EL OBJETIVO DE ESTAS PÁGINAS ES GUIAR A LAS PERSONAS QUE LO
RECORRAN, RECREÁNDOSE EN LOS PAISAJES Y RINCONES TAN DIVERSOS QUE SE OFRECEN
A LO LARGO DE TODA SU EXTENSIÓN, EXTASIÁNDOSE EN LA CONTEMPLACIÓN DE LAS MILENARIAS
Y ENIGMÁTICAS PIEDRAS QUE JALONAN LAS RUTAS Y QUE CONFORMAN ESE INCONTABLE NÚMERO
DE CALZADAS, PUENTES, ERMITAS, IGLESIAS, CATEDRALES, MONASTERIOS... Y QUE NO
SON OTRA COSA QUE LA HUELLA QUE DEJARON NUESTROS ANTEPASADOS, CUYA META ERA
ALCANZAR LA ETERNIDAD ALLÁ EN EL “FIN DE LA TIERRA”. FINALMENTE DISFRUTAR DE
LA BONDAD Y HOSPITALIDAD DE SUS GENTES, CUYA CULTURA, COSTUMBRES Y EXQUISITA
GASTRONOMÍA SORPRENDERÁ AL CAMINANTE.
Parte del Camino recorre nuestra tierra. El tramo riojano del Camino de Santiago
no llega a los 60 Km. De ellos, 9 Km. son recorridos urbanos por los pueblos
por los que se pasa. En otros 14 Km. estamos obligados a caminar por el arcén
de carreteras asfaltadas. Para los kilómetros restantes, disponemos de cómodos
caminos de tierra, excelentes para el senderismo y la bicicleta de montaña.
El peregrino vadeará cuatro ríos (Ebro, Yalde, Najerilla, y Oja) y conocerá
siete poblaciones riojanas: Logroño, Navarrete, Nájera, Azofra, Cirueña, Santo
Domingo de La Calzada y Grañón. Su escalonamiento a lo largo del Camino (nunca
se recorrerán más de 13 Km. sin encontrar un pueblo) facilita el disfrute de
una gran cantidad de servicios..
Es un país abierto, cordial y acogedor, región-vergel de antiguos monasterios, de grandes ríos, de saludables aguas y abundantes peces, de pueblos nacidos al calor de la peregrinación jacobea y de afamados vinos.
Resumen de las palabras de Elías Valiña
Es ésta una definición muy usada, pero no por ello deja de ser la más adecuada
para esta tierra en la que entramos desde la ciudad de Logroño. Dejamos atrás
Navarra para iniciar los aproximadamente 60 Km. que el Camino de Santiago
recorrerá por la campiña riojana, y lo hará por la denominada Rioja Alta,
con un importantísimo patrimonio histórico-cultural, al que hay que sumar,
por supuesto, su producto emblemático, el vino.
A la Rioja, habitada antaño por el antiguo pueblo de los berones, le da su
nombre el Río Oja, ese que más tarde encontraremos vadeado por un puente construido,
cómo no, por Santo Domingo de la Calzada. Este río, al que algunos atribuyen
el primitivo nombre de Oca, cercano por otra parte a lugares con esa toponimia
(Montes de Oca, por ejemplo), es un eje, junto al propio Ebro, de desarrollo
de núcleos de población que han crecido en función de la Ruta Jacobea.
Aunque hemos dejado atrás Navarra, La Rioja no puede separar su historia de
ella, como tampoco lo puede hacer de Castilla. Ha sido este territorio estratégico
en la antigüedad, tanto como frontera de las tierras reconquistadas a los
árabes, como de los distintos reinos cristianos. Su historia queda teñida
por las constantes disputas entre reyes y el dominio itinerante de castellanos,
navarros y aragoneses, siempre atenta al paso de peregrinos hacia Galicia.
Sin embargo, esa será la causa de su intensa irradiación política, religiosa
y cultural. Los peregrinos no accedían a ella como tierra de paso, sino como
centro del reducido universo de la época.
Entrar en La Rioja no suponía abandonar los dominios del reino de Navarra
en el s.X, cuando es conquistada a los musulmanes por el rey cristiano Sancho
I Garcés (905-925). Este monarca consigue arrebatar Nájera de manos árabes,
con la ayuda del rey leonés Ordoño II, en el año 923. Son tiempos de reconquista,
de expansión de los reinos cristianos y de necesidad de reforzar las comunicaciones
y las zonas fronterizas en las nuevas tierras, por cierto más llanas y accesibles.
El paso de peregrinos empieza pues a modificar su primitivo curso, mucho más
al norte.
En la misma línea sucesoria aparece Sancho III el Mayor (1005-1035) que reinó
sobre un amplísimo territorio desde Navarra a Castilla, que sabiamente supo
custodiar y fortificar en sus redes básicas de comunicación. Es con él cuando
el Camino de Santiago se traslada definitivamente a la planicie, a través
de La Rioja, por tierras de Nájera, no tanto por la sacra devoción a la peregrinación
jacobea, sino por la necesidad de consolidar núcleos estables de población
y afirmar las vías de comunicación que salvaguardarán los territorios reconquistados.
Aparece así una ruta clara y certera para los peregrinos, que a partir de
este momento gozarán de un paso por tierra llana y segura. La Rioja inicia
así su camino hacia el próspero desarrollo que la caracterizará desde ese
momento. El hijo de Sancho III el Mayor, García Sánchez III el de Nájera (1035-1054),
traslada la corte navarra a la ciudad de Nájera, de ahí su nombre. Alfonso
VI (1072-1109), su sobrino, anexiona La Rioja a Castilla, sin evitar con ello
constantes incursiones y desplazamientos de fronteras. Künig, el peregrino
del s. XV, fue testigo del notorio cambio social que se apreciaba al llegar
aquí, debiendo incluso cambiar el uso de las coronas por el de maravedís.
En el seno de Castilla La Vieja, se reúnen en 1812 en Santa Coloma, cercana
a Nájera, cien representantes de municipios riojanos, para solicitar de las
Cortes de Cádiz la unificación de sus tierras, acto que se recuerda con un
monumento en esa población. La solicitud obtuvo sus frutos nueve años después
creándose la provincia de La Rioja. En 1982 La Rioja se convierte en una de
las actuales Comunidades Autónomas Españolas.
El recorrido que le espera a quien se dirige hacia Compostela por esta rica
tierra está decorado por la exuberante belleza de sus campos, bordados de
viñas y huertas, un verdadero jardín colmado de agua y de historia. Cuna de
Reyes, de sabios anacoretas, de grandes monasterios, de monjes copistas y
constructores, del primer poeta en lengua castellana, devotos todos de su
patrona la Virgen de Valvanera. La devoción a la Virgen de Valvanera,
aparecida entre un panal de abejas en el hueco de un roble del valle Venario
en el s.IX, atrajo a los ilustres Sto. Domingo de la Calzada y Sto. Domingo
de Silos, y hasta la mismísima reina Isabel la Católica peregrinó hasta su
monasterio en 1482. La abadía benedictina se sitúa en plena Sierra de la Demanda,
en un lugar bellísimo de extraordinaria vegetación y, sobre todo, de rica
miel. A este lugar de peregrinación se acude en distintas romerías, como la
Valvanerada, a pie desde la ciudad de Logroño. Ésta es la Virgen de las Abejas,
patrona de esta Comunidad y protectora de los apicultores riojanos.
No se pasará por La Rioja olvidando fácilmente el excelente chorizo que da
vigor a las patatas, el aroma a sarmiento con que se asan las chuletas, los
caparrones o los pimientos rellenos. Pero, sin menospreciar ninguno de los
frutos que regala esta fértil tierra, el fruto por excelencia es la uva, que
mediante la sabiduría de los riojanos, se transforma en el vino que mana por
doquier. Quién no ha escuchado alguna vez aquello de "con pan y vino se
hace el camino". Ciertamente existe una simbiosis entre vino y peregrinación
quizás basado en la solidaridad, la acogida y la convivencia que a través
de los caldos se enaltece. En otros tiempos se decía aquello de "el vino
y el latín van a todas partes", sin duda en boca de romeros y juglares
medievales. El vino, antes de ser ritualizado por el cristianismo ya formaba
parte de las celebraciones de otras religiones mistéricas, sin duda también
en las de aquellos berones que poblaron la zona. Se cita documentalmente el
vino riojano desde el s.XII y bien seguro que ya entonces hacía olvidar a
los peregrinos las exquisiteces probadas en Francia. El vino en La Rioja no
es sólo una fuente de ingresos y un orgullo, sino que es además un rito cotidiano
en el que se involucran sus gentes. Todos comparten un profundo conocimiento
de su elaboración y, claro está, del posterior goce de su consumo. La famosa
Calle Laurel de Logroño o cualquier tasca de la zona húmeda, que a altas horas
se convierte en la Senda de los Elefantes, paso obligado de peregrinos
por supuesto, da fe del culto a tan honorable producto, como lo hacen también
bodegas y tabernas a todo lo largo de nuestra ruta. Existe un gran anecdotario
con el vino como protagonista. El propio San Millán lo multiplicó milagrosamente
para dar de beber a todos los que se acercaban a escucharle. En la Guerra
de la Independencia muchos fueron los franceses que "desaparecieron" en los
lagos de fermentación, contribuyendo así a eliminar el exceso de azúcar de
la uva. Los riojanos solían decir entonces irónicamente: "este vino tiene
francés". Pero además de reconfortar al viajero y hermanar a gentes de
todas las procedencias, sin duda sirvió el arrope caliente para curar algún
catarro peregrino o para hacer cataplasmas para las dolencias pulmonares,
por no hablar de la milagrosa curación de los sabañones a quienes contribuían
pisando la uva. El vino ha sido, a lo largo de la historia de la peregrinación
jacobea, el artífice de hacer entrar en calor los pies del caminante para
conseguir después calentar también su corazón.
"Caminaba un peregrino
En una noche serena
Con la calabaza llena
De muy exquisito vino.
La sed le salió al camino
Y él de apagarla dio traza
Y alzando la calabaza
Hizo al cielo puntería:
Y así a un tiempo veía
Estrellas y calabaza."
Zorrilla
Godescalco pasó por La Rioja en el 950 camino de Compostela,
convirtiéndose en el primer peregrino del cual conocemos la identidad.
Era este ilustre romero obispo de Le Puy y príncipe de Aquitania. De
camino hacia las reliquias del Apóstol acudió al Monasterio de San Martín
de Albelda, donde existía un importante taller de monjes copistas y
que debió ser antigua ruta de peregrinación. Allí encargó al monje Gomesano
una copia del tratado de la "Perpetua Virginidad de la Santísima
Virgen María de San Ildefonso de Toledo". Godescalco siguió su viaje
y llegó a Santiago de Compostela, pasando a la vuelta a recoger su encargo.
Lo llevó consigo a Le Puy y hoy lo encontraremos como una de las joyas
de la Biblioteca Nacional de París. El copista riojano Gomesano no olvidó
citar en su prólogo el nombre de aquel peregrino a Galicia. En este
Monasterio fue escrita también la Crónica Albeldense por el monje
Vigila en el s.X, guardado hoy en la Real Biblioteca del Escorial. Y
también el Antifonario Albeldense, misal que contenía el rito
mozárabe o visigótico de la liturgia autóctona española. Parece que
en 1080, el rey Alfonso VI, presionado por el papa Gregorio VII y por
la orden de Cluny, intenta sustituir definitivamente esta liturgia por
la gregoriana, usando para ello el Juicio de Dios. Se arrojaron un misal
de cada uno de los ritos a la hoguera, sufriendo el gregoriano la destrucción
inmediata por las llamas. Viendo el problema, el rey empujó el misal
mozárabe con el pie de forma que también ardiera. De ahí surge el dicho
"Allá van leyes do quieren reyes".
