
corazonada el prior insistió para que le enseñara estas flores y, cuando
el generoso mozo un poco estremecido abrió su mandil, salieron de él
grandes rosas recién cortadas que inundaron todo con su perfume.
Hay reiteradas versiones de esta leyenda y el mismo prodigio, con algunas
variantes, se atribuye a Santa Casilda, en la provincia de Burgos, a
Santa Rosa en Viterbo, (Italia) y a la misma Santa Felicia, la de Obanos.
Este es el primero de los milagros que se atribuyen a Veremundo, que
operó muchos otros cuando se convirtió en abad.
Durante su larga vida (1020 - 1099) tuvo siempre óptimas relaciones
con los reyes navarros de los cuales fue a menudo confesor y consejero:
colaboró sobre todo con Sancho Ramírez, el fundador de Estella y parece
que dedicó intensas y prolongadas oraciones a la Virgen para propiciar
su aparición en el Puy de la vieja Lizarra.
Después de su muerte, que ocurrió el año de la primera cruzada, fue
enterrado en el mismo Irache, donde permaneció hasta la celebre desamortización
de Mendizabal, en 1835.
Cuando se inhumó, su cuerpo fue reclamado por los dos pueblos de Arellano
y Villatuerta situados cerca de Irache, que también se disputan sus
natales.
Como no hubo manera de llegar a un acuerdo entre las dos localidades,
se adoptó la salomónica decisión de custodiar las reliquias alternadamente
por cinco años en Arellano y cinco en Villatuerta, así que su urna relicario
viaja de un pueblo a otro: el último traslado se efectuó el 8 de marzo
de 2003, aniversario de su muerte y actualmente se encuentra en Villatuerta,
donde se quedará hasta 2008.
Desde el 20 de febrero de 1969 es patrono oficial del camino de Santiago
en Navarra y, como dicen los navarros: "Mientras el mundo sea mundo,
el 8 de marzo San Veremundo".
Siguiendo
hacía Azqueta y dependiendo por donde sople el viento, nuestras
narices serán agradablemente estimuladas por el perfume de lavanda que
se desprende de los campos antes de un túnel cercano a la localidad,
y severamente fastidiadas por los efluvios que llegan de una granja
de cerdos, después.
En el pueblo, con un poco de suerte podremos encontrar otro personaje
del Camino, que emana cariño por todos los poros, Pablito: ya son legendarias
entre los peregrinos sus charlas tomando café, los palos de avellano
o las conchas que suele donar y sobre todo, la mirada sabía de sus ojos
azules que produce el efecto de una caricia en el alma.
Por encima de las suaves colinas que enmarcan el Camino atrae la atención
el cerro de Monjardín con las ruinas del castillo de San Esteban de
Deyo en la cumbre.
Este macizo se reveló de fundamental importancia estratégica en las
luchas para la reconquista: Sancho Garcés el Libertador (905
- 925), el primero de la dinastía Jimena, lo arrebató a los Banu Qasi
en 905 durante su dura lucha de reconquista contra los moros que consiguió
echar de la comarca, extendiendo sus fronteras hasta más allá del Ebro.
El rey Sancho fue enterrado en la iglesia del castillo, panteón de los
monarcas navarros de la época.
Bajo la señera atalaya se asienta Villamayor de Monjardín (precedida
por la singular Fuente de los Moros recién restaurada), que supuestamente
debe su origen a la utilización de la zona al pié del monte como base
operativa al servicio de la vida del castillo.
Varias casonas blasonadas rodean la Iglesia parroquial de la localidad,
dedicada a San Andrés: el templo, románico, cuenta con una torre campanario
añadida en el s. XVIII.
La
portada se adorna con capiteles historiados donde destaca uno que representa
a dos caballeros armados luchando, y sin lugar a dudas recuerda las
figuras de Roldán y Ferragut representadas en el Palacio de los Reyes
de Estella.
Aquí no queda clara la identidad de los personajes, pero la imagen da
paso a unas consideraciones sobre la falta de una significativa presencia
de la iconografía "matamoros" en Navarra.
De las tres diferentes maneras de representar al Apóstol (peregrino,
de pie y con los atributos clásicos, caballero, con o sin moros
bajo su corcel y maestro, sentado) hemos podido constatar que
en este primer tramo del Camino prevalece más bien la imagen del Santiago
peregrino, mientras que el caballero matamoros abundará en la iconografía
riojana.