Los peregrinos entran en La Rioja por su capital, la ciudad de Logroño, habiendo
dejado atrás Viana y las tierras navarras. Ya encontramos las primeras casas
de las afueras, antes de cruzar el puente sobre el río Ebro, y en una de ellas
se nos aparece el recuerdo de Felisa, intacto en la memoria de cientos
y cientos de peregrinos modernos. Felisa, a pesar de su edad avanzada, esperaba
a los romeros en la puerta de su casa. No sabía escribir, pero tenía memoria,
tanta que podía explicar cómo era el Camino antes y cómo luchó para mantenerlo
en vida, cuántos peregrinos conoció y a cuántos les ofreció un poco de agua
fresca, unos higos y todo su amor. Falleció Felisa en el año 2002, dejando
su imagen impregnada en el paisaje y en el recuerdo. Ella habitará por siempre
en el Camino que lleva a Compostela. Que el Apóstol la tenga en su gloria.
Gracias Felisa, palabra de peregrino.
Muy pronto llegaremos al Ebro y atravesándolo nos introduciremos en la ciudad.
El topónimo de Logroño procede de la voz germánica Gonno o Gronio,
que puede traducirse como "vado" o "lugar de paso", nombre que bien pudieron
darle godos y centroeuropeos. Se sabe de este lugar desde el s.X, cuando tan
sólo debía ser un conjunto de casas de labor que aprovechaba las fértiles
riberas del río. El rey Alfonso VI le otorgaría los fueros en 1095, garantizando
igualdad de derechos a todos los pobladores de Il Gronnio, fuera cual
fuera su procedencia. Ese insignificante núcleo iba a transformarse pronto
en una importante ciudad, gracias a los que deciden instalarse aquí debido
a las ventajas de sus fueros y, por supuesto, al Camino de Santiago. Es evidente
que ésta es una ciudad-camino, una ciudad lineal cuyo eje fue una sola calle,
la Rúa Vieja, la calzada de peregrinos, que ha crecido por y para la Ruta
Jacobea. Será el rey Juan II de Castilla quien le otorgará el título de ciudad
en 1431. Todo ello lo debe Logroño a la construcción del Puente de Piedra
que permitirá cruzar el Ebro y que nos disponemos a atravesar.
"Al entrar a ésta se pasa por un gran puente a la parte de septentrión,
en medio del cual está la guardia, que nos preguntó de qué país y patria éramos
y si llevábamos algo de contrabando en los hatillos, respondimos que no, y
que íbamos a Galicia, por lo que nos dejaron seguir nuestro viaje".
Domenico Laffi
El puente que usó Laffi en el s.XVII no es el actual de siete arcos, finalizado
en 1884, El que recorrió este peregrino es el que describía Albia de Castro
en el mismo siglo, con doce arcos y tres torres de defensa, el mismo que empezó
a construir Santo Domingo de la Calzada y que finalizó su discípulo San Juan
de Ortega en el s.XII. Más tarde descubriremos quienes fueron estos Santos
Pontífices y la transcendencia de sus obras a lo largo del Camino de Santiago,
aunque cabe decir que fue a instancias del rey Alfonso VI de Castilla como
se impulsa la realización de puentes, calzadas y hospitales de peregrinos,
poniendo en práctica de forma decidida la labor que inició su abuelo Sancho
III el Mayor. Este Puente de Piedra del s.XII forma parte de un conjunto de
puentes que datan de la misma época, como el de Puente la Reina, Estella,
Santo Domingo de la Calzada o Ponferrada. En este lugar confluye el paso de
los peregrinos que vienen del Levante o Cataluña que han seguido el curso
del río Ebro para continuar hacia Santiago, a partir de ahora, por el Camino
Francés.
El Ebro es el más caudaloso de los ríos que encuentra el peregrino hasta llegar
a Compostela.
"Por Logroño pasa un río enorme, llamado Ebro, de saludables aguas y abundantes
peces. Todos los ríos que se encuentran entre Estella y Logroño son malsanos
para beber hombres y bestias, y sus peces lo son para comerlos"
Codex Calixtinus
Si algo detestaba Picaud, además de a los navarros, era beber el agua de
nuestros ríos, a lo que tiene verdadero pavor. Pero parece ser que el Ebro
le pareció aceptable. La abundancia de peces será la protagonista de sucesos
muy posteriores.
En plena Guerra de la Independencia, el general francés Asparrot pone sitio
a la ciudad de Logroño. Esperaron las tropas francesas la rendición de la
ciudad por la carencia de alimentos, pero milagrosamente, después de muchos
días de asedio, se retiraron de las puertas de la villa. Ocurrió el milagro
en la festividad de San Bernabé, santo que los logroñeses acogieron como patrón
desde aquel día. De las razones de la retirada de los franceses no estamos
seguros, pero de cómo sobrevivieron los logroñeses se guarda en la leyenda.
Dicen que esperaban al anochecer para deslizarse silenciosamente entre las
sombras y llegar al río. Allí tendían sus redes y por la abundancia de peces
se alimentó la población durante todo el tiempo que permaneció sitiada. Hoy
se recuerda aquel hecho en la festividad de San Bernabé, y es la Cofradía
del Pez la que se encarga de preparar los actos, donde no puede faltar
el reparto de vino y pescado en honor de aquellos héroes.
Justo al pasar el Puente de Piedra se edificó una pequeña ermita en honor
de su constructor, el llamado Humilladero de San Juan, aunque hoy no queda
rastro alguno. Nos dirigimos ahora al interior de Logroño por la Rúa Vieja,
que recorre la ciudad paralela al curso del Ebro. Lo que hoy es el casco viejo
fue un recinto amurallado desde el río al Espolón. Han desaparecido numerosos
vestigios de lo que fue la ciudad medieval, sin embargo encontraremos a todo
lo largo de la Rúa Vieja algunos escudos y restos de palacios que nos recordarán
otros tiempos. Esa misma calle, la calzada de peregrinos, nos conducirá hacia
los principales lugares que debemos visitar. En primer lugar la ermita dedicada
a San Gregorio Ostiense, cuyo interés no recae tanto en el edificio
sino en la figura del Santo Obispo de Ostia, en Italia, riojano de adopción.
La santidad de San Gregorio Ostiense se manifestaba de forma milagrosa en
la protección de campos y cosechas. Ante la plaga de langostas que asolaba
los campos de Calahorra a mediados del s.XI, su obispo solicitó los servicios
de San Gregorio, quien respondió con su pronta visita bajo el beneplácito
del Sumo Pontífice, Benedicto IX. Finalizó su trabajo conjurando exitosamente
a las langostas y aprovechó el viaje para cumplir con su peregrinación a Santiago
de Compostela, aceptando en su séquito a Santo Domingo de la Calzada, a quien
ordenó sacerdote. Como sabremos después, desde su encuentro con el obispo
de Ostia, Santo Domingo fue capaz de empezar su tarea de gran constructor.
Volvió San Gregorio de la tumba del Apóstol y se quedó por tierras riojanas
hasta que le acontenció la muerte en 1044, en una casa de Logroño, próxima
a la actual ubicación de la ermita que lleva su nombre. Su cadáver fue colocado
a lomos de una mula, como él mismo quiso antes de morir, y se la dejó caminar
a su libre albedrío. Fue a parar el animal en un lugar de Navarra, cerca de
Sorlada, no lejos de la Ruta Jacobea, y allí se levantó una basílica donde
reposa su reliquia; la cabeza de San Gregorio, que sigue bendiciendo los campos
en primavera, continuando así la labor que el Santo debía realizar en vida.
Siguiendo por la Rúa Vieja pasaremos por detrás de la Iglesia Imperial
de Santa María de Palacio, nombre que se debe al rey Alfonso VII el Emperador
(1126-1157). Fue este monarca quien donó su palacio, residencia de los reyes
de Castilla, a los canónigos del Santo Sepulcro para fundar la iglesia. El
primer templo era románico, aunque hoy encontramos un conjunto de distintas
épocas y estilos. Todavía se conservan algunos restos de escultura románica
en capiteles, unos en su emplazamiento original y otros recuperados como material
de construcción. Pero si algo destaca de este templo es su torre octogonal,
coronada por una aguja de ocho caras, cuya esbeltez causa verdadero vértigo
ascensional. La torre data del s.XIII y, aunque es muy peculiar en su género,
existe una similar en Sangüesa, en el Camino Aragonés. Santa María de Palacio
tiene un retablo mayor de Arnao de Bruselas del s. XVI, un Calvario gótico
del mismo siglo y el sepulcro de San Juan de Vergara.
Próxima a Palacio está la Iglesia de San Bartolomé, con una torre de
estilo mudéjar. Posee una de las más antiguas y bellas portadas de la ciudad
de Logroño, aunque también la más afectada por el mal de la piedra en la arenisca
gris en que fue labrada. Esta portada de principios del s.XIV, nos presenta
un apostolado, todavía románico y de gran analogía con otros del Camino de
Santiago. Los apóstoles muestran los elementos de su martirio, como empieza
a ser habitual en esta época en la escultura riojana. A Santiago se le reconoce
por su aspecto evangelizador a través del báculo. Un friso a los lados de
la puerta nos narrará escenas de la vida y milagros de San Bartolomé, y por
supuesto también de su martirio. San Bartolomé, apóstol evangelizador en tierras
de la India, fue despellejado y, como nos sugiere el simbólico cambio que
sufre la serpiente, con su piel en la mano renueva fuerzas para seguir predicando.
Hoy se le venera como patrono, entre otros, por pellejeros y curtidores.
En este punto puede ser de interés, antes de llegar a la Iglesia de Santiago
el Real, reflexionar sobre las múltiples imágenes de Santiago que nos está
ofreciendo la ruta jacobea. Desde que iniciamos la peregrinación y hasta nuestra
llegada a la tumba del Apóstol, en iglesias, catedrales, monasterios y calles,
se representa a Santiago de forma constante y también distinta. Encontrar
a un Santiago Peregrino es muy habitual, aunque también existe la figura del
Santiago Apóstol, el evangelizador, y por último, también muy frecuente, se
nos aparecerá Santiago Matamoros, que justamente aquí en La Rioja adquiere
una especial relevancia.
Este es el Santiago caballero, el protector, guerrero y libertador. Su advocación
está vinculada a la lucha secular entre cristianos y musulmanes en la península,
una guerra santa en la que se hace necesaria la figura de un Milites Deum.
El himno O Dei Verbum del s.VIII había asignado a Santiago la evangelización
de Hispania y su patronazgo, y pedía su protección contra los musulmanes.
Pero será mucho después cuando se materializará la creación del héroe que
defenderá, con espada en ristre, a la fe cristiana.
Si bien es cierto que el escenario donde se producirá esta aparición es Clavijo,
muy cerca de Logroño, el primer Santiago a caballo y dispuesto a liberar a
los cristianos del yugo musulmán nos lo presentan en el s.XII la Historia
Silense y el Liber Sancti Jacobi, en relación a la ciudad de Coimbra.
En ella se narra como el rey castellano Fernando I (1035-1064) acude a Santiago
de Compostela para pedir al Apóstol que interceda concediéndole la victoria
sobre Coimbra. Es allí donde un obispo griego llamado Esteban increpa a unos
aldeanos que dan a Santiago el apelativo de caballero, a lo que responde el
Apóstol: "Esteban, siervo de Dios, que mandaste que no me llamasen caballero
sino pescador; por eso te me aparezco en esta forma para que no dudes más
de que milito al servicio de Dios y soy su campeón y en la lucha contra los
sarracenos precedo a los cristianos y salgo vencedor por ellos…Y para que
creas esto más firmemente con estas llaves que tengo en la mano abriré mañana
a las nueve las puertas de la ciudad de Coimbra que lleva siete años asediada
por Fernando, rey de los cristianos, e introduciendo a éstos en ella, se la
devolveré a su poder."
La población de Clavijo se sitúa a unos 18 Km. de Logroño, fuera de
la ruta jacobea. Sobre una peña un castillo de traza musulmana, del que sólo
queda una larga muralla, preside el Campo de la Matanza, donde tuvo lugar
la mítica batalla, origen de la legendaria figura de Santiago Matamoros. El
acontecimiento lo narra Pedro Marcio, Canónigo de la Catedral de Santiago,
hacia 1150, en el Privilegio de los Votos. Según Marcio, hacia el año
844, el rey Ramiro II se negó a satisfacer el tributo que se entregaba anualmente
a los Omeyas para mantener la neutralidad, obligación que se venía pagando
por los reyes cristianos desde tiempos de Muragato (783-789). El tributo en
cuestión se trataba de 100 doncellas, 50 debían ser nobles y las otras 50
plebeyas. El plante de Ramiro II provocaría la batalla de Clavijo. Santiago
se aparece en sueños al monarca cristiano prometiéndole la ayuda necesaria
para conseguir la victoria: "y para que no haya lugar a duda, tanto vosotros
como los sarracenos, me veréis continuamente, sobre un caballo blanco en una
blanca aparición, llevando un estandarte blanco", como efectivamente parece
que sucedió.
Santiago glorioso
Los moros fizo morir.
Mahomat el perezoso
Tardo, non quiso venir.
Alfonso Omeno
De la batalla de Clavijo no solamente surge la figura de Santiago Matamoros,
que mucho más tarde viajaría a América convirtiéndose en Santiago Mataindios.
También perdurará a través del tiempo la famosa frase de Santiago y cierra
España, grito con el cual el Apóstol aparecido elevó el valor y el coraje
a los ejércitos cristianos en el momento de salir al combate. Otra de las
tradiciones que provienen de aquel suceso es la conmemoración al tributo de
las Cien Doncellas, que se celebra en Santo Domingo de la Calzada y en Sorzano,
cuando salen las Doncellas en procesión, vestidas de blanco y con ramas de
acebo. Además quedó también una herencia que ha pervivido durante siglos:
el Voto de Santiago. En agradecimiento por la victoria, toda España debía
procurar a la Catedral compostelana un tributo para mantenimiento de canónigos
y ministros. Este voto fue renovado por Fernando VII, quedando abolido en
1834, y restaurado, curiosamente, en 1936. La devoción de los cristianos españoles
por Santiago Matamoros ha estado pagando tributo en agradecimiento por una
batalla que, históricamente, nunca existió. De todos modos quizá el origen
de este voto pudiera estar en batallas reales de las cuales tenemos noticia,
como la del rey Ordoño I contra el moro Muza, o la del propio Ramiro II contra
Abderramán III pero en Simancas y en el 939, y que bien pudieron servir de
inspiración para crear el mito de Clavijo.
Después de aquella legendaria batalla, los vencedores organizaron una fiesta
para celebrar la victoria en la ladera del monte Laturce, donde estuvo el
Monasterio de San Prudencio. Ocupados en el festejo se olvidaron del caballo
blanco que el Apóstol Santiago había dejado allí. El animal, asediado por
el hambre y la sed, rompió su soga y salió encabritado internándose en el
barranco del río Leza. Algunos soldados le siguieron hasta dar con él acorralándole
entre las rocas. Cuando intentaron ponerle las bridas el caballo soltó dos
fuertes coces que impactaron contra las paredes, y de las grietas que hizo
surgió el manantial llamado Fuentes del Restauro, un idílico paraje muy cercano
a Clavijo que podemos visitar, quizás en otra ocasión.
Ahora que el peregrino ya conoce el origen de la figura de Santiago Matamoros,
continuemos por la Calle Barriocepo hasta la Iglesia de Santiago el Real
dedicada al Apóstol. Aquí encontraremos múltiple diversidad de iconografía
santiaguesa, además de contener la imagen de Ntra. Sra. de la Esperanza, patrona
de Logroño. El templo parece remontarse al prerrománico, y se debió reconstruir
tras la repoblación de 1095, aunque algunos atribuyen su construcción al mítico
Ramiro en recuerdo de su victoria en Clavijo. Durante la edad media se celebraban
aquí las reuniones del Concejo y se guardaba el Archivo de la ciudad. Después
de un incendio que la destruye se construirá la iglesia actual, de estilo
renacentista, que fue consagrada en 1513. Nos llama la atención la monumental
imagen de Santiago Matamoros de la portada, una escultura barroca del s.XVII
creada por el flamenco Johan Raón. Se caracteriza por su artificiosidad y
su tamaño, una imagen que fue concebida para presidir desde lo alto. Santiago,
vestido de capitán, con espada alzada y estandarte, con sombrero de plumas
a gusto de la época, monta un brioso corcel que cabalga bajo las cabezas de
los infieles caídos. Los proverbiales atributos del caballo asombrarán al
peregrino Walter Starkie, quien compara al semental con el Bucéfalo
de Alejandro o el Grani de la walkiria Brunilda. En el interior de
la única nave nos espera un retablo mayor elaborado por Diego Jiménez entre
1649-1655, excepto los relieves del banco que son obra de Francisco de Ureta,
por la misma época. Preside ese retablo barroco una imagen de Santiago de
estilo gótico del s. XIV, de gran interés, por ser la primera en La Rioja,
junto a la que está en Jubera, que adopta la iconografía de peregrino. Es
este un "Apóstol-Peregrino", una mixtura del evangelizador con algunos de
los atributos de romero, con sombrero y báculo, que otorga la bendición acercándose
así a la figura de Cristo. También encontraremos escenas de la vida del Apóstol,
su predicación en España, el regreso a Jerusalén, su martirio, la traslatio
a Galicia y algunas apariciones. Diego Jiménez trabaja la única representación
riojana de la aparición de Santiago a caballo al obispo Esteban, mostrándole
las llaves de la ciudad de Coimbra. En el banco del retablo, Francisco de
Ureta narra escenas referentes a la evangelización del Apóstol y de sus últimos
días, que proceden de los textos apócrifos y no de los evangélicos, como es
habitual en las tallas riojanas. Reconoceremos a Santiago por su sombrero
e incluso por la vieira, con la que bautiza a Josías, aunque sean atributos
peregrinos que no se corresponden crónicamente con la narración.
En la misma plaza de la Iglesia de Santiago el Real el romero puede refrescarse
en la Fuente de los Peregrinos, reconstruida en su forma actual en
el año 1991, aunque data de 1675 y posee una tradición muy anterior.
Si reparamos en el pavimento de esta plaza conoceremos lo que se ha venido
a llamar el Juego de la Oca más grande del mundo, en cuyas casillas
se han colocado motivos jacobeos. En este juego tan popular, cuya procedencia
parece ser la Grecia clásica, muchos aseguran encontrar un juego iniciático,
donde el patito feo que empieza a jugar se transmuta simbólicamente
en un hermoso cisne al finalizar. La correspondencia con el Camino de Santiago,
el Camino de las Estrellas, el Camino Iniciático, hace trasladar las trece
etapas, de oca a oca, a las trece que marca el Codex Calixtinus, donde las
ciudades de la ruta jacobea se convierten así en ocas o en algún obstáculo
a superar. Según esto Logroño podría ser la Posada, pero quizás podemos tomarlo
como una invitación a buscar nuestras propias correspondencias y simbolismos.
Sea cual sea el verdadero significado de este juego y su correspondencia con
el Camino de Santiago, lo cierto es que toda la ruta que lleva a la tumba
del Apóstol está jalonada de simbología y toponimia que gira alrededor de
la Oca, o de la Pata de Oca, y no podemos obviar que fue éste el símbolo que
distinguió a las hermandades de constructores, que recorrían los caminos y
los cubrían de gloria tallada en piedra.
Desde aquí una calle nos conduce hasta la Catedral de Logroño, Santa María
la Redonda. Nos sorprenderá su nombre cuando descubramos que su planta
es justamente una de las pocas absolutamente rectangular. Sin embargo fue
construida sobre una iglesia mucho más antigua cuya planta debía ser redonda.
Algunos documentos nos hablan de unos monjes benedictinos que se trasladan
a Logroño, a finales del s.XI, desde un monasterio de planta circular que
hubo en Torres del Río (Navarra), sugiriéndonos la posibilidad de encontrar
en ellos los artífices de la primitiva iglesia. El anterior templo románico
se construyó justo encima de una corriente de agua, en lo que algunos quieren
ver la significación de una manifestación de superioridad del Estado confesional
sobre la Naturaleza. Sin embargo, muchos otros verán una fusión de tradiciones
ancestrales que provienen del celtismo, al igual que lo son las construcciones
circulares. Cabe decir que hablamos de tiempos en los que el incipiente cristianismo
convive con distintas formas filosóficas o religiosas que la Iglesia Católica
supo incorporar en su tradición.
La actual Santa María es un edificio de sillería de tres naves que se empezó
a construir en 1500, aunque la obra se alargó durante varios siglos. En 1959
el papa Juan XXIII la eleva a la condición de Catedral, fijando aquí la sede
diocesana. Hoy La Rioja tiene tres sedes catedralicias, Calahorra, Santo Domingo
de la Calzada y Logroño. Es una obra de base gótica a la que se le suman sus
dos grandes y esbeltas torres barrocas, las llamadas Torres Gemelas, que enriquecen
la construcción que en principio podría desmerecer como Catedral. En su interior
encontraremos un coro cuya sillería estuvo a cargo del maestro Arnao de Bruselas
de 1555, quien no olvidó tallar un Santiago peregrino. Otra talla de Santiago
del Maestro Anse del s.XVI, es una de las tres que se conservan en La Rioja
de este artista. La obra de mayor renombre es un lienzo que representa a un
Cristo crucificado, que se le atribuye al mismísimo Miguel Ángel, quien lo
pintaría para su amada Victoria Colonna. En esta Catedral están enterrados,
entre otros, el obispo Ponce de León y el general Espartero. Espartero rechazó
la corona española que le ofreció el general Prim en 1868, y vivió su retiro
en Logroño donde murió en 1879. Una estatua del general con su famoso caballo
adorna el paseo del Espolón.
Los peregrinos se encaminaban desde la aportalada plaza junto a la Redonda,
la plaza del Mercado, hacia lo que fue el antiguo Convento de La Merced, hoy
sede del Parlamento de La Rioja. Junto al Convento estaba el antiguo Hospital
de Peregrinos, que después fue sede del Santo Oficio de la Inquisición. Hubo
en Logroño una gran actividad inquisitorial. Uno de los autos más famosos,
junto con el del Brujo de Bargota, fue el de 1610 cuando se procesaron a cinco
brujas de Zagarramundi (Navarra), que murieron quemadas en la misma plaza
del Mercado. Fueron acusadas de asistir a un aquelarre o misa negra
oficiada por el propio Satanás, donde debían besar libidinosamente al macho
cabrío para después danzar desnudas alrededor del fuego y volando por los
aires, acusaciones un tanto cargadas de un exceso de lujuria nada propio,
en teoría, por parte de un inquisidor. Sobrecoge imaginar a aquellas desdichadas
subir a la pira con el sanbenito o saco bendito, aquel peto con una vistosa
cruz roja que señalaba a pecadores y herejes.
Muy cerca, en la Plaza de San Agustín, se ubica el Museo de La Rioja,
en el que fue el Palacio de Espartero. Por estos lugares pasó San Bernardino
de Siena, quien llega a Logroño en peregrinación compostelana en 1441, tres
años antes de su muerte. La presencia del santo italiano atraía a multitudes
de vecinos, fieles y curiosos que se embelesaban escuchando sus amenas y didácticas
charlas. Una mujer, encandilada por su elocuencia, se quedó tan absorta que
dejó caer al suelo el niño que llevaba en brazos, quien murió al instante.