Es muy probable que el mensaje a trasmitir, finalizado a la eliminación
del enemigo de la fe (hoy moro, mañana indio y más tarde rojo) asuma
en este caso los atributos distintivos del ciclo carolingio y satisfaga
de esta forma las exigencias de dignificar la lucha de Reconquista.
La misma Crónica de Turpín enmarca en este enclave la leyenda de los
ciento cuarenta caballeros muertos sin combatir, subrayando la necesidad
del sacrificio para alcanzar la victoria.
Transcribimos el texto integro de la narración para que el peregrino
pueda disfrutar del estilo del cronista y captar el lazo constante entre
las actuaciones humanas y la intervención divina en el desarrollo del
conflicto entre cristianos (los buenos de la película que Dios ayuda)
y moros, objetivo natural de las palizas divinas:
"Al día siguiente, pues, se le anunció a Carlomagno que en Monjardín
un príncipe de los navarros, llamado Furre, quería combatir contra él.
Al llegar, pues, Carlomagno en Monjardín, el príncipe aquel se dispuso
a lidiar contra él el día siguiente. En consecuencia, Carlomagno la
víspera de la batalla pidió a Dios que le mostrase aquellos de los suyos
que iban a morir en el combate. Al día siguiente, pues, armados ya los
ejércitos de Carlomagno, apareció en los hombros de los que morirían,
es decir, detrás, sobre la loriga, la silueta en rojo de la cruz del
Señor. Y al verlos Carlomagno los escondió en su tienda para que no
muriesen en la batalla. ¡Cuan incomprensibles son los juicios de Dios
y cuan inescrutables sus caminos¡ ¿Pues, que más? Terminada la batalla
y muerto Furre con tres mil navarros y sarracenos, encontró Carlomagno
muertos a los que por precaución había escondido. Y casi eran ciento
cincuenta. ¡Oh bienaventurada tropa de luchadores de Cristo!, aunque
la espada del perseguidor no la segó, sin embargo no perdió la palma
del martirio. Entonces Carlomagno tomó el castillo de Monjardín y toda
la tierra navarra".
En el interior de la Iglesia de San Andrés, se conserva una cruz procesional
latina en plata de finales del s. XII, la más antigua y más grande de
Navarra. La pieza, finamente cincelada, presenta un Cristo de tres clavos
con corona real y la escrita Jesus Nazarenus Rex Judeorum y vincula
su origen ¿cómo no? a una leyenda:
Cuentan que durante su lucha contra los musulmanes el rey Sancho Garcés
tenía en sus manos este precioso objeto y se preocupaba sumamente de
que no cayera en manos musulmanas. Decidió entonces esconderla enterrándola
en un bosquecillo cercano a la fortificación de San Esteban.
La linda cruz allí quedó, protegida y olvidada durante muchos años hasta
que un día un pastor de la zona vio que una de sus cabras estaba extrañamente
inmóvil delante de unos arbustos y, pensando que lo que atraía la atención
del animal fuese algún peligroso bicharraco, lanzó una piedra para alejarle.
Acercándose para controlar, se percató de que su pedrada había partido
el brazo de una soberbia cruz; el pobre hombre se sintió tan culpable
de haber involuntariamente causado semejante destrozo, que llegó a decir
que: "Pluguiera a Dios, que antes de arrojar la piedra se me hubiera
secado el brazo". Acto seguido se quedó paralizado de la espalda
a la mano y la cruz recuperó su integridad.
El extraordinario suceso atrajo al señor feudal y los sacerdotes de
la región, que quisieron trasladar la joya a la cercana iglesia, pero
no hubo manera: el crucifijo siempre volvía en el bosquecillo donde
fue encontrada hasta que se decidió levantarle un templo para cobijarla.
Fue sólo entonces cuando el pastor recuperó el uso de su brazo.
El fracaso es la clave del éxito.
Cada error nos enseña algo.
(Morihei Ueshiba - El arte de la paz)
Superada Urbiola que Domenico Laffi llama Orihuela, con sus
casas blasonadas nos adentramos en la parte más fértil de Navarra: es
esta la tierra de los exquisitos pimientos rojos del piquillo (así llamados
por su forma parecida a un pequeño pico), de los grandes espárragos
blancos, (tan ricos que el rey Juan Carlos los bautizó como cojonudos),
tierra de vides, olivos y endrinas, la baya con que se elabora el licor
local, el pacharán, que delicia el paladar en las sobremesas.