San Bernardino recogió el cuerpecito, que tras su bendición recobró la vida.
No iba a ser este el último milagro que el de Siena hiciera a lo largo del
Camino.
Siguiendo el recorrido llegaremos al lugar por donde solían los peregrinos
salir del Logroño amurallado, la Puerta del Camino o Puerta Revellín,
único testigo de aquella muralla que debió construirse a partir del s.XII.
Después esta puerta se llamó Puerta de Carlos V, por los escudos imperiales
que la decoran. Ya extramuros se pasaba por el Convento de Dominicos de Nuestra
Señora de Valbuena, hoy convertido en dependencias militares, y por el de
los Padres Trinitarios, nombre que conserva la actual Calle Trinidad. Una
vez en el descampado estaba el Hospital de leprosos de San Lázaro, desaparecido
ya en el s.XVI, pero que hoy da nombre al Polígono Industrial.
De Logroño saldremos hacia Navarrete atravesando el apacible Parque de
la Grajera, cuyas sombras a orillas del pantano proporcionan un magnífico
respiro al agotamiento. Pasado el pantano una reja metálica aparece bordada
de cientos de pequeñas cruces de corteza de madera, que van colocando los
romeros a su paso y que se ha convertido en un pequeño ritual. El camino que
usaron, sin embargo, los peregrinos medievales, era el que pasaba por Fuenmayor,
del cual nos dejan testimonio con el nombre de Fuemmajorem. Esta pequeña
población nos ofrece hoy, además de multitud de bodegas, antiguos vestigios
de la época, con palacios y casas blasonadas. El Códex Calixtinus nos habla
de Villarroya, que debía estar por el camino de Fuenmayor, aunque hoy no queda
ningún vestigio. Allí hubo un hospital de peregrinos que fue entregado, junto
a la Iglesia de Santa María de Palacio, a la Orden del Santo Sepulcro.
"Hay allí un castillo hecho de madera, ubicado sobre un montecillo, que es muy sólido y está rodeado de recias murallas."
Domenico Laffi
Del castillo de Navarrete sólo queda el topónimo, aunque debió datar, como
su iglesia, de 1195, cuando el rey de Castilla Alfonso VIII repuebla la zona
que ha quedado arrasada varias veces tras las luchas entre navarros y castellanos.
Este mismo monarca le otorga a Navarrete sus fueros. De aquel castillo conserva
la ciudad su distribución urbanística, edificada en la falda del cerro Tedeón.
Tiene el aspecto de una plaza fuerte, creciendo de forma concéntrica en torno
a aquella fortaleza castellana que fue el bastión más importante de la comarca.
Los Reyes Católicos deciden derruirla para evitar el excesivo poder feudal,
derribando puertas, murallas y foso, eliminando todo rastro de su antiguo
esplendor.
La población conserva un aire que recuerda los mejores tiempos jacobeos. Aquí
estuvo preso el Caballero Templario Druguesolín o Du Guesclín, después de
la batalla de Nájera, del lado de Enrique de Trastámara contra su hermanastro
Pedro I el Cruel en 1366, quienes se disputaron durante años la corona castellana.
Los peregrinos transitarán por sus calles empedradas con grandes arcadas,
hermosos herrajes en los balcones y casi medio centenar de escudos nobiliarios.
Sentiremos el aroma de otros tiempos, cuando por aquí caminaba, por ejemplo,
San Ignacio de Loyola en el s.XVI. Navarrete es considerado conjunto artístico-histórico
desde 1970, Además de su actividad agrícola y vinatera, tiene una importante
y nombrada alfarería, con varios talleres que han afamado este tipo de fábrica.
Tuvo Navarrete Hospital y albergue de peregrinos, el Hospital de San Juan
de Acre, cuyos restos encontramos justo antes de entrar en la población.
Fue fundado por la obra pía de la adinerada Dña. María Ramírez, en 1185. Dos
hermanas de Dña. María fundarían sendas obras del mismo carácter benéfico
en Bargota y en Torres del Río (Navarra). Con el objeto de asistir a los peregrinos
el Hospital fue entregado a la Orden de San Juan de Jerusalén. Ya en el s.XIX
estaba completamente en ruinas, pero conservaba algunos elementos que se reutilizarían
en la construcción del cementerio, que visitaremos después a la salida de
Navarrete. En las últimas excavaciones que se efectuaron en estas ruinas se
llegó a la planta de la antigua iglesia, donde se encontraron cuatro enterramientos.
En uno de ellos una concha jacobea apareció como testigo de lo que fue en
otro tiempo ese Hospital, concha que seguro facilitó la entrada de un pobre
peregrino al reino de Dios.
Cruzaremos Navarrete por la calle Mayor Alta, que nos conduce hasta la plaza
de la Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción, Este templo,
del que ya nos habló Laffi, es de estilo gótico del s. XVI, aunque su primitiva
construcción fue coetánea al poderoso castillo que existió desde finales del
s.XII. La iglesia actual tiene tres naves y una doble puerta de entrada. Los
peregrinos que la visitaran podían ganar cuatro jubileos perpetuos, instituidos
por el papa Pío V. En el interior un grandioso retablo mayor flamenco, de
estilo barroco del s. XVII, con una imagen de Santiago Peregrino que se distingue
por su gran sombrero. En la sacristía se conserva un tríptico, flamenco también,
de principios del s.XVI, sobre San Juan Evangelista, que se podría atribuir
a Adrián Ysembrant, discípulo de Rembrandt. También se guarda ahí un lienzo
sobre la Venida de la Virgen, copia del que pintó Antonio González Velázquez
en 1752 para la Capilla del Pilar de Zaragoza.
Un retablo de la Virgen del Rosario y un óleo cerca de la cabecera del templo,
nos evocarán la leyenda de Don Manuel José de Bernabertia que todavía recuerdan
algunos lugareños. Este noble que corría por Navarrete en el s.XVII, fue siempre
gran devoto de Santiago, devoción que le llevaría a ser Caballero de su Orden
y a acudir anualmente a Clavijo para cumplir sus votos. Marchó Don Manuel
a hacer las Américas y en uno de sus viajes una gran tempestad sacudió durante
nueve días la nave en la que viajaba. Tan fiero se mostraba el mar que, viéndose
en peligro de muerte, gritaba todos los días invocando la protección de su
amado patrón: ¡Sálvame, que perezco!" Al décimo día se le apareció
Santiago, diciéndole: "¡No a mí, sino a la del Rosario!" El caballero,
desesperado, obedeció pidiendo "¡Virgen del Rosario, sálvanos que perecemos!"
Momentos después las olas se amansaban y el mar volvía a estar en calma.
En su peregrinación, y después de haber pasado por Logroño habiendo obrado
algunos milagros, asistió San Bernardino de Siena en Navarrete a la fundición
de una campana, la llamada Bernardina. La bendición del Santo italiano le
traerá a la campana buenos temporales del cielo, haciéndola sonar en presagio
de tempestad.
Por la calle Mayor Baja saldremos de Navarrete, pasando por su cementerio,
construido en el s. XIX con multitud de elementos que provienen del que fue
Hospital de San Juan de Acre. El arquitecto logroñés Luís Berrón fue el encargado
de trasladar de allí la portada de arco apuntado del s.XIII en 1887, aunque
en la ampliación efectuada en 1984 se descubren otros elementos. Vale la pena
adentrarse al interior y descubrir los numerosos capiteles y relieves que
nos presentan motivos simbólicos. Quizás nos hubiera facilitado la lectura
de estas antiguas piedras el hecho de contemplarlas en el orden en que estaban
dispuestas originariamente. Las escenas esculpidas en estos relieves nos hablan
de la lucha entre Roldán y Farragut, de la que tendremos ocasión de hablar
bien pronto. Otro relieve presenta un ángel, identificable con San Jorge o
San Miguel, alanceando al dragón y dominándolo con su pie desnudo. El Dragón
con caparazón es una imagen que encontraremos también en San Isidoro de León.
Un capitel representa a unos peregrinos que comen y beben alegremente, quizás
una invitación al caminante a reposar por unos momentos y abastecer las necesidades
del cuerpo, o quizás una tentación o un aviso de las consecuencias de no estar
siempre alerta. Podría estar en relación con otro capitel que muestra un águila
de alas desplegadas llevando en sus garras un cordero, evocando aquello de
que el espíritu sólo ensalzará al puro, al dispuesto al sacrificio, de lo
que no se enterarán los distraídos por lo material. Ciertamente todos estos
relieves podrían ser las enseñanzas de un libro esculpido en piedra del cual
hoy hemos perdido el orden de sus páginas.
Después de la parada obligada en el cementerio de Navarrete, el peregrino
inicia su camino hacia Nájera, Después de atravesar las llanas tierras de
labor, y antes de iniciar el ascenso al Alto de San Antón, se deja a la izquierda
la población de Ventosa. Se alza en un cerro y se distingue por la
esbelta torre de su iglesia. Etimológicamente Ventosa podría provenir de alguna
antigua venta para arrieros y peregrinos. Su templo está dedicado a San Saturnino
o San Sernín, La referencia a este Santo de devoción navarra nos conduce a
la época en que esas tierras formaban parte del reino de Pamplona, del mismo
modo que lo hace su Virgen, la Virgen Blanca. Los navarros, en una de sus
retiradas, quisieron llevarse consigo la imagen de esta Virgen, pero ella
cada vez más aumentaba milagrosamente su peso impidiendo su traslado. La Virgen
Blanca "En Ventosa se quiso quedar",
El camino que nos lleva al Alto de San Antón, entre Ventosa y Alesón,
hoy se nos presenta como una fecunda tierra labrada, pero fue en otro tiempo
un camino de frondosos bosques de encina. Era un trayecto del cual quedaron
numerosas leyendas de peregrinos asaltados por bandoleros, que en ocasiones
se disfrazaban de monjes para cometer con más facilidad sus fechorías. Sin
duda era lugar propicio para que se instalaran algunos protectores de peregrinos
como fueron los Caballeros de la Orden del Temple, y se construyera un modesto
refugio tan necesario para los caminantes. De aquel primitivo lugar de refugio
se conserva un Pantocrator en piedra del s.XII, que hoy se expone en el Museo
de La Rioja. Las ruinas que hoy encontraremos pertenecen a la ermita de San
Antón, ya en muy mal estado en el s.XIX. Los vecinos de Huércanos decidieron
acudir en procesión a recoger y adoptar la imagen del Santo, pero la noticia
llegó al cercano pueblo de Alesón, quien se adelantó en el rescate de la imagen.
Hoy descansan en su parroquia la imagen de San Antón y las campanas de la
antigua ermita.
Seguimos camino de Nájera, debiendo bordear un pequeño cerro. Por estos parajes
de vid, labrantío, sotos y choperas, los peregrinos italianos recordaban su
hermosa Toscana. Llegamos al Poyo de Roldán, hoy coronado por una gigantesca
antena de telefonía, lugar que fue testigo de otra famosa leyenda sobre el
secular enfrentamiento entre el cristianismo y el Islam. Al protagonista le
conocemos de gestas en tierras de Navarra, es Roldán de nuevo, el mejor de
los caballeros, sobrino e hijo incestuoso de Carlomagno. En este Poyo de Roldán,
o Poroldán o Podium de Roldán, aconteció un episodio que nos recordará a David
y Goliat. Curiosamente la estirpe de ese mismo Goliat perdura hasta encontrarse
con los ejércitos cristianos de Carlomagno, como su antecesor se encontró
con el pueblo de Israel y moriría a manos del que después sería el Rey David.
Varias versiones de lo acontecido circulan en la memoria legendaria, ambas
cargadas de profundo simbolismo.
Farragut, gigante sirio descendiente de Goliat, defendía las murallas de Nájera
al frente de los ejércitos musulmanes. Los hombres de Carlomagno mostraban
su impotencia ante tan colosal guardián, que incluso era mucho más fuerte
que su mítico antepasado. Farragut derrotó a los mejores caballeros francos
que, ante las burlas de los sarracenos, iban siendo encarcelados en su castillo.
Después de tanto fracaso el propio Roldán, el mejor entre los mejores, salió
al duelo con el gigante, pasando días enteros de combate sin que ninguno de
los dos pudiera obtener la victoria. Por las noches, exhaustos, conversaban
los dos guerreros, en cuyas pláticas se encendía Roldán con el propósito de
convertir a Farragut a la fe cristiana. El gigante se confesó víctima de un
encantamiento que sobre él había hecho un brujo musulmán, y que el poder mágico
que ejercía sobre él le impedía convertirse al cristianismo, como era su íntima
voluntad. Aquella magia le convertía en un ser invencible, aunque sólo su
ombligo le dejaba vulnerable a la muerte. Al día siguiente empezó de nuevo
la lucha, pero el astuto Roldán ya había descubierto cómo debía vencer a Farragut.
En cuanto tuvo ocasión clavó su espada Durandarte en el ombligo del gigante,
consiguiendo así la victoria y el rescate de los caballeros presos de Carlomagno.
Dicen que el desdichado Farragut tuvo tiempo de convertirse al cristianismo
antes de morir. Otras versiones de los heroicos momentos de Roldán a las puertas
de Nájera proponen una historia similar. Parece ser que desde este lugar Roldán
podía ver al gigante Farragut sentado plácidamente y seguro de sí mismo a
la puerta de su castillo. El sobrino de Carlomagno lanzó una piedra, que pesaba
dos arrobas, con una milagrosa fuerza, acertando en la frente del monstruo
y venciéndole de este modo. Ambas versiones garantizan el éxito del cristianismo
sobre las fuerzas paganas.
El camino sigue avanzando entre viñas y campos de labor, con la Sierra de
la Demanda al sur oeste y presidiendo el paisaje en la lejanía el pico de
San Lorenzo, el más alto de Castilla (2.260 m), nevado gran parte del año.
Antes de entrar en Nájera dejamos Alesón a la izquierda, que a muchos peregrinos
franceses les evocará su Aleçon, patria de Santa Teresita del Niño Jesús.
También toparemos con un desvío hacia Tricio, que sin pertenecer a
la Ruta Jacobea, merece mención por su trascendencia histórica. Fue hito obligado
de la vía romana desde Zaragoza a Astorga y uno de los principales centros
de producción de cerámica de la época. Si en otra ocasión nos acercamos encontraremos
el edificio más antiguo de La Rioja, la ermita de Los Arcos, del s.V, construida
sobre un templo romano dedicado a Zeus, donde se conservan estelas funerarias
celtas y laberintos como los de los petrogrifos gallegos.
Peregrino: en Nájera, najerino.
(Inscripción pintada en la pared de una caseta de la ciudad).
Llegamos a Nájera, rodeada de rojas montañas agujereadas por cuevas que en
otro tiempo fueron habitáculo de antiguos pobladores y que seguro sirvieron
de eremitorios de sabios anacoretas. La cueva, identificada como seno de la
Madre Tierra, tiene aquí una especial transcendencia. Su nombre proviene del
árabe Náxera (lugar entre peñas) o Nahara (lugar junto a un río de piedras),
aunque Menéndez Pidal entre otros aseguran que Nájera es una voz prerrománica.
El peregrino ha llegado aquí al final de la IV etapa marcada por el Códex
Calixtinus y a la primera ciudad medieval de La Rioja. Su urbanismo está condicionado,
como ocurría en Logroño, por el Camino de Santiago, con una distribución que
nos recuerda los tres barrios antiguos: el de los judíos, el de los moros
y el de los cristianos.
Reconquistada por Sancho Garcés I de Navarra en el 923, con la ayuda de Ordoño
II de León, desde entonces La Rioja se incorpora a Navarra. Serán los reyes
navarros Sancho III el Mayor y su hijo García Sánchez III, quien trasladarán
la corte a Nájera por razones estratégicas y militares. Este mismo Sancho
acuñó aquí la primera moneda de la Hispania cristiana, apodándose por primera
vez "Emperador". Nájera será de vital transcendencia como capital del reino
que llevará su nombre, durante los s. XI y XII.
Existieron varios Hospitales de Peregrinos como el Hospital del Emperador,
fundado por el rey Alfonso VI de Castilla, el Hospital de Nuestra Señora de
La Piedad y el Hospital de Santiago o de San Lázaro o de las Cadenas, fundado
por San Juan de Ortega. Pero el de mayor relevancia fue el de Santa María
la Real, junto al que actualmente es el Albergue de Peregrinos. "Vendrás
a hallarte en Nájera allí dan de grado, por amor de Dios, en los hospitales
y tienes de todo lo que quieres, excepto en el de Sant Yago; es toda gente
burlona; las mujeres del hospital arman mucho ruido a los peregrinos; pero
las raciones son buenas. También hay dos castillos en la ciudad"
Künig
Entramos en Nájera por el lugar llamado San Lázaro, pasando por el Convento
de Santa Elena de Madres Clarisas, fundado en 1600 por Aldonza Manrique, familiar
de los duques de Nájera. Frente al Convento parte la carretera que lleva a
la Sierra de la Demanda para llegar a los Monasterios de Valvanera y San Millán
de la Cogolla. Se debe cruzar el Najerilla para entrar en el casco antiguo
por un puente que data de 1886, levantado sobre otro anterior de siete arcos
que había reconstruido en el s.XII San Juan de Ortega. Muy cerca de ahí está
el llamado Campo de San Fernando, donde bajo un árbol fue coronado el rey
de Castilla Fernando III el Santo en 1217. Hoy existe un monumento al monarca
y es también donde se conmemora el día en que La Rioja fue anexionada a la
Corona de Castilla por Alfonso VI en 1076, congregándose los najerinos con
ramas de laurel.
Una vez cruzado el puente sobre el afluente del Ebro los peregrinos se introducen
entre las calles de la ciudad para llegar ante el Monasterio de Santa María
la Real, donde les espera un indispensable recorrido por la historia.
El edificio está escondido entre el casco urbano y la montaña que le sirve
de apoyo. Su aspecto exterior es frío, más parecido a una fortaleza, con altísimas
paredes y unos extraños contrafuertes redondos. Monasterio y alberguería se
fundaron en 1045 por el rey navarro García Sánchez III el de Nájera, hijo
de Sancho III el Mayor. Posiblemente el de Nájera decide construirlo en agradecimiento
por la conquista obtenida sobre Calahorra en ese mismo año, pero la leyenda
medieval es bien distinta.
Parece ser que Don García, hombre fuerte y de larga cabellera rubia, salió
a cazar con su halcón. Se le cruzó una paloma y el ave del monarca alzó el
vuelo para perseguirla, metiéndose ambos en una cueva. El rey buscó el lugar
entre la maleza y descubrió una cueva natural donde paloma y halcón, amistosamente,
contemplaban la imagen de una Virgen, acompañada de una campana, una lámpara
de aceite encendida y una jarra con lirios y azucenas (símbolo de la Anunciación)
que con su frescor perfumaban el ambiente, Desde ese momento García Sánchez
promete a Nuestra Señora construirle un Monasterio a la vez que funda la Orden
de la Terraza (Terraza significa jarra de dos asas), antes llamada Orden de
Santa María del Lirio, bajo la advocación de la Anunciación. La Terraza es
una de las órdenes de caballería más antiguas de la península, y serán los
propios hijos del de Nájera los primeros en hacer voto.
El Monasterio perteneció a la orden de San Isidoro, como la mayoría de la
época, hasta que en 1079 el rey Alfonso VI incorpora el cenobio a Cluny. La
imposición de un abad y una comunidad francesa provocó un gran rechazo tanto
por los clérigos, el propio obispo y la nobleza, generándose conflictos de
convivencia que perdurarían a través del tiempo. Sin embargo los benedictinos
realizaron una importante labor hospitalaria y una comprobada actividad médica
y clínica, alojando a peregrinos, pobres y reyes, sin dejar la costumbre de
su casa madre de lavar todos los días las manos y los pies de tres peregrinos.
Entre 1360-1367 benedictinos y najerinos sufren las consecuencias del enfrentamiento
entre Pedro I El Cruel y su hermanastro Enrique de Trastámara el Bastardo,
con la batalla de Nájera, según algunos la más importante del s. XIV. Pedro
I pagó a su aliado inglés el Príncipe Negro, uno de los más temidos caballeros
de la época, con un rubí de la corona de la Virgen del monasterio, que hoy
se encuentra en una de las coronas de la Reina de Inglaterra.
Con un edificio ruinoso, se inicia la reconstrucción de la iglesia en 1422.
En la Guerra de Independencia, ciudad y Monasterio sufren estragos a manos
de las tropas francesas y de los guerrilleros. Después llegará la desamortización
en 1835, donde se expulsa a los religiosos y se incautan los bienes, convirtiéndose
sucesivamente en almacén de Obras Públicas, dependencias municipales o Cuartel
de Infantería. Afortunadamente Templo y Monasterio son declarados Monumento
Nacional en 1889, siendo los franciscanos quienes llevarán el peso de la reconstrucción
espiritual y material. Santa María la Real es hoy el Panteón Real más importante
de España después de El Escorial.
En el interior, el conocido Claustro de los Caballeros es uno de los más bellos
de toda España. Data de 1517-26 y es una mezcla de estilos gótico florido,
renacentista y plateresco. Los veinticuatro arcos ojivales están decorados
con delicada filigrana con motivos propios del plateresco español, La luz
entra por esas ojivas proyectando magníficos juegos de sombras en las paredes.
En este claustro se encuentra el mausoleo de Don Diego López de Haro, de uno
de los linajes de mayor relevancia hasta el s.XIV. Don Diego participó en
la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Ante su tumba se daban a conocer
los resultados de la elección de los concejos municipales de Nájera, preguntándole
"¿lo aprobáis?" y a continuación se afirmaba "Si no decís lo contrario señal
que es de vuestro agrado". El Claustro contiene también la Capilla Real de
la Veracruz, fundada por Doña Mencía López de Haro, que fue reina de Portugal,
donde existía un altar dedicado a Santiago y un crucifijo del Cristo de las
Aguas. Doña Mencía descansa en esta capilla junto con otros caballeros como
Garcilaso de la Vega, muerto en la batalla de Nájera al lado de Enrique de
Trastámara.
Por la Puerta Plateresca o de San Juan, obra en nogal del s.XVI, se accede
al templo. La influencia cluniacense se refleja en la sobriedad y sencillez
de sus tres naves, combinando bóvedas de crucería con estrelladas y de terceletes.
La iglesia fue consagrada en 1052 en presencia de numerosos reyes, abades
y obispos, y claro está en presencia de sus fundadores Don García el de Nájera
y su esposa Doña Estefanía Berenguer de Foix, hija de los condes de Barcelona,
quienes le otorgaron los derechos de Catedral. Del templo del s.XI apenas
quedan restos.
El retablo mayor barroco, sustituye a otro anterior del s.XV, obra de Hans
Memling, pintor flamenco, que hoy se exhibe en Amberes y del cual existe una
reproducción en el interior de la iglesia. El actual, de finales del s.XVII,
obra de Francisco de la Cueva y Mateo de Rubalcaba, resume los acontecimientos
más importantes del monasterio. En él, flanqueada por San Benito y su hermana
Escolástica, se halla la talla románica de Santa María la Real, que fue encontrada
en el interior de la cueva. En un lateral encontraremos una talla de Santiago.