"Urancia, que dicitur Arcos", así llama el Codex Calixtinus la
localidad de Los Arcos, que nos acoge con su caprichosa torre
cuadrada.
En 1175 el rey Sancho el Sabio concedió un fuero a la villa, impulsando
su desarrollo favorecido también por su emplazamiento como cruce de
caminos. Es en esta época cuando se emprenden las obras de la Iglesia
de Santa María, su principal monumento, y del hospital de peregrinos
sostenido sucesivamente por Teobaldo II, ya desaparecido.
La Iglesia, que se alza al lado del río Odrón, ha padecido numerosas
restauraciones que han dejado en el edificio rastros de románico, gótico,
renacentista, plateresco y barroco, sobre todo en el interior, decorado
con interesantes retablos.
El altar mayor es presidido por una talla gótica de la Virgen, del s.
XIV, posiblemente de procedencia o hechura francesa. También la sillería
del coro merece una visita.
En
la Iglesia, ocurre periódicamente un peculiar fenómeno astronómico:
la estatua de la Virgen negra de rostro sonriente y ojos zarcos, colocada
en la hornacina de la fachada plateresca, suele estar permanentemente
en sombra y por esto es apodada por los vecinos La Morenica. Esta imagen,
por un calculado capricho solar, recibe una vez al año, el 15 de agosto
a las 20.37 de la tarde, los rayos del sol que la iluminan por unos
minutos.
Volveremos a ver un fenómeno similar, todavía más relevante, en el Monasterio
de San Juan de Ortega.
Tenemos descripciones de la ciudad por Hermann Künig von Vach, peregrino
alemán del siglo XV:
"… llegas a la ciudad de los judíos que se llama al lado de Romanen
Arcus después de cuatro millas sigue Viana."
y por Laffi, dos siglos después:
"…Llegados, con la ayuda de Dios, a Arcos del Rey, … Este es un lugar
ciertamente fortificado y bien cumplido. Allí hay abundancia en ropas,
frutos y hierbas en la plaza, así como un buen pan".
De la muralla fortificada que cita, quedan tres puertas: la del Estanco,
la de Sta. María, esta última del siglo XVII, con sus tres llamativos
escudos y la puerta de Castilla, por donde se sale de la ciudad.
"Y más allá de Los Arcos, junto al primer hospital, es decir, entre
Los Arcos y el mismo hospital, pasa una corriente mortífera para las
bestias y hombres que beben sus aguas. Por el pueblo que se llama Torres,
en Navarra, corre un río malsano para animales y hombres que en él beben",
Americ Picaud insiste en su alarmante descripción.
El hospital de peregrinos que cita debía encontrarse cerca del arroyo
de San Pedro, muy próximo a Sansol.
Es este uno de los pocos pueblos cuyo nombre deriva de un santo, San
Zoilo, mártir romano del siglo III; pero hay también una hipótesis que
afirma que en el lugar se había desarrollado un culto solar pagano y
que, favorecido por el óptimo emplazamiento, se erigía aquí una ara
solis.
Desde la colina de Sansol se aprecia el pintoresco espectáculo de Torres
del Río con su distribución urbanística irregular debida a la morfología
caprichosa del emplazamiento.
Su origen es muy antiguo: junto a Los Arcos, Sansol, Armañanzas y el
Busto, formaba parte del conjunto militar romano, llamado Cornonium.
Su nombre se debe a las cinco torres (ya desaparecidas) que jalonaban
su muralla y que lucen todavía en su escudo y al río Linares que cruza
el municipio.
En este pueblo se encuentra una de las joyas arquitectónicas del Camino,
la pequeña iglesia románica del Santo Sepulcro, de la segunda mitad
del s. XII, cuya construcción está estrictamente relacionada con la
Orden del Temple.
Su emplazamiento, en el corazón del pueblo, casi escondida y protegida
por las casas, hace descartar totalmente la función de "faro" que muchos
autores le han atribuido: no cabe duda de que la imagen del peregrino
perdido en la tormenta y envuelto en las nieblas peligrosas auxiliado
por la luz del potente Faro que lo reconduce en el Camino correcto tiene
un matiz romántico, pero si nos dejamos guiar por el faro de la lógica
comprenderemos enseguida la absurdidad de esta atribución.
Sus características más singulares son la planta en forma de octógono
perfecto, la torre opuesta al ábside, la bóveda califal muy parecida
a la de la mezquita de Córdoba, y el estupendo Crucificado de principio
del s. XIII que preside el altar. La talla, de influencia bizantina,
es digna de admiración: el Cristo de cuatro clavos (típico del románico)
lleva corona real.
Situados en el centro del templo, levantando la cabeza se aprecian entre
los nervios de la cúpula, los nombres de los Apóstoles y un "Me fecit"
(me hizo) debajo del nombre del arquitecto, ya borrado por el tiempo.
Al lado del altar, dos capiteles de exquisita hechura, un Descendimiento
(el Cristo, siempre con corona real y con la escrita IHS, Jesús Hombre
Salvador, en vez que el clásico INRI) y las tres Marías delante del
sepulcro vacío, remarcan la sensación de armonía que desprende este
pequeño templo.
El Camino que sale de Torres del Río atraviesa un bonito paisaje quebrado,
rebosante de almendros, vides y olivos y roza la Ermita de la Virgen
del Poyo del s. XVI, imposible de visitar porque solo abre el domingo
siguiente al de San Isidro, en el mes de mayo, fecha de romería.
Aunque se encuentre a casi un kilómetro del Camino, pero nos gusta recordar
el pueblo de Bargota y sobre todo la famosa leyenda del brujo
Joanes.
Joanes, o Juan, fue párroco de Bargota durante la segunda mitad del
siglo XVI y parece ser que era hijo de una bruja de la familia de los
Mellado, que estudió en Salamanca y que participó a clases en la Cueva
de San Cipriano, donde impartía asignaturas el mismísimo diablo.
El cura, como cada brujo que se respete, participaba en aquelarres (parece
que en las charcas de Viana), pero su especialidad era la de aparecer
y desaparecer en lugares que se encontraban a centenares de kilómetros
de distancia.
Cuentan que se trasladaba de Roma, donde visitaba al papa y si hacía
falta le sacaba de apuros, a Pamplona o Bargota en tiempos rapidísimos.
A pesar de conocer sus actividades, que él mismo había expuesto con
abundancia de detalles, la Inquisición, que le apresó en 1599, se abstuvo
de condenarle: quizás porque cada vez que conseguían encerrarlo en una
mazmorra, desaparecía prodigiosamente y volvía a su parroquia de Bargota.
La última población del Camino navarro es Viana: el nombre posiblemente
deriva de Diana, lo que no sería tan sorprendente habiendo existido
en la zona campamentos romanos.
Fue creada en 1219 por Sancho VII el Fuerte (el rey que medía más de
dos metros, ganador de las navas de Tolosa) que unificó unas pequeñas
aldeas preexistentes.
El trazado urbano refleja la regularidad típica de un plano regulador,
propio de las repoblaciones. La zona, fronteriza frente a Castilla y
por lo tanto especialmente peligrosa, necesitaba un asentamiento estable:
para repoblarla el monarca recurrió a reos de delitos que venían absueltos
y sacados de la cárcel si aceptaban vivir en este lugar de frontera.
Aprovechó también de la posición estratégica para construir una potente
muralla fortificada de la cual quedan restos, junto a algún portal.
La arquitectura de los templos que se fueron erigiendo obedece a la
necesidad de satisfacer exigencias religiosas y defensivas: en el lado
sur occidental, las ruinas de la iglesia gótica de San Pedro, destruida
durante las guerras carlistas, confirman su papel de iglesia - fortaleza
y siguen emanando el sabor de los antiguos esplendores.
Asimismo, la iglesia parroquial de Santa María de la Asunción, un impresionante
edificio en estilo gótico de tres naves, con una sólida torre campanario
de más de cincuenta metros de altura, era iglesia - fuerte y cubría
el flanco norte de Viana, y por eso no tiene grandes ventanales.
Desde el s. XIII, (construye entre 1.250 y 1.312), la Basílica ha sido
objeto de importantes reformas: entre los siglos XV y XVI se llevó a
cabo la fachada meridional, plateresca, un monumental retablo en piedra
con escenas de la crucifixión.
En el interior predomina el estilo barroco y, entre los retablos, el
mayor, dedicado por completo a María es considerado como uno de los
mejores del barroco navarro.
En el suelo delante de la entrada sur, la plateresca, una humilde lápida
recuerda un personaje intensamente relacionado con la ciudad: el caudillo
Cesar Borgia, muerto en el campo de la Verdad al sur de Viana, el 11
de marzo de 1507 en una escaramuza contra el conde de Lerín.
Carmen Pugliese