Por una escalera de caracol se accede al coro, con una sillería de nogal del
s.XV, de estilo Reyes Católicos, atribuible a los hermanos Andrés y Nicolás
Amuntio, judíos conversos de una población cercana. Si nos adentramos hacia
el fondo del templo encontraremos el Panteón de los Reyes. Los personajes
que ahí reposan son de los s.X, XI y XII. Entre todos ellos destaca el sepulcro
de Doña Blanca de Navarra, biznieta del Cid, casada con Sancho el Deseado,
rey de Nájera e hijo de AlfonsoVII de Castilla. Murió a causa del parto de
su hijo, el que sería Alfonso VIII de Castilla en 1156. Del mausoleo permanece
la tapa del s.XII, una magnífica muestra de escultura románica, donde conoceremos
vestidos y usos de la época. Su autor podría ser Leodegarius de Borgoña, el
mismo que trabajó en Chartres y en Sangüesa.
Tras el Panteón hallaremos el lugar más antiguo, la cueva. El saber popular
habla de que fue eremitorio de un monje, trescientos años antes de que la
descubriera Don García. El ermitaño habría llevado allí la campana del monasterio
de Santa Columba de Castroviejo, arrasado por los musulmanes, y una imagen
de la Virgen que custodiaba. La talla del s.XIII que actualmente está en la
cueva natural es la de Nuestra Señora de la Rosa o Virgen del Alcázar, que
llegó al Monasterio en 1845.
La "Crónica Najerense" del s.XII habla de cómo el rey oraba ante la
Virgen en la cueva antes de la batalla. Todos los años se celebraba en el
Claustro de los Caballeros escenas de dicha crónica, con historias de peregrinos
medievales. Hoy se siguen representando en el exterior del monasterio.
Desde Nájera el peregrino iniciará su camino hacia Santo Domingo de la Calzada,
dirigiéndose hacia la población de Azofra, aunque puede también optar por
adentrarse a la Sierra de la Demanda para visitar San Millán de la Cogolla,
como lo hacían multitud de devotos santiagueses en la antigüedad.
"Nunca trobé en sieglo logar tan deleitoso" Gonzalo de Berceo.
San Millán son en realidad dos lugares distintos: Suso, el monasterio "de
arriba", sobre un altozano, y Yuso, "el de abajo", separados por
apenas un kilómetro. Arriba la esencia de una espiritualidad ancestral, abajo
la necesidad de dejar constancia en la memoria. Dos formas distintas de entender
la llamada de Dios: la búsqueda interior en contacto con la naturaleza o la
severa disciplina del trabajo y el servicio. Hoy ambos monasterios son Patrimonio
de la Humanidad.
San Millán o Aemilianus nació en el 473 y fue pastor de ovejas por
estos lugares hasta los veinte años. Sumido en la solitaria belleza de estos
paisajes, acompañado de su cítara y de sus meditaciones, escuchó la llamada
espiritual que le llevaría a buscar un camino interior. Buscó aprendizaje
con San Felices o Félix, que habitaba cerca de Haro, y después, sin atender
a la posibilidad de ejercer como clérigo, se retiró de nuevo a la soledad
de la sierra. Buscó cobijo y aislamiento en las cuevas de este lugar cercano
a los montes Cogollos, donde después se incorporarían algunos discípulos.
San Millán invitaba a sus hermanos a buscar la presencia de Dios en el sonido
del agua o en el murmullo de las hojas de los árboles. Murió a la edad de
101 años, habiendo obrado múltiples milagros y exorcismos, sembrando el inicio
de las comunidades cenobitas que se instalaron en su honor.
Las cuevas de estos humildes anacoretas, sientan base para la construcción
del Monasterio de Suso, datado en el s.X de estilo visigótico-mozárabe.
Aquí vivió y murió San Millán, sepulcro que se convirtió en motivo de peregrinación.
Estas tierras quedaron desoladas con la invasión musulmana, hasta que se reconquistan
en el 923 a manos de navarros y castellanos. Sin embargo parece que los santos
eremitas permanecieron aquí dedicados a la oración y la penitencia, en unas
cuevas que después se aprovecharán como capillas y panteones funerarios. Suso
contiene entre sus paredes la paz de tiempos ancestrales, en sus tres naves
separadas por arcos de herradura. Allí descansan, además de algunas reinas
navarras, los cuerpos de los siete Infantes de Lara y su ayo Nuño Salido,
decapitados por la traición de su tío Ruy Velázquez, fruto de la eterna y
violenta rivalidad entre las nobles familias castellanas de los Lara y los
Bureba. Sus cabezas se encuentran en Salas de los Infantes en la provincia
de Burgos y su historia la relata Alfonso X en su Crónica General.
El sepulcro vacío de San Millán muestra una estatua del santo yacente en alabastro,
vestido como sacerdote visigodo. En las paredes dibujos que nos confirmarán
este lugar como paso antiguo de peregrinos, con inscripciones donde los caracteres
latinos se mezclan con arábigos y hebreos, traspasando así los límites temporales
impuestos a la Ruta Jacobea.
Son múltiples los milagros de San Millán, tanto en vida como después de su
muerte, sobre todo en relación con extraordinarias curaciones. En Suso nos
queda el testimonio de uno de los más famosos. En el centro del monasterio
se conserva un madero de más de 1400 años, cuyo emplazamiento señaló el propio
santo. Parece que en la construcción de un chamizo los operarios cortaron
demasiado ese madero, con lo que quedaba inservible por ser más corto que
los demás. San Millán se retiró a rezar y sus plegarias consiguieron que el
tronco creciera más de un palmo después de ser talado. En este monasterio,
bastante después de la muerte de San Millán, se compuso el primer poema en
lengua castellana, de la pluma de Gonzalo de Berceo, quien escribió los primeros
versos en román paladín.
"Gonzalo ovo por nomme qui fizo este tractado
En San Millán de Suso fue de ninnez criado
Natural de Berceo, ond San millán fue nado
Dios guarde la su alma del poder del pecado."
Gonzalo de Berceo
El poeta, que creció y estudió en Suso, fue un verdadero trovador de peregrinos durante el s.XIII, contando historias en la lengua en la que suele el pueblo fablar a su vezino, sin poner peros a que por ello le compensaran con un vaso de bon vino.
"Su verso es dulce y grave: monótonas hileras
De chopos invernales en donde nada brilla;
Renglones como surcos en pardas sementeras,
Y lejos, las montañas azules de Castilla"
Antonio Machado "A Gonzalo de Berceo"
Escribió Berceo Los Milagros de Nuestra Señora y la vida de algunos
santos, como el propio San Millán, o Santo Domingo de Silos, que también fue
monje de este cenobio en el s.XI, o de Santa Oria, que se emparedó en una
celda en Suso a la edad de nueve años, donde permaneció hasta su muerte.
En 1067 el rey García el de Nájera quiere llevar los restos de San Millán
al Monasterio najerino de Santa María la Real. Colocaron los restos del santo
en un arca que debían trasladar unos bueyes. Cuando éstos llegaron al valle
no quisieron continuar, aceptando todo el mundo que el mismo San Millán estaba
escogiendo el lugar donde quería reposar. Donde paró la carreta con sus restos
se construyó el Monasterio de Yuso, hoy conocido por sus dimensiones
como El Escorial de La Rioja. El actual monasterio es el resultado de las
reformas de los s.XVI y XVII, aunque contiene en su interior una tradición
mucho anterior. Se convirtió en un importante cenobio de monjes copistas y
en una hospedería benedictina de peregrinos. Tiene una de las sacristías más
hermosas de España y una biblioteca que conserva todavía algunos Códices.
Desde ella se trasladó a la Real Academia de la Historia el famoso Códice
Emilianense que data del 964, primer documento del incipiente castellano que
dará origen a nuestra lengua, al mismo tiempo que se guardan también los pañales
del euskera escrito.
Es aquí, en Yuso, donde descansan los restos de San Millán y de San Felices,
en sendas arcas famosas por los marfiles que las decoran, obras maestras de
la eboraria o arte de tallar marfiles, que pasaron por alto los franceses
cuando saquearon el monasterio. En el arca de San Millán, de estilo bizantino,
se relata la vida del santo, donde aparecen los antiguos pobladores de la
zona, que nada desmerecen a la definición que de ellos hace Picaud en el Calixtinus
un siglo más tarde. El Arca fue construida con las medidas del Arca de la
Alianza que Dios mandó construir a Moisés. A San Millán, primer santo castellano,
se le apoda como el Moisés riojano.
En Yuso encontraremos varias imágenes de San Millán Matamoros que nos recordarán
las gestas del propio Santiago.
Si salimos desde Nájera, sin desviarnos hasta San Millán de la Cogolla, lo
haremos desde Santa María la Real, por el que fue camino medieval. Entre pinos
y viñas alcanzaremos, a unos cinco kilómetros la pequeña población de Azofra.
Su nombre parece provenir del árabe as-sufra y viene a significar tributo
o trabajo forzoso y gratuito. Quizás un núcleo árabe quedó aquí tras la reconquista,
obligado a pagar impuesto. Los peregrinos agradecerán llegar hasta aquí cuando
conozcan a sus gentes. A través del tiempo se ha reconocido a sus habitantes
por su hospitalidad con los que viajan hasta la tumba del Apóstol, una forma
de ser que todavía hoy sin duda perdura, como sus excelentes vinos todavía
elaborados de forma artesanal. Hubo en Azofra un antiguo Hospital que fundó
Doña Isabel en 1168, con una iglesia dedicada a San Pedro y un cementerio.
Es muy posible que estuviera ubicado a las afueras del pueblo, cerca de la
Fuente de los Romeros que todavía se conserva. Hasta el s.XIX se albergaban
los peregrinos en un Hospital para pobres que tuvo distintas ubicaciones.
El templo de la población está dedicado a Nuestra Señora de los Ángeles y
tiene tallas de San Martín de Tours y de Santiago Peregrino.
Los de Azofra costearon un bonito monumento a la Virgen de Valvanera a la
salida de la población. Desde ese lugar se nos ofrece la posibilidad de desviarnos
unos cinco kilómetros, fuera de la ruta, hasta el Monasterio de Santa María
y el Salvador de Cañas, después de pasar por Alesanco.
La población de Cañas, antes de la construcción de la abadía cisterciense,
fue la patria de Santo Domingo de Silos (1000-1073), que fue monje de Suso
e impulsor y abad del monasterio que lleva su nombre. Santa María se funda
en 1170 y es una de las primeras comunidades femeninas del Císter de la península,
comunidad que prosigue hoy sin interrupción, dedicada a la artesanía en bordados
y cerámica. Es Monumento Nacional desde 1943. Su fundadora, Doña Aldonza Ruiz
de Castro era esposa de Don Diego López Díaz conde de Haro. La primera abadesa
fue su propia hija, la beata Doña Urraca López de Haro (1170-1262). El edificio
es muestra del arte de la Orden del Císter en su mayor esplendor, con arcos
ojivales, bóvedas de crucería, verticalidad, austeridad y, sobre todo, la
gran luminosidad característica de su estilo con sus grandes ventanales cubiertos
con alabastro. Además de la Virgen y el Crucifijo, ambos del s.XIII, se conservan
los sepulcros de las abadesas de los siglos XIII y XIV. Entre ellos el de
la Beata Doña Urraca, que ha sido abierto cuatro veces a lo largo de la historia
comprobando que su cuerpo se conserva igual que el día en que murió. El monasterio
posee una valiosa colección de reliquias. Entre ellas las herraduras del caballo
de Santiago, que el mismo Don Diego López de Haro recogería en la batalla
de las Navas de Tolosa y entregaría a su hermana la beata Doña Urraca.
Desde Azofra nos dirigimos a Santo Domingo de la Calzada. Habiendo recorrido
un poco más de un kilómetro topamos con un Rollo Medieval que se alza solitario
en medio del campo. Ese rollo, llamado también Cruz de los Peregrinos, simboliza
una espada de la justicia hincada en la tierra, con cuatro brazos con animales
fantásticos. Este aviso a antiguos malhechores nos atestigua que estamos en
la antigua calzada de peregrinos. Seguiremos por las Curvas de la Degollada,
nombre que dejaron las atrocidades cometidas en múltiples batallas. Más adelante
entramos en término de Hervías, donde en otro tiempo hubo un Hospital llamado
de Santa María de Valleota o de Bellota, custodiado por los Caballeros de
la Orden de Calatrava. Pronto aparece al fondo la silueta de Santo Domingo,
la Compostela riojana.
Donde cantó la gallina después de asada.
"Piensa que Dios lo puede hacer prodigiosamente todo. Que se escaparon
del asador. Yo sé bien que no es mentira; que yo mismo he visto el cuarto
donde se echaron a andar. Y el hogar donde fueron asados."
Künig
Hemos llegado a la senda de los constructores, encabezados por Santo Domingo
y por su discípulo San Juan de Ortega. A este último le conoceremos mejor
un poco antes de llegar a Burgos, en el santuario que lleva su nombre, pero
fue aquí, junto a su maestro, donde inició su gran carrera de pontífice. Se
les denominaba pontífices a los constructores de puentes, el grado máximo
que se podía alcanzar entre las hermandades medievales.
La ciudad debe su nombre a Santo Domingo, quien la fundó en el s.XI,
cuando construyó La Calzada para peregrinos, que trasladaría la antigua ruta
para llevarla hacia el sur, por el rápido camino de Belorado dirección a Burgos.
Nace en Viloria de la Rioja, población burgalesa cercana, hacia el 1020. De
niño fue pastor y después marchó a estudiar al Monasterio de Valvanera y a
San Millán de la Cogolla, pero no es aceptado en ninguno de los dos como monje.
Se retiró pues a vivir en soledad y penitencia entre los bosques de encinas
a orillas del río Oja. Allí sobrevivió como eremita, de sus propias cosechas
o de lo que recogía en el bosque. Así pasó cinco años hasta que, desde Logroño,
San Gregorio Ostiense le solicitó sus servicios durante otros cinco, con quien
parece que viajó a Compostela. San Gregorio lo ordena sacerdote y parece que
le transmite sus conocimientos como constructor y sus poderes taumatúrgicos.
A la muerte del maestro vuelve Santo Domingo a su antiguo eremitorio donde
se propone limpiar todos aquellos bosques de árboles centenarios para construir
una calzada. No obtiene al principio mucha ayuda de los habitantes de lugar,
tan sólo una pequeña hoz de segar espigas, con la cual se pone en solitario
manos a la obra. Quizás éste es su primer milagro, la limpieza de todo un
bosque de una de las más duras maderas con una pequeña hoz. Su fama se fue
extendiendo, recibiendo la ayuda de canteros y de su discípulo San Juan de
Ortega. Fue mucha su dedicación a tan honrosos propósitos y poca la ayuda
que recibió de los habitantes de aquellos lugares. Dicen que, en actitud de
desprecio, en una ocasión le donaron la tierra que cubriera una piel de buey,
pero haciendo alarde de su ingenio cortó aquella piel en tiras finísimas,
obteniendo así muchos palmos de tierra, como según Virgilio hizo la reina
Dido para fundar Cartago.
Vio el Santo la necesidad de construir un puente de piedra sobre el río Oja,
para facilitar el paso de los peregrinos, al mismo tiempo que edificaba un
Hospital, donde él mismo atendía a los romeros. Poco a poco iba repoblando
toda aquella zona, abriendo pozos y creando infraestructuras, así que el rey
Alfonso VI, agradecido por el trabajo que estaba realizando, le hizo donación
de un terreno donde construyó una iglesia. En 1088 el mismo monarca le encarga
la construcción o reparación de los puentes desde Logroño a Compostela, tarea
a la que se dedica con la ayuda de San Juan de Ortega. Murió en 1109, queriendo
ser enterrado en el Camino de Santiago, en la misma calzada que él había construido,
dejando que su amado Juan continuara su obra, con una Cofradía que atendiera
a los peregrinos, una comunidad de clérigos y un núcleo de población llamado
Burgo de Santo Domingo y después Santo Domingo de la Calzada. Este fue el
Santo, arquitecto, urbanista y médico que, si se permite y con todos los respetos,
cumple todos los requisitos para haber sido un gran iniciado de la tradición
druídica. No en vano es conocido por los riojanos como El Abuelo o el Abraham
de La Rioja.
Grandes milagros realizó Santo Domingo durante su vida, curando y devolviendo
de la muerte a múltiples de los obreros que construían con él. Pero de mayor
renombre fueron los que hizo después que hubo fallecido, y entre todos ellos
es el del Gallo y la Gallina el que va a hacer famosos a Santo y Catedral.
Allá por el s.XIV el joven alemán Hugonell, viajaba con sus padres en peregrinación
a Compostela. Llegando a Santo Domingo reposaron en un mesón donde la lozana
hija del mesonero puso sus ojos en el muchacho. Hugonell, como el casto José,
rechazó aquellas lujuriosas ofertas provocando la ira que produce el despecho.
La chica organizó su venganza ocultando en el equipaje del joven una copa
de plata, para después acusarle de robo, como el mismo José hizo con sus hermanos
en Egipto. Corrían en aquel entonces leyes muy estrictas en los caminos de
peregrinación, en este caso promulgadas por el rey Alfonso X, así que el desdichado
peregrino fue condenado a muerte por ladrón. Ejecutado en la horca, dejaba
solos a sus padres camino de Santiago, sumidos en una profunda tristeza. Volvieron
los padres de visitar el sepulcro del Apóstol, como lo confirmaban las conchas
que llevaban colgadas al cuello según la iconografía, y quisieron entrar de
nuevo en Santo Domingo para rezar por el alma de su hijo. Entre sus plegarias
oyeron la voz del muchacho, diciéndoles que en realidad no había muerto, ya
que el Santo de la ciudad había intercedido por él dada su inocencia. Corrieron
entonces a casa del Corregidor para darle la gran noticia, encontrándole frente
a su mesa a punto de hincar el diente a un suculento gallo y una gallina asados.
Burlándose de ellos les aseguró que su hijo estaba tan muerto como aquellas
aves cocinadas que se disponía a comer. ¡Milagro! ¡El gallo y la gallina,
estando asados, empezaron a danzar y cantar encima de la mesa del Corregidor!.
Digamos que este milagro lo encontramos en distintos lugares, como en Tolouse
realizado por el propio Santiago, como nos cuenta el Códex Calixtinus. Parece
ser atribuido a Santo Domingo a partir del s.XV y desde entonces todos los
peregrinos han recordado este milagro en sus diarios, sobre todo después de
encontrar un gallo y una gallina en el interior de la Catedral. El primero
de ellos es el gascón Nompar II, señor de Caumont y Castelnou, en 1417, al
que debemos esta versión de los hechos. El picarón de Walter Starkie, parece
que descubrió un truco, sin embargo, para hacer cantar las aves asadas sin
mediación taumatúrgica.
Conociendo ya a Santo Domingo y el más famoso de sus milagros, entramos en
su ciudad, cuya vida gira todavía en torno a él. Fundada en 1044, cuando muere
el Santo ya tiene una cierta relevancia, debido al asentamiento de comerciantes
francos y judíos, pero es a partir del s.XII cuando fue creciendo a partir
del eje del camino. En esa fecha ya Aimeryc Picaud nos recomienda visitar
tres tumbas de santos en España, entre ellas, por supuesto, la de Santo Domingo.
Los peregrinos entran en la ciudad dejando a la derecha la ermita de San Lázaro
y se dirigen hacia la Catedral pasando ante el Albergue de Peregrinos. La
Casa del Santo, refugio de los romeros modernos, está atendido por los
devotos de la Cofradía del Santo, aquella que fundó el propio Santo Domingo
y que todavía hoy continúa su labor. No conocemos otra cofradía más antigua,
con documentación desde el s.XII, que naciera con ese propósito y que perdure
hasta nuestros días. Además de atender a los peregrinos los cofrades organizan
los festejos del Santo, que se extienden desde el 25 de abril hasta el 13
de octubre, entre los cuales se incluyen representaciones de la vida y milagros
de su patrón, donde no faltan narraciones de peregrinos medievales.
La Catedral parte de la primitiva iglesia de Santa María, que construyó
Santo Domingo en los terrenos cedidos por el rey Alfonso VI, consagrada por
el obispo de Calahorra en 1106. A esta iglesia se la convierte en Colegiata
en el s.XII, y en 1158 se inicia la construcción de una nueva y monumental
Catedral bajo la dirección del maestro Garsión. El sepulcro del Santo, tal
y como él había pedido, se encontraba en pleno camino, a la puerta de su iglesia,
y como la nueva construcción preveía introducir el sepulcro en su interior,
el camino fue desviado ligeramente. La Catedral es pues el resultado de edificar
en estilo gótico sobre una planta y girola románicas, siendo hoy un museo
de obras de arte de muchas épocas y estilos. Nos sorprenderá la estructura
del edificio por su carácter defensivo, pero debemos tener en cuenta la posición
fronteriza de la zona durante mucho tiempo. Pero si algo realmente ha sorprendido
a peregrinos y visitantes de todas las épocas es el gallinero que hay en su
interior.
Los hechos acontecidos que tenían como protagonista al joven peregrino alemán,
convirtieron al gallo y la gallina en auténticos mitos, testigos de la intercesión
del Santo. Es por ello que desde entonces se colocan en un gallinero plateresco,
frente al mausoleo de Santo Domingo, gallo y gallina blancos. Los animales
provienen de donaciones y su estancia en lugar tan particular dura un mes
a cada pareja. Muchas tradiciones llevan a los peregrinos a acercarse a las
aves, ya que parece que si comían el pan que les acercaban con el bordón era
un buen augurio, aunque si no lo comían incluso se interpretaba como anuncio
de muerte antes de llegar a Compostela. Quizás por ello la cornisa del gallinero
está tan desgastada debido a los roces de los bordones peregrinos. Pero el
mejor augurio para el viaje lo daba conseguir una de sus plumas para lucirla
en el sombrero, una modesta reliquia que conservar de su peregrinación.
Frente a este singular gallinero está el sepulcro de Santo Domingo, una cripta
bajo un templete del último gótico con escenas de la vida del santo. Junto
con el de San Millán, es una muestra de la mejor escultura románica, de las
pocas que se conservan de este estilo. De 1350 se conserva la indulgencia
que se concede a la Catedral de Santo Domingo a quienes devotamente giren
en torno al sepulcro del Santo, recitando Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
El retablo mayor de la Catedral es de nogal y alabastro, de estilo plateresco,
obra de Damián Forment (1540), quien murió aquí sin poder ver su trabajo terminado.
Las tablas del transcoro representan los milagros, pintados por Andrés Melgar
en 1533. Los capiteles del exterior del ábside, levantado en 1105, conservan
una nutrida decoración, del mejor románico del Camino, que seguro hará las
delicias de los amantes del simbolismo. El conjunto de la Catedral y de los
milagros de Santo Domingo gira en torno a la muerte y la resurrección.
Del techo de la catedral pende una rueda en recuerdo de un cantero que trabajó
en el edificio. Estaba durmiendo a orillas del Oja y una carreta llena de
sillares le pasó por encima. San Juan de Ortega hizo llamar a su maestro,
que después de llorar y rezar mandó levantarse al desdichado. En las fiestas
de mayo se rinde pleitesía a esta rueda.
Una de las características más peculiares de esta Catedral es su torre del
campanario exenta, de estilo barroco (1762) de 72 m de altura, cuyo tramo
más elevado se ilumina por la noche.
El Hospital que construyó Santo Domingo, donde él mismo curaba y atendía
a los peregrinos, es hoy un magnífico Parador Nacional de Turismo frente a
la Catedral. Es un edificio reformado que conserva elementos del s.XV, nada
que ver con el antiguo. Quizás nos evocarán otros tiempos los arcos ojivales
y el patio con pozo, allí donde el santo aliviaba a los caminantes. En aquel
lugar debieron hospedarse multitud de peregrinos conocidos, como el propio
San Francisco de Asís, San Bernardino de Siena, San Guillermo de Aquitania,
pecador y penitente, San Lesmes, San Amaro, Santa Brígida o las princesas
suecas Santa Ingrid y Santa Matilde. Junto a la Catedral y el actual Parador
está la ermita de Nuestra Señora de la Plaza, obra de Martín de Beratúa de
1762.
Recorriendo la ciudad encontraremos muchas casonas hidalgas, como la casa
gótica que fue palacio del obispo Juan del Pino, donde murió el monarca Enrique
IV de Trastámara en 1379. Siguiendo el recorrido de la Ruta Jacobea pasaremos
ante el Convento de San Francisco, junto a un edificio que fue también
Hospital de peregrinos durante siglos. Aquí vivió y fue enterrado Bernardo
de Fresneda, consejero y confesor del rey Felipe II y obispo de Zaragoza.
El Convento fue hospital y asilo y en su época como cuartel se produjo la
"sargentada", cuando en 1883 un grupo de suboficiales republicanos intentaron
derribar a Alfonso XIII.
La ciudad todavía conserva restos de la muralla que la protegió, testigo de
épocas de inseguridad. La leyenda habla de otro milagro, cuando La Calzada
reconoce al rey Enrique II de Trastámara como monarca castellano en 1369,
con lo cual Pedro I el Cruel decide arrasar la ciudad. Los vecinos acudieron
a rezar a la tumba de Santo Domingo cuando veían acercarse las tropas. De
inmediato una espesa y blanca niebla hizo retirarse a los desorientados soldados.
Pedro reconoce su error y decide regalar las murallas para evitar que nadie
más hiciera mal ninguno a aquel lugar. Lo cierto es que parece ser que sólo
la amplió, ya que la muralla se construyó bajo los reinados de Alfonso X y
Fernando IV.
La Calle Real, senda de peregrinos, sale al puente sobre el río Oja, construido
por Santo Domingo con 24 arcos, con una ermita en su arranque. El que recorremos
hoy es una reconstrucción del s.XIX. Tras cruzar el río nos dirigiremos hacia
Grañón, dejando atrás la ciudad de La Calzada que tiene en su escudo el puente,
la hoz sobre una encina y un gallo y una gallina, recuerdos todos de tan prodigioso
personaje y que forman parte de la historia, leyenda y simbología jacobea.
En Grañón finalizará la ruta riojana del Camino de Santiago para adentrarnos
en la provincia de Burgos. Nos separan unos seis Kilómetros y hacia la mitad
del recorrido encontraremos una cruz de madera.
La Cruz de los Valientes nos señala el lugar donde se celebró un Juicio
de Dios, debido a las disputas entre los de Grañón y los de Santo Domingo
por la posesión de una dehesa, motivo de constantes y sangrientas peleas.
Según se representa todos los años en la Iglesia de San Juan Bautista de Grañón,
sobre un texto de 1704 del Padre Fray Matheo de Anguiano, parece que la solución
propuesta fue enfrentar a una pelea a un mozo de cada población, con el fin
de que Dios ayudara a quien tuviera la razón. La cruel lucha tuvo lugar aquí,
frente a la dehesa que provocaba el litigio. El representante de Grañón era
Martín García, al de Santo Domingo no le conocemos por su nombre. Mientras
el pueblo de Grañón rezaba por el valiente Martín, por fin tuvieron noticias
de su victoria, dándole la oportunidad al héroe de solicitar una recompensa:
"Deseo que todos los domingos del año, mientras Grañón siga existiendo,
al tiempo del ofertorio, se rece un Padre Nuestro y un Ave María por el eterno
descanso de mi alma."
Y así se hizo hasta hace bien poco, padrenuestro que todavía algunos veteranos
recuerdan de tiempos de su niñez.
Grañón está atravesado por tres calles longitudinales, paralelas a
la central, la Calle Mayor, camino de peregrinos. Fue antiguamente una población
amurallada con un importante castillo, de la época en que fue repoblada por
cristianos en el 899, cabeza de condado en los orígenes de Castilla. Alfonso
VIII le concede fueros en 1187, pero el auge que iba adquiriendo la vecina
Santo Domingo de la Calzada, convirtió a Grañón en una pequeña aldea. Después
de haber pertenecido a la Casa Real de Navarra, fue donada a La Calzada en
1256 por Alfonso X el Sabio. Los habitantes debieron vivir en la laderas al
amparo del antiguo castillo, pero a partir del s.XII se fue organizando la
población en torno a la Ruta Jacobea. El propio Laffi habla de lo que él llama
Griñón como un lugar pequeño y pobre. Tuvo en otro tiempo dos Hospitales
de peregrinos, uno de los cuales sobrevivió en muy mal estado hasta el s.XIX..
Del s.X datan dos monasterios que aquí se ubicaban, el de Santo Tomé y el
de San Miguel.
Al entrar en la villa podremos visitar la ermita de los judíos, del s. XVI.
En el centro de la Calle Mayor está el Templo Parroquial de Grañón, dedicado
a San Juan Bautista. Su retablo renacentista es obra de Forment y Beogrant
y su pila bautismal románica data de 1169. Aquí mismo es donde se refugian
los peregrinos de hoy, en un albergue en la torre de la iglesia y desde el
cual se puede acceder al coro del templo. El propio párroco, el Padre José
Ignacio Díaz, colaborador de Elías Valiña y esforzado defensor de la hospitalidad
más tradicional, se encarga de organizar la acogida y de ofrecer la oportunidad
de encontrar unos minutos de recogimiento y oración.
Sabemos, Señor,
Porque tú nos lo has dicho,
que debemos perseverar hasta el final;
Y cuando nos falte el aliento,
Pedir fuerzas al Espíritu consolador.
Concédenos, Señor,
Fijar nuestra mirada en ti
Despreciando los obstáculos
Que nos impiden continuar hasta el final
Y escuchar tu voz liberadora.
Señor, contra viento y marea
Mantenemos la marcha
Al encuentro contigo.
(Is 35,3-4)
A la salida, después de encontrar la Basílica de Nuestra Señora de Carrasquedo,
patrona de Grañón, inician los peregrinos su camino hacia Redecilla, topando
con la señal de límite entre provincias.
Finaliza aquí el recorrido que hace el devoto jacobeo por tierras de La Rioja,
después de haber conocido a ilustres hombres y santos. En estas tierras hemos
encontrado multitud de oportunidades para seguir creyendo en los milagros,
y si no creemos, pensar en que pueden existir. Recordemos tantos prodigios
hechos por los hombres con la ayuda de su fe y pensemos en que, sea cual sea
la fe del peregrino que hoy siembra la ruta, le ayudará para continuar hasta
la el sepulcro de Santiago y también para proseguir en el camino de su propia
existencia.
Virginia Muelas
Yo tenía una amiga peregrina que se llamaba Odile, era francesa. Cada
vez que peregrinaba a Santiago pasaba a visitarme y charlábamos un rato, pero
nunca se quedó en el albergue de peregrinos de mi parroquia, en realidad nunca
lo vio a pesar de que cada vez que pasaba me daba algunas monedas para que
las echara en la caja de donativos del albergue ante la imposibilidad de dejarlas
ella misma.
Y es que mi amiga peregrina era un poco especial. No peregrinaba andando,
su medio de locomoción y su "albergue" era un viejo Renault 5 en el que tenía
su cocina, su dormitorio, y su sala de estar con sus libros y sus flores.
Desde hacía años le faltaba una pierna y sus brazos no tenían la fuerza necesaria
para sostener unas muletas, así que su medio de peregrinar era el coche y
rara vez salía del mismo para sentarse en una sencilla tabla con ruedas en
la que se desplazaba empujando hacia atrás con su única pierna. Pero lo suyo
era una verdadera peregrinación aunque no pudiera desplazarse andando. Visitaba
todos los lugares importantes, pasaba la noche en la Cruz de Ferro y veía
amanecer desde lo alto de O Cebreiro; rezaba en S. Juan de Ortega y pedía
la bendición en Roncesvalles; bebía agua de la fuente del Piojo, sudaba en
verano en las llanuras de Castilla y se helaba de frío en el paso por el Somport.
Y llevaba sobre sus hombros la oración por todos sus amigos, tanto los sanos
como los enfermos. En los últimos años, portaba además un cáncer que sabía
le llevaría a la tumba aunque para nada le impedía hacer el Camino cada año
mientras su cuerpo aguantara.
Una noche fría de otoño unos niños subieron al albergue de Grañón, está en
un segundo piso, a decirme que una extranjera en un coche preguntaba por mí,
dejé a los peregrinos con los que estaba cenando y bajé a la calle. Era Odile.
Inclinado sobre el cristal de la puerta delantera de su coche estuvimos charlando
un rato a pesar del viento frío de aquella noche desapacible. Ella me contaba
los avatares de su camino y su oración por un niño abandonado que le había
acompañado en una peregrinación anterior. ¡Cómo me hubiera gustado que Odile
pudiera compartir con nosotros la cena junto al fuego hospitalario de la chimenea
del albergue! Pero aunque le había propuesto varias veces subirla en brazos,
su cuerpo menudo no era un gran problema, nunca había aceptado. Pero aquella
noche pensé que al menos podría compartir con nosotros la oración que habitualmente
hacemos en el coro de la Iglesia después de la cena. Así se lo propuse y ella
aceptó. Subí al albergue para invitar a los peregrinos a la oración que esta
vez no haríamos en el coro, como es habitual, sino en la parte baja de la
Iglesia. Cuando ya los peregrinos estaban sentados en los primeros bancos
de la Iglesia abrí la puerta principal que da a la plaza e hizo su entrada
Odile sentada sobre su tabla con ruedas e impulsándose son su única pierna,
los peregrinos la miraban asombrados. Nos sentamos todos en el suelo para
estar "más cerca" de ella e hicimos nuestra oración, apunté su nombre en el
libro y leímos su nombre junto al de todos los peregrinos que habían pasado
en los últimos días. Al final ella nos cantó una canción, mejor dicho, nos
rezó una canción. Todos la besamos al terminar y siguió su camino como tantas
veces había hecho.
Otra vez más pasó por Grañón, cuando en su último camino tuvo que volverse
sin llegar a Santiago porque su enfermedad no le permitía seguir, estuvo en
mi casa tomando un café y comiendo un poco antes de seguir su viaje de vuelta
a casa. Aún tuve oportunidad de verla en su casa en un viaje que hice poco
después a Francia. No podía moverse de la cama, pero mucha gente de su pequeño
pueblo le hacía la comida, le lavaba, le cuidaba y le hacía compañía. Me alegró
ver lo bien acompañada que estaba y la serenidad y alegría con que vivía sus
últimos días. Cuando me fui me dio una estampa de Santiago y una monedas para
la caja de donativos del albergue de Grañón.
No la volví a ver. Unas semanas después me llegó la noticia de su muerte.
No fue una noticia dolorosa, di gracias a Dios por poner en el mundo mujeres
como ella y por darme a mí la oportunidad de acoger a gente así en el Camino
de Santiago.